Irak ofrece a familias afligidas el consuelo de la rápida muerte de los combatientes del estado Islámico

Falih Hassan reportó desde Bagdad y Tim Arango desde Beirut. Omar al-Jawoshy contribuyó reporteando desde Bagdad.

BAGDAD _ Cuando iraquíes agobiados por la pena celebraron una vigilia con velas la noche del domingo en el sitio de un enorme atentado con auto bomba que causó la muerte de más de 150 personas, trabajadores que usaban a menudo las linternas de sus teléfonos celulares seguían retirando cuerpos de entre los escombros.

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Conforme el domingo daba paso a la mañana del lunes, con los cuerpos aún sin sepultar, algunos empezaron a expresar su pesar a través de la política, ondeando carteles que enlistaban a los muertos y demandando la renuncia de funcionarios, incluido el primer ministro Haider al-Abadi.

El ataque en un área comercial en el barrio de Karada fue el más mortal en Bagdad en muchos años, y después de que se conozca el recuento final de muertos pudiera convertirse en el más mortal de la historia.

Sangriento como fue, el atentado explosivo en Bagdad fue el peor de una ola de actos terroristas mundiales en los últimos días atribuidos a militantes alineados con el Estado Islámico. Al parecer no conectados con algún propósito político y con la intención de matar indiscriminadamente, sea por medio de disparos, explosiones o, en el caso de un restaurante en Bangladesh, un arsenal que incluyó espadas, la violencia ha cruzado las líneas de las religiones, las identidades nacionales, las edades y las profesiones.

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La violencia afectó a personas de todas partes del mundo. Más de 40 murieron en el principal aeropuerto de Estambul la semana pasada; sauditas, iraquíes y ciudadanos de Irán, China, Túnez y Ucrania, aunque la mayoría fueron turcos. Entre los muertos hubo taxistas, un intérprete que ayudaba a turistas, un agente aduanal y un empleado del aeropuerto que se casaría a fines de esta semana.

En Bangladesh, jóvenes, muchos de ellos de círculos privilegiados, usaron pistolas, bombas, navajas y espadas en una agresión contra extranjeros en un restaurante popular la noche del viernes. Mataron a 20 rehenes, muchos de forma horrible, incluidos nueve italianos, una de ellos embarazada, siete planificadores urbanos originarios de Japón, una mujer bangladeshí que trabajaba para galerías de arte, una mujer india de 19 años de edad que asistía a Berkeley y dos agentes policiales.

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En Irak, las víctimas eran todas iraquíes. El Ministerio de Justicia emitió una declaración ofreciendo condolencias a “las familias de las víctimas en la explosión terrorista de Karada”. Desesperado por responder al duelo y la ira del público, Al-Abadi trató de mitigar el deseo de venganza de los iraquíes prometiendo acelerar las ejecuciones de militantes del Estado Islámico en el corredor de la muerte.

Al-Abadi también anunció una serie de nuevas medidas de seguridad, más prominentemente una orden de que la policía y los soldados iraquíes dejen de usar detectores de bombas que hace tiempo se determinó eran falsos. Los aparatos tipo varita mágica han sido usados durante años en los retenes de Bagdad, y han sido motivo de burla para un público enojado por la incapacidad del gobierno para proteger a sus ciudadanos. En 2013, un británico fue condenado por fraude y sentenciado a 10 años de prisión por vender los dispositivos falsos con valor de millones de dólares al gobierno iraquí.

Sin embargo, la mañana del lunes la policía seguía usando los dispositivos en los retenes en todo Bagdad, subrayando lo poco que cambian las cosas, aun cuando Irak se ha visto consumido por la violencia durante más de una década. Apenas este año, hasta junio, casi 5,000 civiles y fuerzas de seguridad iraquíes han muerto en el conflicto y ataques militantes, según Naciones Unidas.

Las protestas han sido bastante débiles hasta ahora, y el duelo por los muertos sigue siendo la emoción abrumadora para los iraquíes. Eso ha permitido un poco de espacio para respirar a Al-Abadi, un chiita que se convirtió en primer ministro en 2014 con el respaldo de funcionarios de Estados Unidos que creían que podía unir al país ante una arremetida por parte de extremistas sunitas del Estado Islámico. Sin embargo, dicen analistas, el atentado explosivo plantea un desafío político.

“Este tipo de violencia puede destruir la legitimidad del líder”, dijo Maria Fantappie, la analista para Irak del Grupo sobre Crisis Internacionales.

Con la confianza en su capacidad para unir al país y proteger a sus ciudadanos debilitada, Al-Abadi probablemente enfrentará más llamados para su derrocamiento, dijeron analistas. Tampoco se pudiera descartar el posible regreso de los manifestantes a las calles, quienes dos veces este año se lanzaron a la Zona Verde, el área segura que alberga a los edificios gubernamentales, y saquearon el parlamento.

“Pienso que será un mal verano”, dijo Fantappie de la perspectiva de más protestas.

Al-Abadi ha pasado apuros desde hace tiempo para reforzar su poder ante la oposición de otros líderes chiitas, incluido el ex primer ministro Nouri al-Maliki. Al-Maliki fue desplazado en 2014, en parte porque Washington creía que había aplicado políticas sectarias que molestaron a la minoría sunita y condujeron al ascenso del Estado Islámico.

Desde entonces, Al-Maliki ha buscado socavar a Al-Abadi y, en una entrevista con la BBC justo antes del atentado explosivo, Al-Maliki dijo que felizmente se convertiría en primer ministro de nuevo si “el país me necesita”.

Hakim al-Zamili, un legislador chiita que es el líder del Comité de Seguridad y Defensa del Parlamento, prometió una investigación del bombazo y pidió la renuncia de los funcionarios responsables de la seguridad de Bagdad.

El atentado, reivindicado por el Estado Islámico, arrebató los reflectores a la reciente recaptura de Faluya de manos del grupo militante por parte de Irak, una victoria que había dado a Al-Abadi un importante impulso político. También socavó la afirmación de Al-Abadi de que la toma de Faluya era vital porque servía como un refugio cerca de Bagdad para el ensamblaje de coches bomba.

Después de la victoria de Faluya, funcionarios iraquíes optimistas hablaron con entusiasmo de marchar sobre Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, que cayó en manos del Estado Islámico en 2014. Pero después de este ataque más reciente, esa operación pudiera postergarse, cumpliendo otro objetivo del Estado Islámico. Cada vez que el grupo militante ha perdido territorio, ha lanzado ataques en Bagdad, forzando a los funcionarios iraquíes a preocuparse por la seguridad en la capital.

El lunes seguía aumentando el recuento de muertos por el ataque, el cual ocurrió mientras los iraquíes estaban fuera disfrutando una de las últimas noches del mes sagrado del Ramadán. Habían llenado las cafeterías y las tiendas de los centros comerciales del área, comprando comida y ropa nueva para Eid al-Fitr, la celebración posterior al Ramadán, y algunos estaban viendo el partido entre Italia y Alemania en el torneo de fútbol de la Eurocopa.

Funcionarios dijeron la tarde del lunes que murieron 155 personas, y al menos 192 resultaron heridas. Pero docenas de personas seguían desaparecidas y muchos de los cuerpos estaban quemados más allá del reconocimiento.

En su declaración reivindicando su responsabilidad, el Estado Islámico afirmó que había tomado como blanco a los chiitas. Pero Karada es un reflejo de la multiculturalidad de Bagdad, con mezquitas chiitas y sunitas y una pizca de iglesias. Iraquíes de todas las identidades estuvieron entre las víctimas.

Cientos de personas se reunieron en la morgue de Bagdad el lunes para tratar de identificar los cuerpos. Una empleada de la morgue, Samar Ali, dijo que los funcionarios estaban tomando muestras de ADN de las personas con familiares desaparecidos, con la esperanza de identificar los cuerpos de otro modo irreconocibles. Dijo que el proceso tomaría al menos 16 días. “El sufrimiento de las familias durará semanas hasta que podamos identificarlos”, afirmó.

Falih Hassan Y Tim Arango
© 2016 New York Times News Service