Si funciona la zanahoria para Jordania, se quedan los refugiados

AMAN, Jordania _ En una vialidad muy transitada en Amán, la capital de Jordania, un vendedor de café llamado Mohamed al Mulki ya no tiembla cuando ve acercarse a una patrulla policial. En una cercana dulcería, el dependiente Zuheir Taleb ya no sale subrepticiamente por la parte de atrás cuando entra un agente uniformado.

Y en el norte del país, en campos quemados, a unas cuantas millas de la frontera con Siria, a Badra Hadahed, una abuela diabética que realiza tareas muy pesadas, ya no le preocupa que la vayan a sacar de los campos de pepinos para enviarla de regreso a su casa.

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Como muchos sirios que huyeron de la guerra civil en su país, los tres habían estado trabajando ilegalmente en Jordania. Sin embargo, en un experimento delicado, que surgió del deseo de Europa de contener la afluencia de extranjeros en sus costas, se convenció a Jordania de que permita que estos sirios se ganen la vida en forma honesta a cambio de recompensas potencialmente enormes.

Jordania, donde hay 650,000 refugiados sirios registrados con Naciones Unidas dentro de sus fronteras, ha hecho, de tiempo atrás, que sea prácticamente imposible que ellos trabajen legalmente porque dice que le preocupa el alto desempleo entre sus ciudadanos. Sin embargo, de conformidad con el nuevo experimento, el gobierno ha extendido 13,000 permisos de trabajo para sirios y está prometiendo emitir hasta 50,000 para finales de año, y decenas de miles más en el futuro.

A cambio, el Banco Mundial le está dando a Jordania un préstamo sin intereses por 300 millones de dólares, los cuales se reservan, tradicionalmente, para los países extremadamente pobres de Africa. Los países occidentales, incluido Estados Unidos, han ofrecido aproximadamente 60 millones de dólares para construir escuelas a las que asistan niños sirios. Y Jordania está a punto de afianzar lo que quiere más: exportaciones sin impuestos a la Unión Europea, en especial de ropa que se cose en sus zonas industriales de exportación.

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En resumen, los dirigentes occidentales están usando su ventaja financiera y política para convencer a Jordania de que vale la pena ayudar a los refugiados a que mejoren a su grupo en este país para que no crucen el mar Mediterráneo en balsas endebles, buscando una vida mejor en Europa. Es un cambio absoluto tanto para los países donadores como para Jordania, que, después de absorber a generaciones de refugiados de guerras por todo Oriente Próximo, había tratado de evitar que los sirios se establecieran en forma permanente.

“Algunos pueden decir que ésta es la oportunidad del gobierno para extraer mucho dinero”, dijo Stefan Dercon, un profesor de la Universidad de Oxford y economista en jefe del organismo de ayuda para el desarrollo del gobierno británico, el cual apoya el esfuerzo en Jordania. “Yo diría que también es la única oportunidad que tendrá para realmente reformar su economía y crear empleos con un fondeo internacional considerable”.

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Jordania no es el único país que está tratando de aprovechar la ansiedad de Europa por los refugiados e inmigrante. Turquía ha negociado un tratado que implica quedarse con la mayoría de quienes viajaron por el mar Egeo hasta Grecia, a cambio de 6,600 millones de dólares en ayuda europea y una propuesta de dispensar las visas para los turcos que entren en Europa.

Europa también está prometiendo mas de 4,000 millones de dólares en ayuda a varios países africanos a cambio de su ayuda para contener el éxodo y que no salga del continente. Hasta Sudán, desde hace mucho con sanciones europeas y estadounidenses debido a las violaciones a los derechos humanos, está obteniendo dinero como parte del paquete. Libia está recibiendo asistencia de Europa para evitar que los barcos de los emigrantes crucen el Mediterráneo, un enfoque que Human Rights Watch describe como subcontratarles “a las fuerzas libias el trabajo sucio”.

Los cambios en las políticas de ayuda a los refugiados suceden cuando la guerra y la persecución están haciendo que cantidades de personas casi récord salgan de sus países de origen y vayan a otros pobres y de ingresos medios, como Jordania, donde se los culpa de tensar los servicios públicos y hacer que bajen los salarios porque trabajan por menos dinero.

Sus artífices describen al tratado con Jordania, anunciado en febrero como parte del Compacto Jordano, en forma optimista, como algo que “convierte a la crisis de los refugiados sirios en una oportunidad de desarrollo”. Su objetivo es atraer nueva inversión extranjera y crear empleos tanto para los jordanos como para los sirios. El riesgo, señalan en privado sus partidarios, es que ningún instrumento nuevo entrará, la economía de Jordania seguirá languideciendo y crecerá el resentimiento local.

Hasta hace poco, apenas si 5,000 refugiados sirios tenían permiso para trabajar. La Organización Internacional del Trabajo, un organismo de Naciones Unidas que apoya y diseña políticas laborales, estimó que 50,000 personas en Jordania trabajaron en la economía informal, aproximadamente la cantidad que el gobierno está prometiendo legalizar tan solo este año.

Para los dirigentes de Jordania que tratan de resolver la deuda y una economía que crece a un anémico 2.4 por ciento, el acceso al mercado europeo es un incentivo crítico.

Sin embargo, la antipatía hacia los refugiados sirios es alta entre la población jordana, tanto así que Basam Badareen, un columnista político jordano, sugirió hace poco que el gobierno había “anestesiado” a la ciudadanía antes de acordar permitir que trabajen aquí los refugiados.

Funcionarios jordanos se han esforzado en señalar que, principalmente, a los sirios se les permite trabajar en empleos mal pagados en la construcción y la agricultura, que son poco atractivos para la mayoría de los jordanos. Asimismo, señalaron que se les debe pagar el salario mínimo a quienes tienen permiso para trabajar, el cual es de unos 270 dólares mensuales, lo cual ayuda a mitigar las críticas de que los refugiados hacen que bajen los sueldos.

El reto para Jordania es demostrar que el nuevo tratado revivirá su economía y creará empleos que quieren sus ciudadanos.

“Es una buena oportunidad para que Jordania atraiga nueva inversión”, dijo Raed Nimri, un ingeniero convertido en socorrista con la organización Mercy Corps, cuya sede está en Oregón y asiste a las personas durante las crisis. “En cinco años, 10 años, los sirios se van a ir a su lugar de origen. La inversión se va a quedar”.

Todavía hay muchas incertidumbres. Funcionarios jordanos señalan que están esperando gran parte de la ayuda que se les ha prometido y para que el Consejo Europeo apruebe las concesiones comerciales que Jordania espera que atraiga negocios extranjeros. Es frecuente que los refugiados estén nerviosos de que al tener permisos para trabajar puedan poner el peligro otra ayuda que reciben de Naciones Unidas .

Un sector al que se está considerando es el de la manufactura de ropa en fábricas ubicadas en zonas especiales para la exportación.

Una de ella, la zona industrial Al Hasan, se encuentra a apenas media hora en coche de la frontera siria, cerca de la ciudad de Irbid, en el norte de Jordania, donde ahora se albergan aproximadamente 300,000 sirios. Las fábricas apenas si emplean a sirios o jordanos. Más bien tienen a miles de mujeres con contratos temporales, quienes provienen de países pobres.

Entre ellas está Baby Hawladar, quien tiene dos hijos, es originaria de Bangladés y desafió las órdenes de su esposo para viajar por medio mundo para estar agachada sobre una máquina de coser 10 horas al día, seis días a la semana.

Una tarde reciente, Hawladar, de 27 años, estaba cosiendo unos pants para yoga Under Armour de exportación a Estados Unidos. Lleva dos años en el empleo, le pagan cerca de 155 dólares mensuales, más el tiempo extra, y una habitación y las comidas. Su objetivo es quedarse un poco más de tiempo para ahorrar dinero suficiente para construir una casa en su pueblo.

Cada semana, sus hijos la llaman y le preguntan que cuándo regresa. Cada semana, les dice: “Pronto”.

Western Union manda agentes directamente a la planta. Los emigrantes bangladesís de todo el mundo enviaron 15,000 millones de dólares en remesas a sus lugares de origen el año pasado. Remplazar a obreros como ella con refugiados sirios, dicen algunos economistas, sería como robarle a Pedro para pagarle a Pablo; a recompensar a quienes huyen de la guerra en detrimento de otros que huyen de la pobreza.

No lejos de la zona industrial, recargados en filas de pepinos en una vasta granja cercana a la frontera siria, había trabajadores inmigrantes, procedentes de Egipto, Pakistán y Siria, además de unos cuantos jordanos. En mayo, tras la flexibilización de las normas laborales, Yamal Muhamad Zoabi, el dueño de la granja, obtuvo permisos para más o menos 100 sirios que solían trabajar con él ilegalmente.

Hadahed, la abuela, era una de ellos, quien tomó el lugar de su hijo después de que la policía lo detuvo por trabajar sin permiso, durante una redada el año pasado. Lo deportaron de regreso a Hama, la provincia siria ahora controlada parcialmente por el Estado Islámico.

Agotada, enferma, que algunos días le da vueltas la cabeza por el calor, Hadahed sostiene a su nuera, a dos nietos y a ella con su sueldo de 270 dólares mensuales. No tiene opciones. Cada vez que habla con su hijo por teléfono, él le advierte: “Sea lo que sea que hagas, no te regreses”.

Zoabi, el agricultor, sabe algo sobre los peligros de la vida del otro lado.

Antes de la guerra, cultivaba sandías en Siria. Regresó el año pasado a cobrar un dinero que le debían, solo para que combatientes del Estado Islámico lo detuvieran en un retén, contó. Zoabi dijo que lo detuvieron seis horas. Lo hicieron ver cuando decapitaban a una familia completa y tiraban las cabezas dentro de un congelador.

Zoabi dijo que les había pagado cerca de 3,000 dólares para que lo dejaran irse. “Fue el peor viaje de mi vida”, recordó. “Imagínese vivir allá”.

Somini Sengupta
© 2016 New York Times News Service