Si importa el plomo negro

© 2016 New York Times News Service

Donald Trump sigue alegando que “la delincuencia en zonas pobres del centro de ciudades está llegando a niveles históricos”, prometiendo salvar a los negros estadounidenses de la “matanza”. De hecho, este apocalipsis urbano es producto de su imaginación; la delincuencia urbana está efectivamente en niveles históricamente bajos. Sin embargo, él no es la clase de persona que se interesa por otro veredicto del tipo de “Sorprendido mintiendo” de PolitiFact.

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Sin embargo, algunas cosas, por supuesto, difícilmente están bien en nuestras ciudades, y hay mucho que deberíamos estar haciendo para ayudarles a comunidades negras. Podríamos, por ejemplo, dejar de inyectarle plomo a la sangre de sus hijos.

Ustedes pudieran creer que estoy hablando de la crisis del agua en Flint, Michigan, que justificablemente causó indignación nacional previamente en el año, solo para desvanecerse de los titulares periodísticos. Sin embargo, Flint fue solo un ejemplo extremo de un problema mucho mayor. Además, es un problema que debería formar parte de nuestro debate político: Nos guste o no, envenenar a niños es un tema partidista.

Ciertamente, hay mucho menos envenenamiento por plomo actualmente en Estados Unidos que el registrado en lo que partidarios de Trump consideran los buenos días de antes. De hecho, algunos analistas creen que la contaminación menguante de la contaminación por plomo ha sido un importante factor en el descenso de la delincuencia.

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Sin embargo, acabo de estar leyendo un nuevo estudio por parte de un equipo de economistas y expertos de salud confirmando el consenso creciente, en el sentido que incluso bajos niveles de plomo en el torrente sanguíneo de niños tienen considerables efectos adversos sobre el desempeño cognitivo. Además, la exposición al plomo sigue estando fuertemente correlacionada con crecer en un hogar en desventaja.

Pero, ¿cómo puede estar ocurriendo esto en un país que alega creer en la igualdad de oportunidades? Tan solo en caso que no sea obvio: los niños que están siendo envenenados por su ambiente no tienen las mismas oportunidades que los niños que no sufren esto.

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Para una perspectiva mayor, he estado leyendo el libro de 2013 “Guerras del plomo: La política de ciencia y destino de la infancia estadounidense”. El relato que cuenta el libro no es, con honestidad, tan sorprendente. Sin embargo, sigue siendo deprimente. Esto porque durante generaciones hemos sabido del daño que causa el plomo; sin embargo, la acción llegó solo lentamente y sigue estando altamente incompleta hoy día.

Se puede adivinar cómo ocurrió. La industria del plomo no quería ver constreñido su negocio por molestas regulaciones, así que le restó importancia a la ciencia al tiempo que exageró ampliamente el costo de proteger a la población… estrategia demasiado familiar para cualquiera que haya seguido debates que van desde la lluvia ácida, pasando por el ozono, hasta el cambio climático.

Sin embargo, en el caso del plomo, hubo un elemento adicional de responsabilizar a las víctimas: afirmando que el envenenamiento por plomo era solo un problema entre ignorantes “familias negras y puertorriqueñas” que no reparaban sus viviendas para cuidar de sus hijos.

Esta estrategia tuvo éxito para demorar acciones durante décadas; décadas que dejaron un legado literalmente tóxico en la forma de millones de hogares y apartamentos cubiertos con gruesas capas de pintura de plomo.

La pintura con plomo fue retirada finalmente del mercado en 1978, pero después intervino la ideología. La administración Reagan insistió en que el gobierno siempre era un problema, nunca la solución; y si la ciencia apuntaba a problemas que necesitaban una solución del gobierno, era momento de negar la ciencia e intimidar a los científicos, o cuando menos asegurarse que paneles que ayudaban a fijar la política oficial estuvieran repletos de promotores orientados a la industria. La administración de George W. Bush hizo lo mismo.

Lo cual nos devuelve a la escena política de estos tiempos. Considerando todo lo demás que llenaba las ondas radiales, pudiera ser difícil concentrarse en el envenenamiento por plomo, o en temas ambientales en general. Sin embargo, existe una enorme diferencia entre los candidatos, y los partidos, con respecto a dichos temas. Además, es una diferencia que tendrá importancia sin consideración a lo que ocurra con el Congreso: buena parte de la política ambiental consiste en decidir cómo se aplican leyes existentes, para que si Hillary Clinton se convierte en presidenta, ella pueda tener influencia sustancial incluso si enfrenta la obstrucción de un Congreso republicano.

Y el cisma partidista es exactamente lo que se esperaría.

Clinton ha prometido que “quitará el plomo de todas partes” dentro de cinco años. Es probable que ella no sea capaz de convencer al Congreso de que pague esa ambiciosa agenda, pero todo en su historia, particularmente su enfoque durante varias décadas sobre la política familiar, sugiere que ella haría un serio esfuerzo.

Del otro lado, Trump… ah, no tiene importancia. Perora en contra de regulaciones gubernamentales de todo tipo, y uno puede imaginar lo que sus amigos de bienes raíces pensarían de que los obligaran a sacar el resto del plomo de sus edificios. Ahora, quizá podría ser convencido por la evidencia científica de hacer lo correcto. Además, quizá se le pudiera convencer de convertirse en monje budista, lo cual parece más o menos igualmente probable.

El punto es que el cisma sobre el plomo debería verse no solo como importante en sí, sino como un indicador de lo que está en juego más ampliamente. Si usted cree que la ciencia debería informar a la política y que los niños deberían ser protegidos del plomo, bien, esa es una posición partidista.

Paul Krugman
© The New York Times 2016