Encontrando a mi Florida

NUEVA YORK ⎯ Mucho antes de la controversia electoral de las boletas semiperforadas y titulares como “Mujer de Lakeland trata a lagarto de 1.80 metros como un bebé”, mi familia compartía un sueño unificador: Florida, donde se podía encontrar la felicidad entre las palmeras y las playas. Era donde todo estaría bien. Era nuestra tierra prometida.

Florida está llena de belleza y contradicciones. La leyenda nos dice que Ponce de León terminó navegando hacia algún punto cercano a Melbourne Beach en su búsqueda de la Fuente de la Juventud, y los abuelos van ahí a vivir sus años dorados. Es el escenario de películas como “Moonlight”, y de las obras de ficción de Elmore Leonard, Karen Russell y Laura van den Berg.

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Uno a uno, toda mi familia se mudó ahí, pero yo no. Alejado de mis dos padres, lidiaba con el frío de Chicago lo mejor que podía.

Eventualmente, poco después de cumplir 20 años, pasaría un periodo en Florida; pero no me quedé el tiempo suficiente para llamarle mi hogar.

Ahora, vuelo a Jacksonville, la ciudad más grande del estado, y empiezo mi travesía en auto a través de un lugar que nunca he entendido por completo. Pero recientemente me encaminé a un viaje terrestre a través de Florida tratando de comprenderlo, y quizá también a mí mismo.

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El norte

En el extremo norte de Florida, el musgo cuelga de los árboles y el ritmo es lento. Esta Florida apenas se parece al estado con que nos hemos obsesionado culturalmente: no hay luces de neón ni flamencos rosas. Una vez que se toma la autopista, es posible ver caballos corriendo por extensos campos, pinos nativos y muchas camionetas.

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Conduzco hacia Tallahassee.

Para un lugar que alberga a tres universidades, la capital del estado es sorprendentemente tranquila. Los estudiantes conforman 40 por ciento de la población, lo cual habitualmente significa que uno puede encontrar algunos bares buenos. Así que lo hago, deteniéndome en Waterworks, un bar de estilo maorí con cascadas que corren sobre sus ventanas. Pido un Zombie y comentó con la cantinera cubierta de tatuajes, Sierra ⎯ nativa de la ciudad ⎯, sobre cómo todo parece estar realmente cerca en la ciudad. No es pequeña, simplemente está condensada.

“Todo en Tallahassee se siente a 15 minutos de distancia”, coincide.

Algunas partes de Florida se sienten como si el tiempo las hubiera pasado por alto. Mientras conduzco hacia el sur, paso antiguos letreros de neón oxidados que alguna vez atrajeron a turistas cansados hace 30, 40 o 50 años. Las vallas publicitarias al lado de la carretera proclaman: “Cuando las escuelas tenían rezos y Biblias, no tenían drogas”, sobre versículos de Salmos y Mateo.

Me detengo cerca del Parque Estatal Fanning Springs y miro hacia el río Suwanee por unos minutos. La gente habla de esta parte del estado como la “Florida sin litoral”, pero la verdad es que es difícil ir a alguna parte y no encontrar un cuerpo de agua y solo contemplarlo por un rato.

El oeste

Ubicado entre Tampa Bay y el Golfo de México, St. Petersburg es la “Ciudad del Sol de Florida”. Desde la distancia, veo al que parece que pudiera ser el sujeto moderno de una pintura tropical de Winslow Homer, sentado sobre una cubeta, con la cabeza baja, una gorra desteñida por el sol que cubra su rostro, su anzuelo en el agua. No puedo decir si está despierto, pero cuando asiente con la cabeza y dice hola, le pregunto si es de por aquí. Dice que se mudó a Florida hace 30 años y que no ha dejado la Costa del Golfo desde el 11 de septiembre. Tiene todo lo que necesita.

Aquí, los arboles cubiertos de musgo del norte se convierten en palmeras plantadas a mano. Es el hogar todo el año del club de tejo más grande del mundo, que está a 15 minutos de distancia del galgódromo más antiguo de Estados Unidos y cerca del primer frontón público de jai alai en Estados Unidos; remanentes de un Estados Unidos que se sintió fascinado por las posibilidades de Florida después de la Segunda Guerra Mundial.

Cerca de Tampa está la casa del emparedado cubano; al menos eso es lo que la gente de ahí dice. Aunque el creador preciso del emparedado y la ubicación de sus orígenes son debatibles, la afirmación del barrio de Ybor City parece sólida: que su gran población cubana, que creció hacia mediados del siglo XIX, al menos popularizó la idea en Estados Unidos de que combinar jamón, cerdo asado, queso suizo y pepinillos entre dos piezas de pan es una idea fantástica. Comí uno en el Columbia Restaurant. Abierto por un inmigrante cubano en 1905, solo me tomó unos mordiscos admitir que Tampa tiene un argumento convincente.

El este

Quizá ninguna parte del estado se lleva la peor parte de las agresiones dirigidas a Florida como Orlando y sus alrededores. Una mujer sentada a mi lado en Stardust Video and Cafe, una cafetería/videoteca/librería, ríe y declara lo obvio: “Culpo a Mickey Mouse”. Sí, vivir en y alrededor del centro del infierno turístico es extraño, según me dijeron varios residentes locales. Sin embargo, Orlando y su área circunvecina, especialmente la ciudad de Winter Park, puede sorprenderle.

Tomemos Wally’s en Mills Avenue en Orlando, un bar dentro de una licorería que orgullosamente declara en su sitio web: “Estaba aquí antes de Disney, estaba aquí cuando Orlando no era nada más que una escala en el camino de una costa a la otra”. Luego, voy a mi habitación de hotel y tomo un ejemplar de “The Dharma Bums” de Jack Kerouac.

Kerouac tiene conexiones con Florida. Murió en 1969 a los 47 años de edad en St. Petersburgo, pero una década antes, en una casita azul, justo antes de que Walt Disney viniera a explorar los terrenos para otro parque temático, Kerouac escribió “The Dharma Bums” en Orlando. Pasé frente a la insospechada casita azul en Clouser Avenue y me pregunté qué llevó a Kerouac a este lugar. Esta es una ciudad que, en ese entonces, realmente no ofrecía mucho de nada. No puedo dejar de pensar que quizá si se pasa suficiente tiempo en Florida, algo te inspira.

El sur

Me encaminé al sur hacia Miami, el cual tiene mucho de lo que quiero experimentar. Pese a todas las ideas equivocadas que la gente tiene sobre Florida, Miami tiende a escapar al escrutinio. Seguro, desde hace tiempo ha sido etiquetada como la capital de la cocaína, en gran medida a películas y programas de televisión, pero también tiene un estilo internacional especial.

Antes de ir a mi hotel, conduje por el centro, pasé frente al antiguo edificio Freedom Tower. Construido en 1925, recibió su nombre en los años 60 como el lugar donde los cubanos que huían de Castro eran llevados para ser procesados y documentados. Hoy, alberga un museo de arte (cerrado hasta la próxima primavera). Cerca, están construyendo el One Thousand Museum, diseñado por Zaha Hadid, la futura joya de la corona del vecindario. Miami está en medio de otro auge de construcción, pese a los niveles del mar al alza.

Pero la vida continúa. Por ahora, siempre hay luces de neón destellando y canciones de Pitbull sonando en alguna parte. Ambos, de hecho, los percibo mientras me siento en el bar de la piscina del retro-kitsch Vagabond Hotel en el distrito de Mimo. En mi primera hora en el bar, también escucho hablar en español, árabe, francés y muchos de los acentos de Nueva York, y hablo con un joven japonés que me dice que se mudó a Miami porque es artista del grafiti.

Los Cayos

Cayo Largo fue el escenario y el nombre de la última película de Humphrey Bogart y Lauren Bacall juntos. El fantasma de Bogey se retiró aquí, quizá para beber una cerveza en el Caribbean Club, el “retiro del hombre pobre” que abrió en 1938 y fue usado como locación para la cinta. A media mañana, es una mezcla de motociclistas, pescadores de piel curtida y dos tipos que tienen la apariencia de estarse hospedando en el Club de Yates, con sus playeras de Vineyard Vines que hacen juego con su piel rosada.

Mientras conduzco por los Cayos, pasó de una isla a otra, así como por el famoso puente Seven Mile. Llego hasta Cayo Hueso y me detengo en un bungaló. Me recibe Mark Straiton, a quien conozco como Cowboy Mark, un amigo que conocí hace años en Manhattan.

Nos detenemos en Mary Ellen’s, un bar deportivo del barrio con una hermosa colección de latas de cerveza clásicas montada en la pared como una exhibición de museo y un menú que se jacta de tener “las mejores papas fritas de la ciudad”, con lo cual realmente no puedo discutir.

Es alrededor de la una de la tarde, y se nos unen cinco personas más en el bar. Cuando les pregunto si han estado en mi destino principal, la Casa de Ernest Hemingway, una de ellas me dice que su novio la hizo ir, y que ella quedó encantada con los gatos.

Después de una visita a los gatos en la casa de Hemingway, donde los más de 20 animales de seis dedos son verdaderamente una atracción tan grande como la propia casa del ganador del Premio Nobel, terminamos tomando una cerveza en un lugar lleno de turistas. Antes de despedirme de Mark, considero preguntarle si alguna vez piensa en regresar a la Ciudad de Nueva York, pero no lo hago. Lo extraño, pero también me doy cuenta de que él parece como si hubiera encontrado cierta paz, es más feliz. ¿Por qué querría irse?

Jason Diamond
© 2017 New York Times News Service