Incluso sin estallar, cuatro bombas de hidrógeno del 66 asustan a aldea española

“Solo estaba pensando en qué objetos podrían resultar útiles”, dijo. “Me gustaba pescar, y esas correas del paracaídas, delgadas pero muy firmes, eran evidentemente perfectas para ser convertidas en un cinturón de lastre para bucear”.

Como muchos en Palomares, González Navarro, ahora de 71 años de edad, se imaginó que había sido testigo de un accidente aéreo militar. Pero no estaba consciente de que un bombardero de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y un jet de reaprovisionamiento habían chocado, dejando caer cuatro bombas de hidrógeno en Palomares. Aunque las ojivas no detonaron, dos de las bombas se destrozaron, dispersando plutonio sobre la aldea.

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Mientras miembros del servicio de Estados Unidos se están quejando de que el apresurado esfuerzo de limpieza llevado a cabo por los militares puso en peligro su salud, muchos en Palomares lamentan el daño que el incidente ha causado a su comunidad.

“Vivir en un sitio radioactivo que nadie realmente ha querido limpiar nos atrajo mucha mala publicidad y ha sido algo que ha pendido sobre nuestra cabeza como una espada de Damocles”, dijo Juan José Pérez Celdrán, un ex alcalde de Palomares. Durante años después del choque, los jitomates, lechugas y sandías locales no llevaron ninguna etiqueta de Palomares debido al estigma asociado con el lugar.

Y el esfuerzo de limpieza continua medio siglo después.

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En 1966, tropas estadounidenses removieron unos 5,000 barriles de tierra contaminada después del accidente y declararon completa la limpieza. Pero hace alrededor de una década, las autoridades españolas encontraron niveles elevados de plutonio en unas 40 hectáreas. Algunas de las áreas de alta radioactividad casi tocaban casas privadas, así como campos e invernaderos. Científicos del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), la agencia nuclear española, cercaron las secciones más peligrosas y empezaron a presionar a Estados Unidos para que retirara casi 50,000 metros cúbicos de tierra radioactiva, mucho más de lo que se retiró inmediatamente después del accidente.

En 2009, el entonces ministro de Relaciones Exteriores de España, Miguel Ángel Moratinos, envió una nota confidencial a la entonces secretaria de Estado de Estados Unidos Hillary Clinton advirtiendo que la opinión pública española podía volverse contra su país si España revelaba un estudio sobre la contaminación de Palomares, según una nota contenida en los documentos de WikiLeaks y publicada en ese entonces por el periódico El País. A principios de 2011, la canciller española de ese entonces, Trinidad Jiménez, dijo ante el Senado español que la limpieza de Palomares era “una prioridad”.

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En octubre, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, firmó un memorando de entendimiento en Madrid prometiendo finalmente hacer regresar a Palomares al estado que tenía antes de 1966.

España y Estados Unidos coinciden en que más de medio kilo de plutonio sigue en el área _ una cantidad importante dado que menos de un microgramo puede causar cáncer _ y el Departamento de Energía de Estados Unidos ha aceptado retirar la tierra y llevarla a una instalación de almacenamiento nuclear en Estados Unidos. Un acuerdo formal sobre el tamaño de la limpieza, cuando empezará y quién la pagará sigue en negociación.

Las consecuencias de salud a largo plazo del accidente para los residentes de Palomares siguen siendo confusas.

Muchos habitantes consideran exageradas las advertencias de radiación, pero otros adoptan una opinión cínica de por qué las autoridades estadounidenses y españolas les han dejado vivir en un área contaminada por décadas. “Simplemente nos están usando como conejillos de Indias, para ver lo que sucede a las personas que viven en un área contaminada”, dijo Francisco Sabiote, un plomero. “Nos dicen que todo está bien, pero también que es necesario retirar más tierra. Así que si eso es realmente necesario, ¿por qué tanto esperar?”

De los 11 miembros de la tripulación de los dos aviones, siete murieron. Pero para la mayoría de los aldeanos, lo que prevaleció no fue una sensación de tragedia sino una mezcla de desconcierto y alivio de no haber resentido el golpe directamente. Y una vez que los miembros del servicio estadounidense se hicieron cargo de Palomares, compartiendo sus cigarrillos y cervezas con los aldeanos, “esto casi tomó la atmósfera de una fiesta”, dijo González Navarro.

Desde el accidente, una muestra de los 1,700 residentes de Palomares ha sido verificada cada año en busca de radioactividad en Madrid, bajo la supervisión de la agencia nuclear federal. Maribel Alarcón, una funcionaria del ayuntamiento, dijo que la recomendación de Madrid era que cada residente sea sometido a exámenes cada tres años. Ella fue examinada hace tres años, con resultados negativos.

Muchos residentes, sin embargo, dijeron que habían dejado de ser sometidos a pruebas hace más de una década. Sabiote, de 27 años de edad, dijo que la última vez que viajó a Madrid para un examen médico fue cuando tenía 12 años y no tenía planes de regresar. “Todos tenemos que morir un día de algo”, dijo, encogiéndose de hombros.

José Herrera Plaza, un periodista español que recientemente publicó un libro sobre Palomares, dijo que el accidente tuvo un profundo “impacto hibakusha” sicológico, haciendo referencia al término usado para referirse a los sobrevivientes de las bombas nucleares estadounidenses en Japón en 1945.

“Todas las comunidades que enfrentan la contaminación, independientemente de si presentan problemas de salud reales o no, sufren y viven con una paranoia permanente”, dijo.

Raphael Minder
© 2016 New York Times News Service