Historia del engaño blanco

© 2016 New York Times News Service

En 1962, 85 por ciento de los estadounidenses blancos le dijeron a Gallup que los niños negros tenían una oportunidad tan buena como los niños blancos de obtener una buena educación. Al año siguiente, en otro sondeo de Gallup, casi la mitad de los blancos dijo que los negros tenían las mismas buenas oportunidades que los blancos de obtener un empleo.

- Publicidad-

En retrospectiva, podemos ver que estas creencias blancas eran ilusorias, y en otras preguntas de sondeos los blancos reconocieron despreocupadamente actitudes racistas. En 1963, 45 por ciento dijo que presentarían objeciones si algún familiar invitara a una persona negra a casa para la cena.

Esta complacencia entre nosotros, estadounidenses blancos, ha sido una constante histórica. Incluso en la última década, casi dos tercios de los estadounidenses blancos han dicho que los negros son tratados justamente por la policía, y 4 de cada 5 blancos ha dicho que los niños negros tienen la misma oportunidad que los niños blancos de obtener una buena educación. En resumen, la historia de las actitudes de estadounidenses blancos hacia la raza siempre ha sido de autoengaño.

Justamente como e 1963, cuando muchos blancos de buenas intenciones miraban a su alrededor y no podían ver algún problema, muchos blancos bienintencionados miran a su alrededor actualmente, ven un presidente negro, y declaran resuelto el problema.

- Publicidad -

Ese es el fondo de tensiones raciales que envuelve a Estados Unidos hoy día.

Por supuesto, se han dado progresos. En 1939, 83 por ciento de los estadounidenses creía que los negros deberían ser mantenidos fuera de vecindarios donde vivían personas blancas. Pero si una lección de esa vieja cifra es que hemos logrado progreso, otra es lo fácil que es para una mayoría “otrorizar” a minorías en formas que, en retrospectiva, a todos nos parecen repugnantes.

- Publicidad -

Con toda imparcialidad, la evidencia también muestra engaños negros. Sin embargo, lo que llama la atención al mirar hacia atrás a datos históricos es que los negros no exageraron la discriminación, pero le restaron importancia.

En 1962, por ejemplo, la mayoría de negros dijo que los niños negros tenían las mismas oportunidades educativas que los niños blancos, y casi una cuarta parte de la población negra dijo que tenían las mismas oportunidades laborales que los blancos. Eso fue ridículo; la historia no ha desacreditado las quejas de personas negras pero, más bien, ha mostrado que fueron tenues.

Mi corazonada es que nosotros, de la misma forma, veremos en retrospectiva y concluiremos que los llamados actuales por justicia racial, en cualquier caso, subestiman el problema; y que el Estados Unidos blanco, sin consideración a sus buenas intenciones, es asombrosamente ajeno a la generalizada desigualdad.

Casualmente el cirujano de traumatología que manejaba la sala de emergencias de Dallas el jueves pasado, cuando siete agentes de policía fueron llevados con heridas de bala, es un hombre negro, Brian Williams. Peleó por salvar las vidas de esos oficiales y lloró por aquéllos a los que no pudo ayudar. Pero en otros contextos, él le teme a la policía: le dijo a Prensa Asociada (AP) que después de una parada de tránsito había sido extendido totalmente sobre el cofre de un auto de policía.

Williams demuestra su admiración hacia oficiales de policía pagando a veces sus cuentas en restaurantes, pero también expresó sus sentimientos hacia la policía de la siguiente forma al diario Washington Post: “Yo los apoyo. Los defiendo. Yo los cuidaré. Eso no significa que no les vaya a temer”.

Esa es una narrativa a la que muchos estadounidenses blancos son ajenos. La mitad de los estadounidenses blancos hoy día dice que la discriminación hacia los blancos es un problema tan grande como la discriminación en contra de negros. ¿De verdad? Eso contradice abrumadora investigación que muestra que los negros tienen mayores probabilidades de ser suspendidos de preescolar, de ser enjuiciados por consumo de drogas, de recibir sentencias más largas, de ser discriminados en vivienda, de que les nieguen entrevistas laborales, de ser rechazados en consultorios médicos, de sufrir prejuicio en casi cada sector medible de la vida diaria.

En mi mente, una indignidad incluso mayor de los derechos civiles en Estados Unidos que abusos de algunos oficiales de policía pudiera ser un sistema educativo que envía de rutina a los estudiantes negros más necesitados a escuelas de tercera con escasez de fondos, al tiempo que dirige abundantes recursos a escuelas ricas de blancos.

“Si Estados Unidos va a ser Estados Unidos, tenemos que participar en una conversación más larga que solo el sistema de justicia penal”, nota Darren Walker el presidente de la Fundación Ford. “Si se llegara a estudiar la mayoría de las instituciones que sostienen nuestra democracia – educación superior, educación hasta la preparatoria, el sistema de vivienda, el sistema de transportación, el sistema de justicia penal – se encontrará racismo sistemático incrustado en esos sistemas”.

Sin embargo, Walker es un optimista, en parte debido a su propia trayectoria. En 1965, como niño negro en la Texas rural, fue capaz de registrarse en el programa Head Start poco después de que se fundara… y todo cambió. “Transformó mi vida y creó posibilidades para mí y una senda de planeación”, dice. “Esto me suministró una vida que yo nunca habría imaginado”.

Como sugiere la travesía de Walker, nosotros tenemos herramientas que pueden ayudar, aunque, por supuesto, la desigualdad racial es compleja, pues involucra no solo discriminación sino también empleos, educación, estructura familiar y más. Un punto de partida para nosotros, blancos, es despertar de nuestros engaños masivos en marcha, reconocer que en la práctica las vidas negras no han importado tanto como las vidas blancas, y que esto es una afrenta a los valores que todos profesamos creer.

Nicholas Kristof
© The New York Times 2016

Póngase en contacto con Nicholas Kristof en Facebook.com/Kristof, Twitter.com/NickKristof o por correo postal escribiéndole a: The New York Times, 620 Eighth Ave., New York, NY 10018.