García Lorca y la imagen de la muerte

Al ser la muerte tema del romanticismo y él un romántico, no es de extrañar que Federico García Lorca haga rodar por su poesía los claroscuros de la fatalidad, como puede advertirse en el análisis de los cuentos “Muerte de Antoñito el Camborio” y “La Aurora”. La tragedia discurre lo mismo por las riberas del Guadalquivir que entre los cañones sombríos que separan los rascacielos de Nueva York.

En ambos poemas la muerte es el personaje de la Pena “que no tiene que ver con la melancolía ni con la nostalgia ni con ninguna aflicción o dolencia del alma”, como admite el propio García Lorca en Romancero Gitano. La Pena (así, con mayúscula) que puebla sus poemas y que en todo caso tiene que ver, como él afirma: “con el misterio que la rodea y que no puede comprender”. La muerte del Camborio de dura crin simboliza la esencia dramática de lo andaluz vista a través de los ojos de un joven “en trémula melodía desesperada” en tanto que en “La Aurora”  la fatalidad evoca los momentos aciagos de Nueva York tras la debacle bursátil del 29, que nuestro poeta vivió en carne propia.

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El contraste de imágenes en ambos poemas se enriquece con lo anecdótico que caracteriza la poesía lorquiana en oposición a la forma tradicional del romance que, según las palabras del propio García Lorca, “había permanecido estacionario”, en tanto que, colores tan vívidos como en la sangre y los medallones transmiten emociones y sonidos de negras palomas que chapotean las aguas podridas y le dan ritmo y flujo a la narrativa.

No obstante el “dualismo omnipresente” que caracteriza la obra de García Lorca conviene aclarar lo que el propio Castro Arenas resalta que el poema inspirado en Nueva York en el sentido de que éste se aleja de la “temática hispánica tradicional del autor”, en oposición al primer poema, como se ha mencionado. Hay que recordar que las dos obras analizadas surgen de momentos imaginarios distintos, uno de ellos tiene que ver con el drama de la guerra intestina de España y el otro con el viaje de García Lorca por América del Norte.

Un poeta extranjero, provinciano, sujeto a los estímulos y las imágenes de la gran metrópoli, por no decir a sus tentaciones, hace explotar su arsenal de emociones en un ambiente más libre pero no menos hostil que el de su propia tierra.

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Los “duendes” y su naturaleza se sumergen en “La aurora de Nueva York”, donde Los primeros que salen comprenden con sus huesos; y así lo hacen también en las entrañas del narrador de “Muerte de Antoñito el Camborio” que invoca su propio nombre, para apelar al sino inevitable.

¡Ay Federico García,

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llama a la Guardia Civil!

Ya mi talle se ha quebrado

como caña de maíz.

Evidentemente, es la preocupación de Federico García Lorca por la muerte una constante en su poesía, lo que le contradice cuando confiesa a Luis Bagaría que si no le causó desasosiego el haber nacido, tampoco le produce desazón perder la vida. Una cruel paradoja para una mente brillante que no pasó de los 38 años.