Improbable que escándalo de dopaje opaque al presidente Ruso

Iván Nechepurenko, Alexandra Odynova y Lincoln Pigman contribuyeron con información.

© 2016 New York Times News Service

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MOSCÚ – Vladimir V. Putin acogió los deportes como una metáfora para una Rusia resurgente poco después de que él se volviera presidente, declarando mientras enviaba a los atletas a los Juegos Olímpicos de 2000: “Las victorias en el deporte logran más por cimentar la nación que 100 lemas políticos”.

A menudo un fiel discípulo de su crianza soviética, Putin ha codiciado la gloria olímpica en particular. Hizo un pedido personal nada usual al Comité Olímpico Internacional para llevar los juegos Invernales de 2014 a la ciudad vacacional de Sochi, en el mar Negro, invirtiendo después la pasmosa suma de 51,000 millones de dólares al evento. Cuando Rusia se llevó 33 medallas – siete más que cualquier otro país -, el público su escepticismo del principio y Sochi se convirtió en un triunfo personal y nacional para Putin.

Ahora, un escándalo desbordante de dopaje amenaza con deshacer ese triunfo, con todo el equipo olímpico de Rusia ante la perspectiva de una prohibición de los próximos Juegos de Verano en Río de Janeiro, e incluso las mismas medallas de Sochi terminando bajo nuevo escrutinio.

Sin embargo, analistas rusos dijeron que es improbable que Putin termine severamente marcado, ya que él maneja la crisis con su vía doble estándar: un mensaje de al menos modesta cooperación para la comunidad internacional, al tiempo que le da a los rusos la línea usual de que Occidente está conspirando perpetuamente en contra de ellos.

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El escándalo deportivo es tan solo el más reciente en una serie de escaramuzas entre el Kremlin y Occidente, a medida que Putin intenta revivir el papel de Rusia como una fuerza global. Otros incluyen la intervención militar de Rusia en Siria para apuntalar al Presidente Bashar Assad; el derribo de un avión de pasajeros civiles sobre Ucrania que ha sido atribuido ampliamente a rebeldes con respaldo de Rusia; la toma de Crimea; y leyes nacionales vistas como opresión de la disensión y el fomento de la homofobia, entre otros males.

La respuesta del Kremlin hasta ahora a la polémica del dopaje ha sido un tanto reservada, ya que Putin, sin duda, espera seguir siendo capaz de enviar los 387 atletas de Rusia a Río de Janeiro. Además, es probable que él quiera evitar una escalada de tensiones nuevamente, justamente como parece que las sanciones económicas de Occidente, impuestas en 2014 en torno a la crisis en Ucrania, pudieran no extenderse.

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La Dependencia Mundial Antidopaje, DMA, emitió un informe este lunes condenando un programa generalizado de dopaje a lo largo del deporte ruso, patrocinado por el gobierno, con base en testimonio del ex director del laboratorio nacional antidoping de Rusia. Rápidamente, Putin emitió una declaración prometiendo que Rusia suspendería a los oficiales nombrados en el informe DMA y conduciría su propia investigación; incluso al tiempo que sugería que todo el asunto era una cacería de brujas política, orquestada por Estados Unidos.

Se ha prohibido a la totalidad del equipo de atletismo de Rusia competir en Río, el castigo más severo por dopaje en la historia olímpica.

Pese a la importancia del deporte en la sociedad rusa y para el personaje de Putin, analistas dijeron que probablemente los ciudadanos rusos no iban a responsabilizar a su líder por el escándalo.

“Se percibe a Sochi como un éxito incuestionable”, dijo Alexei Makarkin, subjefe del Centro de Tecnologías Políticas, organización de investigación en Moscú. “La gente cree en eso como religión, y percibe críticas al respecto como una forma de infidelidad”.

Desde la era soviética, los rusos han considerado superar reglas que obstaculizaba sus vidas como algo similar a una forma de arte, así que el público rara vez se impacta cuando resulta que instituciones del gobierno hacen lo mismo.

“Los extranjeros están indignados y sorprendidos de que el gobierno ruso interfiera en deportes de una manera tan flagrante”, escribió el periodista Georgy Yans en una columna en línea para la estación de radio Ekho Moskvy. Los rusos están acostumbrados a esto, dijo, comparándolo con la falsificación de resultados electorales, fenómeno nacional que conlleva pocas consecuencias.

Los rusos también han estado condicionados largamente a ver los deportes como una extensión de competencia global, con oponentes dispuestos a hacer lo que sea por ganar. “Los deportes han sido fuente de orgullo nacional desde tiempo soviéticos”, dijo Makarkin. “El deporte es una imitación de la guerra: es pacífico, sin armas, pero hay una feroz rivalidad en él. El deporte demuestra que Rusia es una gran potencia”.

Como ejemplo, previamente en el año, la reputación de Rusia en deportes internacionales recibió un duro golpe a causa de la violencia perpetrada por hooligans rusos durante el torneo de la Eurocopa en Francia, con tres hombres rusos recibiendo largas sentencias en prisión.

Pero, de vuelta en casa, los hombres encarcelados se ganaron elogios. Un funcionario del Parlamento publicó en Twitter: “No puedover gran importancia en un altercado entre hinchas. Por el contrario, nuestros muchachos hicieron un buen trabajo. ¡Bien hecho!”

En Rusia el escándalo que reverberó durante semana fue que la selección nacional había sido eliminada en la etapa de grupo del torneo.

Putin se ha identificado personalmente con la destreza deportiva. Sus amigos más cercanos datan de sus días dominando el judo cuando era un hombre joven en San Petersburgo, y empezó a jugar hockey – el deporte más popular en Rusia – después de volverse presidente.

Esta vez, analistas dijeron esperar que el Kremlin convierta en chivos expiatorios a unas pocas personas para contener el daño, pero que la reacción más amplia de Rusia ante sanciones de deportes extranjeros seguiría un patrón similar a lo que se vio con las sanciones económicas: Responsabilicen a Washington.

Las acusaciones de una conjura estadounidense ya son generalizadas.

“Probablemente Estados Unidos está detrás de esto”, declaró Dimitri Svishchev, el director del comité del deporte en la Duma, la cámara baja del Parlamento de Rusia, a la agencia de noticias Interfax. “Es muy similar a las sanciones económicas introducidas en contra de nosotros; unos pocos países unidos en contra de nosotros usando alguna excusa y datos sin confirmar”.

Los escépticos dijeron que el grupo antidopaje había presentada escasas pruebas, y se quejaron de que la reputación de todos los atletas rusos se estaba opacando injustamente con la misma vara.

Con respecto al tema del dopaje, dijo Markakin, los rusos están divididos en dos grupos: aquellos que creen que los atletas rusos son inocentes, y quienes creen que, si son culpables, ellos estaban haciendo simplemente lo que hace el resto del mundo.

Esta forma de “¿y qué tal?…” ha abundado bajo Putin: a menudo, él responde a críticas de Rusia sugiriendo que Estados Unidos es peor.

En su declaración del lunes, Putin advirtió sobre los peligros de un “cisma” del tipo que se registró en el boicot occidental de la Olimpiada de Verano de 1980 en Moscú, y después cuando la Unión Soviética evitó los Juegos de Los Ángeles cuatro años más tarde. En esa época, la Unión Soviética organizó los Juegos de la Amistad como alternativa.

Algunos en Rusia se han pronunciado por una respuesta similar ahora. Vsevolod Chaplin sacerdote ruso ortodoxo de alto perfil, escribió una columna en el sitio del tabloide Life.Ru sugiriendo que Rusia debería crear su propio evento atlético con base en la “destreza marcial” en vez de las “normas utópicas y casi pacifistas” del movimiento olímpico.

Aparte de formar el orgullo nacional y el respeto internacional, los deportes han reforzado un tercer pilar del gobierno de Putin. Ser seleccionado como anfitrión de la Olimpiada y otros eventos como la Copa Mundial de futbol 2018 significó comisionar megaproyectos que alimentan la red de clientelismo de la élite para seguidores del Kremlin.

Si ese tipo de proyectos fueran una metáfora de prestigio durante la era soviética, en la Rusia postsoviética se han convertido en un frenesí alimenticio para compinches del Kremlin. En Sochi, un solo camino costó 8,000 millones de dólares, casi lo que pagó Vancouver, Columbia Británica, por la totalidad de la Olimpiada de Invierno en 2010. (A veces, Putin se refiere a las empresas que construyen megaproyectos como “campeones nacionales” y distribuye medallas a sus propietarios.)

Boris Nemtsov, político de la oposición que fue asesinado en 2015, se refirió alguna vez a Sochi en términos de “un festival de corrupción”, estimando que los contratistas habían esquilmado cuando menos la mitad de los costos.

Unas pocas voces han exigido que el gobierno influya sobre el escándalo más reciente para limpiar el deporte ruso. Pavel Kopachev y Alexei Avdokhin, ambos periodistas deportivos, se quejaron de que atletas y entrenadores involucrados en dopaje nunca sufren consecuencia alguna, notando que una esquiadora fue despojada alguna vez de su medalla pero la recompensaron más adelante con un asiento en el consejo regional de Moscú.

Como en tiempos soviéticos, el gobierno prodiga espaciosos apartamentos sin costo y automóviles de lujo a la élite de atletas del país.

“La avalancha de escándalos de dopaje en Rusia es 90 por ciento política, el resto es nuestra culpa”, escribieron Kopachev y Avdokhin. “Es importante hablar sobre esta falla. No silenciar la catástrofe que se aproxima con histeria, no asentir al televisor en busca de quiénes culpar (‘¡los estadounidenses, por supuesto!’), sino ver los problemas en nosotros mismos”.

Durante la Guerra Fría, las medallas olímpicas se volvieron parte de la competencia entre ideologías capitalista y comunista. Ya desapareció el aspecto ideológico, pero las tensiones se han reformateado.

“El dopaje es una forma de alcanzar victorias en el deporte”, escribió Andrei Kolesnikov, del Centro Carnegie de Moscú, en un artículo de opinión para el sitio noticioso en línea RBU.ru. “Para Rusia, las victorias en el deporte son cuestión de importancia nacional. El deporte forma parte de nuestro ‘poder suave'”.

Neil Macfarquhar
© The New York Times 2016