La conciencia del votante contradictorio

© 2016 New York Times News Service

Conocí a Gary Johnson, candidato a presidente del Partido Libertario que de algún modo recientemente volvió a atraer los reflectores, hace años, en uno de esos hermosos paisajes del oeste, lleno básicamente de gente horrible: es decir, cabilderos y demás sicofantes que se adhieren a cualquier manifestación del poder.

- Publicidad-

En ese tiempo, Johnson era gobernador republicano de Nuevo México, un político como pocos con un locuaz sentido del humor, que demostraba su impaciencia con los demás políticos del oeste que adulaban a los ejecutivos de la industria petrolera. Hablamos básicamente de maratones y montañas; él ha corrido la carrera de los 42 kilómetros en menos de tres horas y también escalado la cumbre más alta del mundo, el monte Everest.

Me cayó bien de inmediato. Y desde entonces le he seguido la pista al tiempo que crece mi consideración por él. Ahora que se está postulando a la presidencia, y que las encuestas lo ponen con 15 por ciento o más en al menos 15 estados, la pregunta es si llegaría a votar por él.

Ni de chiste. Y esto lo decidí antes de que se quedara mudo en televisión nacional el jueves pasado, cuando le hicieron una pregunta sobre Siria. Johnson está en favor de muchas cosas con las que estaría de acuerdo cualquier independiente juicioso: una política exterior menos intervencionista, ponerle fin a la locura de la guerra contra las drogas, señalar el racismo de Donald Trump. Pero también está en favor de muchas cosas malas: no tomar medidas urgentes contra el cambio climático, recortes en la asistencia médica para los más necesitados, revocar las regulaciones de Wall Street.

- Publicidad -

En un ciclo electoral común y corriente, un ciudadano de conciencia podría votar por Johnson y sentirse bien consigo mismo. Pero este año, con una elección tan cerrada, cualquier voto por Johnson de ciudadanos independientes o demócratas podría hacer que esa persona sintiera culpa toda su vida por haberle entregado el mundo entero a Trump. La presidencia de Trump, como bien advirtió Tony Schwartz, que le escribe sus discursos, podría “significar el fin de la civilización”.

Es digno de elogio que Johnson haya dejado de fumar mariguana durante su campaña por la Casa Blanca. “Quiero estar completamente concentrado en mi juego”, afirma. Pero con demasiada frecuencia ofrece ese gesto del drogado cuando se le pregunta en favor de qué está y simplemente responde que hay que buscarlo en Google. Pero si lo buscamos en Google muy probablemente encontremos algo acerca de la mariguana y la recomendación de que busquemos a Johnson en Google.

- Publicidad -

Esta no es una campaña seria. Pero, insisto, en lo personal, Johnson me parece refrescante, como lo demostró con su reacción a su metedura de pata con la pregunta sobre Siria. Él dijo que su respuesta había eliminado “toda duda de que no fuera humano”. Y estoy suponiendo que Johnson le está robando ligeramente más votos a Hillary Clinton que a Trump. Pero si alguien se inclina por Trump, yo le rogaría que hiciera todo lo posible por transferirle sus lealtades al afable de Gary Johnson.

Bueno, entonces, ¿qué podemos decir de Jill Stein, la candidata del Partido Verde? En las encuestas, ella está en la zona por debajo del 10 por ciento, pero aun así podría llevarse más de los 2.9 millones que recibió Ralph Nader en 2000. ¿Se acuerda de esos fans de Nader que insistían en que no había ninguna diferencia entre Al Gore y George W. Bush? El mundo es un lugar más triste y mucho más trágico debido en parte a los “naderistas” que ayudaron a inclinar la balanza en favor de un hombre que, al igual que Trump, solo está seguro de una cosa: su ignorancia supina. Olvídese del jaleo de Florida. En tan solo un estado, Nueva Hampshire, el voto de Nader fue suficiente para darle la presidencia a Bush.

Stein ha dicho que pondría a Edward Snowden en su gabinete pues, supongo, con ella no habría ningún secreto de estado. Su compañero de fórmula, Ajamu Baraka, ha dicho que el presidente Barack Obama es un “Tío Tom”. Stein es una candidata de protesta y, efectivamente, hace poco fue arrestada durante una protesta. Es un papel honorable y le deseo lo mejor en sus protestas futuras.

Yo entiendo que la mayoría de los estadounidenses siente que el actual sistema de dos partidos nos está fallando a todos. Clinton no despierta el entusiasmo. Trump es un monstruo que miente con tanta frecuencia como otras personas se aclaran la garganta. Pero si queremos fracasos, démosle la Casa Blanca a Trump. Si la urgencia del calentamiento global es el tema que le preocupa a usted, como ciertamente les preocupa a quienes piensan votar por Stein, sepa que el voto por el Partido Verde podría ser lo que faltara para que el hombre que asegura que el cambio global es una engañifa acelere el fin de la naturaleza como la conocemos. Usted quizá se sentirá bien votando por un partido ecologista, pero el planeta no.

Le pregunté a Bill McKibben, que quizá algún día gane el premio Nobel por haber pasado años dando la voz de alarma por los cambios que podrían alterar la vida en el planeta, qué debe de hacer una persona progresista que se siente atraída por el candidato de un tercer partido.

“Mi razonamiento es que el objetivo de una elección no es encontrar a un salvador”, respondió McKibben, que apoyó al senador Bernie Sanders. Lo que importa es el movimiento hacia el cambio, agregó. Pero este año es diferente. Trump “es malo en una forma única (en la historia presidencial de Estados Unidos) que me infunde un miedo hasta la médula”.

Y ese es el argumento decisivo. Trump debería infundirle miedo a cualquiera con cerebro y corazón. Tan solo esta semana, él mostró de nuevo hasta dónde impulsaría al país hacia el lado oscuro, hablando con entusiasmo de su alma gemela Vladimir Putin y soñando en una fuerza de saqueo bajo la bandera estadounidense para robarle el petróleo al Medio Oriente. En los años por venir, todos los estadounidenses que hayan votado serán llamados a rendir cuenta por lo que hayan hecho en 2016. Nadie se salvará de eso.

Timothy Egan
© The New York Times 2016