El falso patriotismo de Trump

© 2016 New York Times News Service

En su intento de llegar a la Casa Blanca, Donald Trump está desempeñando muchos papeles: hombre fuerte defensor de la ley y el orden, constructor con la mira puesta en las nubes, negociador consumado. Pero quizá en ninguna hace tanto énfasis como en el de patriota cien por ciento estadounidense.

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Su sangre es roja, blanca y azul, o al menos eso nos dice. En sus sueños y decisiones, él ve a su país por encima de todo lo demás. “La diferencia más importante entre nuestro plan y el de nuestra rival”, les dijo a los republicanos en Cleveland el jueves en la noche, “es que nuestro plan pondrá a Estados Unidos en primer lugar.”

Pero su amor tan abundantemente declarado es más que nada un asunto semántico. Es voluble e imprudente. Y con ese pretexto, al parecer él está dispuesto a descartar los valores que realmente hacen grande a Estados Unidos y a romper alianzas que lo hacen más seguro. Su patriotismo rebosa de motivos de queja.

Es deprimente. La semana pasada, en entrevista con David Sanger y Maggie Haberman de The Times, dio a entender que si Rusia invadiera a un miembro de la OTAN que no estuviera cumpliendo sus obligaciones financieras, él no saldría en su defensa.

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Su patriotismo no cuadra. Por un lado, lo lleva a repetir la acusación de los conservadores de que el presidente Barack Obama ha menospreciado al país por ofrecer demasiadas disculpas. Por el otro lado, Trump les dijo a Sanger y Haberman que él se abstendría de reprender a los aliados con mal historial en materia de libertades civiles, pues Estados Unidos no es ningún modelo de virtudes.

“Creo que no tenemos el derecho a predicar”, afirmó. “Miren lo que está pasando en nuestro país. ¿Cómo vamos a predicar cuando la gente está matando policías a sangre fría?”

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Esa es una declaración escandalosa en el contexto de las quejas republicanas de que los demócratas no aprecian ni festejan el excepcionalismo de Estados Unidos. Pero no sorprende en Trump, que ha disculpado la crímenes de Vladimir Putin diciendo que los estadounidenses no tienen cara con que hablar.

Eso lo dijo en el programa “Morning Joe”, donde alabó la fuerza de Putin. Y cuando el locutor Joe Scarborough le señaló que Putin “asesina a periodistas que no están de acuerdo con él”, Trump respondió: “Bueno, creo que en nuestro país también se mata mucho, Joe.”

“Se mata mucho”: ése hubiera podido ser el título del discurso de Trump en la convención, una sombría advertencia de un país bañado en sangre. Aunque es costumbre que los políticos que abogan por un cambio hablen de un país afligido en una situación insostenible, Trump pintó una disfuncionalidad al estilo de “Los juegos del hambre”, una tierra condenada cerca de la perdición.

Ninguna de las personas que considero patriotas ve a Estados Unidos de manera tan oscura ni adopta una postura tan incendiaria. Pero su estrategia política, al igual que todo lo demás en su vida, se basa en lo que es mejor para Trump. Es a sí mismo a quien saluda, no a ninguna bandera. Y si bien de alguna manera controló su egocentrismo durante ese discurso, el viernes volvió a surgir desatado, cuando destruyó cualquier impulso que sus comentarios hubieran podido darle con una conferencia de prensa incoherente e innecesaria, en la que despotricó contra todo.

“Fue el verano de Trump”, afirmó, elogiando el éxito de su campaña. “Fue el otoño de Trump. Fue la Navidad de Trump. Lo fue todo.” Y volvió a arremeter contra Ted Cruz, sacando a colación de nuevo el reportaje del National Enquirer en el que se vincula al padre de Cruz con el asesinato de John F. Kennedy, señalando que ese tabloide merece más respeto del que tiene.

No hay ninguna forma sencilla de juzgar al patriotismo y yo sospecho de dos de los criterios más usados para eso. Pero según esos criterios _ la disposición de servir en las fuerzas armadas y la devoción por los productos hechos en el país _ Trump no es ningún patriota.

Durante la guerra de Vietnam, él aprovechó su condición de estudiante para que le difirieran el reclutamiento en cuatro ocasiones. Después obtuvo una exención médica: algo relacionado con los pies. La enfermedad no ha de haber sido tan discapacitante pues cuando se le preguntó al respecto el año pasado, él vagamente mencionó un espolón óseo, sin poder decir si fue en el talón izquierdo o derecho.

“Tendrán que investigarlo”, les dijo a los reporteros.

Su supuesta consideración por las fuerzas armadas es de labios para afuera. Si realmente la tuviera, no hubiera desdeñado el hecho de que John McCain hubiera pasado cinco años y medio como prisionero de guerra, diciendo que “me gusta la gente que no es capturada”. Y tampoco hubiera cometido la tacañería de negarle a una asociación de veteranos un gran donativo prometido, y que tuvo que entregar solo cuando los reporteros lo expusieron y lo obligaron a cumplir su promesa.

Su promesa actual de castigar a las empresas estadounidenses que envíen trabajos al extranjero y de impedir que contraten a inmigrantes indocumentados en Estados Unidos es un cambio en su propio historial de negocios, que ha sido de “poner primero las ganancias, no a Estados Unidos”, como escribió el mes Alan Rappeport en The Times.

“La mayoría de las prendas de su línea de trajes, corbatas y mancuernillas llevan la etiqueta de ‘Hecho en China’”, señaló Rappeport. “Algunas vienen de fábricas en Bangladés, México y Vietnam.”

Los muebles de la colección Trump Home se fabrican en Turquía y el cristal está hecho en Eslovenia.

Aún más, en la construcción de propiedades que llevan (y proclaman) el nombre de Trump, han trabajado inmigrantes indocumentados.

No se habló de eso en la convención el miércoles por la noche, cuando el tema fue precisamente “Pongamos a Estados Unidos en primer lugar de nuevo”, un guiño a la propuesta de Trump de hacer acuerdos comerciales con mejores condiciones para el país y de seguir una política exterior alineada más estrictamente con los intereses estadounidenses.

Esa propuesta ha sido central en su éxito político, como observó hace meses la columnista conservadora Peggy Noonan. Ella señala que las proclamaciones de Trump “irradian la idea de que él no está interesado en la ideología, solo en volver a hacer grande a Estados Unidos”.

“Él dice que está del lado de Estados Unidos, punto”, escribió Noonan, agregando que ni Obama ni George W. Bush trasmitieron tan persuasivamente ese mensaje. Su columna tenía este título: “El patriotismo simple derrota a la ideología”.

Pero no hay nada simple en un patriotismo que permite jactarse, como se ha jactado Trump, de pagar lo menos posible de impuestos, y que eso le permita burlarse de una importante tradición política de que los candidatos den a conocer sus declaraciones de impuestos.

No hay nada simple en un patriotismo que aboga por la tortura, como también ha hecho Trump, cuando la conducta de Estados Unidos al librar una guerra idealmente es lo que lo diferencia de países con menos principios y lo que le ha hecho ganarse el respeto del mundo.

Y la verdad es que no hay nada simple en un patriotismo que en realidad es una amalgama de nativismo, racismo, aislacionismo y xenofobia y que niega la característica de este país como la tierra del volver a empezar, con sus brazos abiertos a un mundo diverso. La propuesta de Trump de prohibir la entrada a los musulmanes no tiene nada de patriota, como tampoco lo tiene la estrella de David que ilustró uno de sus ofensivos tuits.

Samuel Johnson, escritor del siglo XVIII, alguna vez dijo que “el patriotismo es el último refugio del granuja”. Es también una capa cómoda para el narcisista. Trump la lleva sin vergüenza pero no tan bien como para no ver a través de ella.

Frank Bruni
© The New York Times 2016