La derecha alternativa está equivocada por completo

© 2016 New York Times News Service

RENO, NEVADA. Después de haberlo acribillado y verlo morir, Hillary Clinton no agachó la cabeza y lloró. No, ella salió con una amplia sonrisa y probó las trufas de chocolate que le ofrecieron en bandejas de oro y plata en una tienda de dulces del barrio.

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Después de haberse ido poniendo cada vez más audaz en sus actos políticos para perforar a su ex amigo Donald Trump, Clinton canalizó la canción de Johnny Cash y le dio un tiro de gracia tan devastador que los comentaristas predicen que pasará a la historia simplemente como el discurso de Reno. Una persona de la tercera edad que estaba entre la multitud levantó el puño al pasar frente a la cabina de prensa en el Colegio Comunitario de Truckee Meadows y soltó un vulgarismo para jactarse de que Clinton había pateado al candidato republicano en un lugar del cuerpo en extremo sensible.

“Por supuesto que siempre ha habido un ala paranoica en nuestra política, alimentada por el resentimiento racial”, afirmó Clinton. “Pero nunca había habido un candidato presidencial de un partido importante que la atizara, que la fomentara y que le diera un altavoz en todo el país. Hasta ahora.”

En este delirante año de campaña, Clinton ni siquiera necesita un equipo especial de investigación que extraiga cosas sucias del pasado de su rival. Ella solo tiene que quedarse quieta y esperar a que Trump abra la boca. O esperar a que intervengan los chiflados que conforman su séquito. Cuando en CNN se le preguntó a Katrina Pierson, la vocera de Trump, sobre el cambio de posición del candidato en el tema de la inmigración, ella ofreció un clásico ejemplo de sus enredadas explicaciones: “Él no ha cambiado de posición en la cuestión de inmigración. Solo cambió las palabras que está diciendo.”

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En Reno, Clinton se limitó a señalar lo obvio: Trump, que no tiene ninguna ideología fija más que el afán da ganar, ha permitido que lo conviertan en el cuerpo portador de una horrible mezcla de personas y de grupos que escupen veneno, desde el sitio Web de la extrema derecha, Breitbart News _ cuyo jefe, Stephen Bannon, ahora está ayudando a manejar la campaña de Trump _ hasta el supremacista blanco David Duke y el comentarista de radio, también de la derecha paranoica, Alex Jones.

Cuando Anderson Cooper, de CNN, le preguntó a Trump el jueves si se había afiliado al movimiento de la derecha alternativa, Trump respondió como el perfecto vehículo que no tiene ni idea de a dónde va: “No lo sé; creo que nadie sabe qué es eso.”

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Del mismo modo en que los neoconservadores utilizaron al desinformado George W. Bush como portador para instigar la guerra en Irak, de la que sacaron un incalculable beneficio económico, la derecha alternativa organizó un movimiento Ocupemos Trump para hurtar su campaña, que iba a la deriva, de manera tan audaz como cualquier ladronzuelo.

“Los racistas ahora se llaman ‘racialistas’”, explicó Clinton. “Los supremacistas blancos ahora se llaman ‘nacionalistas blancos’. El extremo paranoico ahora se llama derecha alternativa. Pero el odio sigue consumiéndolos de manera igual de brillante.”

Después leyó algunos titulares del sitio Breitbart, como “El control natal hace que las mujeres sean poco atractivas y enloquezcan” y, ante el jadeo de asombro de los asistentes, “Gabby Giffords: el escudo humano del movimiento por el control de armas”.

Señaló que Trump ha retuiteado mensajes de supremacistas blancos y repasó la lista de los grandes éxitos de la intolerancia.

Si Clinton tuviera un rival normal, sus vulnerabilidades serían mucho más evidentes. Hubiera pasado esta semana siendo vapuleada con preguntas sobre los 14,900 mensajes que la FBI recientemente descubrió en su servidor privado, tema que va a seguir dando de qué hablar a lo largo del otoño.

Pero ella no tiene un rival normal. Clinton tiene un oponente que logra destruirse a sí mismo en cada ciclo de noticias. Así pues, ella ha estado ascendiendo sobre su propia paranoia y burlándose de la paranoia de Trump, ascendiendo sobre sus notables revoltijos y dando cabriolas por el notable revoltijo de Trump.

En Reno, en lugar de tener que hablar sobre los mensajes marcados con la letra C, los clasificados como confidenciales, ella habló de una C muy diferente. Clinton refirió la demanda por discriminación presentada por el departamento de Justicia contra el empresario de bienes raíces y su padre en los años setenta. Los Trump fueron acusados de discriminación, por marcar las solicitudes de renta hechas por latinos y negros con la letra C, de “color”.

A raíz del escándalo por la relación de su marido con Monica Lewinsky, ella esquivó las preguntas sobre el procaz comportamiento de Bill invocando el espectro de la Gran Conspiración de Derecha. Ahora, ella se quita de encima las preguntas sobre su correo electrónico y los enredos éticos de su fundación invocando el espectro de la Gran Conspiración de la Derecha Alternativa.

Los extremistas siempre han salido al rescate de Hillary Clinton. Así como el procurador especial Ken Starr y los conservadores de la Cámara de Representantes obsesionados con la impugnación llevaron las cosas demasiado lejos y se volvieron el hazmerreír del pueblo sucumbiendo al síndrome de trastorno de Clinton, así la denostada derecha alternativa le ofrece a Hillary un blanco fácil que opaca todas las transgresiones de los Clinton.

Estamos ante una relación simbiótica: los Clinton se benefician, saludados y respetados por muchos demócratas y republicanos que los consideran la última línea de defensa para mantener a raya a los fascistas camisas pardas. Y la derecha alternativa está radiante de júbilo pues se le ha dado una plataforma más grande para protagonizar sus enojos.

“Gracias por las relaciones públicas gratuitas, Hillary”, comentó en Twitter un usuario que dice pertenecer a la derecha alternativa. “La derecha alternativa siempre recordará el día que la ayudaste a entrar en la verdadera derecha.”

El único que no se beneficia en todo esto es Trump, que ha sido seducido por los rugidos de la multitud mientras lo secuestraban unas fuerzas oscuras de las que él no parece tener ni idea. A fin de cuentas, la mancha se extenderá más allá del hecho de haber perdido una campaña presidencial y dañará la marca de su negocio, que es su propio nombre.

Será más fácil que Clinton siga desairando a la prensa cuando la interrogue en asuntos graves, lo que en realidad es indignante. Y, a fin de cuentas, eso la perjudicará en gran medida pues está formando una gigantesca burbuja de hostilidad que la va a perseguir cuando llegue a la Casa Blanca. Cuando los reporteros se le acercaron después de su discurso en Reno, ella desdeñó las preguntas que le estaban presentando e invitó a la prensa a que disfrutara de los chocolates que estaban sirviendo. “Me encantan las trufas”, declaró en un momento de condescendencia, equiparable al “Que coman pasteles” de María Antonieta.

Mucha gente piensa que Trump está tan demente y es tan peligroso que debe de hacerse a un lado o suprimirse cualquier crítica contra Clinton, que sus infracciones son tan menores en comparación con las de él que no vale la pena ni siquiera mencionarlas. Pero no es bueno para ella, y ciertamente tampoco para nosotros, dejar pendientes tantas cosas sin que ella tenga que explicarse jamás.

Permitir que ella se eleve por encima de todo, a nombre del bien del país, no es bueno para el país.

Maureen Dowd
© The New York Times 2016