La pesadilla de la deportación para un ‘dreamer’ como yo

PORTAGE, Indiana — La noche de las elecciones estaba trabajando, ayudando a enviar mercancía a tiendas de conveniencia en distintas partes de Indiana, así que me mantenía al tanto de las noticias mediante mensajes de texto que intercambiaba con un amigo. “¿Debo preocuparme?”, le pregunté más o menos a las 22:00. Todavía no, me dijo. Una hora después, su respuesta era otra: “Activando el botón de la preocupación”. Salí del trabajo a medianoche y escuché la radio mientras manejaba a casa. Ya era 9 de noviembre y las elecciones estaban terminando. No entendí bien lo que había sucedido hasta que vi a mi mamá.

Cuando llegué a la casa, ella estaba despierta, viendo la televisión, con el rostro paralizado por la angustia. Me di cuenta de que estábamos en problemas.

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He vivido en Estados Unidos desde que me acuerdo, pero soy un indocumentado nacido en México. Mis padres llegaron a Estados Unidos porque mi padre estaba en peligro. Era militar, pero lo escogieron como chivo expiatorio por una fuga de información y podrían haberlo matado. Mis padres decidieron irse a California en 1997, y un año después mi hermana y yo, de entonces cinco y dos años, nos unimos a ellos.

Mis padres salieron adelante vendiendo tamales en las calles de Los Ángeles y mi hermana y yo crecimos como californianos. Sin embargo, siempre hubo una diferencia marcada entre nosotros y muchos de nuestros compañeros de la escuela. Después de que mi hermana terminó el bachillerato, regresó a México porque no veía posibilidades de tener un futuro aquí, pues tenía el camino bloqueado para acceder a la educación superior o a un empleo. Su ausencia ha sido extremadamente dolorosa para mi familia. No la hemos visto en cinco años.

Cuando todavía cursaba el bachillerato, pensé que tendría que seguir sus pasos, pero la orden ejecutiva llamada Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, emitida por el presidente Obama en 2012, me cambió la vida. Me permitió trabajar provisionalmente en Estados Unidos e incluso ser candidato a becas para la universidad. Aun más importante: me protegía contra la deportación. Más o menos al mismo tiempo, algunos estados progresistas, como California, comenzaron a aplicar leyes que daban acceso a la educación superior y al empleo. Comencé a soñar con la estabilidad, con una vida segura en Estados Unidos.

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Entonces una pandilla amenazó a mi papá y mis padres no tuvieron otra alternativa que mudarse o arriesgarse a ser asesinados. Partieron hacia Indiana, donde vive una tía que les ayudó a comenzar de cero. Decidí quedarme en California, donde había más oportunidades para los indocumentados, así que les dije adiós.

Entré a la rutina de trabajar e ir a la escuela. Ganaba lo necesario para mis gastos, gracias a un casero gentil que no me subía la renta. Sin embargo, no podía tener buenas calificaciones mientras trabajaba 40 horas a la semana. Finalmente, después de cuatro años alejado de mi familia, me fui a Indiana con ellos.

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Las cosas comenzaron a mejorar: encontré un trabajo bien pagado en una tienda y comencé a asistir al Ivy Tech Community College, donde me convertí en vicepresidente del gobierno estudiantil. Noté que estar junto a mi familia provocaba una gran diferencia. Me iba mejor. Me compré mi propio auto y mis calificaciones subieron a un promedio de nueve.

Ahora que Donald Trump será presidente no tengo certeza alguna de que exista protección para lo que mi familia ha construido y mucho menos para el futuro de tantas familias como nosotros. Que haya sido elegido valida la discriminación hacia toda la comunidad de indocumentados e, incluso, a su deshumanización. Me preocupa mi permiso para trabajar. Me preocupan la violencia y la deportación de mis padres o incluso la mía. Me preocupa que mis dos hermanos menores (ambos ciudadanos estadounidenses) sean separados de mis padres.

Me temo que muchos estados conservadores, como Indiana, ejerzan presión para que haya más leyes contra los inmigrantes, y que Trump nomine jueces a la Corte Suprema a personas a favor de leyes estatales duras, como las que Alabama y Arizona aprobaron hace varios años. Aunque partes de esas leyes se suavizaron o se declararon inconstitucionales, no tenían precedentes en cuanto al poder que le dieron a la policía para verificar el estatus migratorio. La ley de Alabama incluso permitía a los maestros preguntar a los alumnos si sospechaban que estos eran indocumentados y criminalizaba contratar, alojar o incluso llevar en el auto a indocumentados.

Esa ley también fue un desastre económico. Después de su aprobación, miles de personas se fueron del estado, lo que le costó hasta 10,8 mil millones de dólares en ingresos e impuestos perdidos, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Alabama. Las granjas no produjeron, la construcción perdió impulso y las inversiones cayeron.

Sin embargo, con el congreso, el senado y el ejecutivo dirigidos por republicanos, y la Corte Suprema que pronto podría tener una mayoría conservadora, es posible que se aprueben leyes contra la migración similares a las mencionadas y esto podría llevar a que las condiciones en Estados Unidos se vuelvan insoportables para muchas familias. Me temo que el progreso obtenido con tanto esfuerzo para crear un país amigable hacia los migrantes quede destruido y que el gobierno federal haga a un lado cualquier iniciativa para establecer un camino hacia la ciudadanía.

Los indocumentados no son un lastre para Estados Unidos. No solo contribuimos con miles de millones de dólares en impuestos (y pagaríamos más si tuviéramos algún tipo de estatus legal), sino que somos parte de una larga historia de personas que llegaron a este país para buscar oportunidades a través del trabajo. La economía estadounidense necesita el trabajo de los inmigrantes. Siempre ha sido así.

Trato de mantener la esperanza. Los siguientes cuatro años serán difíciles para muchos grupos, no solo los indocumentados, sino también para las mujeres, los negros y la comunidad LGBT, así como para los musulmanes. Podemos unirnos los unos con los otros. El progreso se logra con mucha resistencia, aferrándose a la fe y con resiliencia. Los inmigrantes llegaron aquí para quedarse. Así que estaremos esperando la próxima jugada de Trump; le pediremos cuentas a nuestros legisladores y responderemos.

Miguel Molina es un estudiante en Ivy Tech Community College.