La peste, no la de Camus

Juan arturo Salinas
Parece que solo nos queda el consuelo de que a los adictos los atrape una unidad de la Patrulla Espiritual y que bajo el lema del tazo dorado, levanta a estos hombres y mujeres que deambulan por las calles sin que alguna dependencia voltee a verlos.

Las prisas nos llevan a los periodistas a circular con rapidez de nuestro centro de trabajo a nuestros puntos de destino porque debemos atender la cobertura de un evento noticioso, y son pocas las veces que nos detenemos en un punto intermedio porque hay un horario de entrega que cumplir, caso contrario retrasamos la maquinaria que pasa por la elaboración del material, la edición, la producción y la transmisión del material, en este caso de corte televisivo.

Pero nos basta bajar del carro para pisar y pasar por las calles por las que circulamos a veces con frecuencia, para percatarnos que las calles no solo están llenas de basura sino que apestan a suciedad, que de los drenajes emanan olores pestilentes y que en las esquinas más oscuras se hacinan olores de orina y hasta heces fecales.

Pero esta suciedad, esta mugre es apenas la punta del iceberg, porque al ojo entrenado, esta suciedad revela que hay problemas sociales muy arraigados.

El primero de ellos, la pobre infraestructura para atender el problema de la basura, de la cual Tijuana genera más de 2 mil 500 toneladas diariamente, lo que la convierte en una de las ciudades que más desechos genera, de los cuales una ínfima parte son reciclados.

Por otro lado, los desechos humanos son prueba de que una legión de vagabundos, de adictos, de alcohólicos y de enfermos mentales vagan por la ciudad sin ningún control.

De un tiempo a la fecha, por el tipo de drogas que utilizan, se han vuelto más violentos y hasta avanzan con palos y otros objetos que en sus manos se convierten en armas frente a cualquier viandante.

Entonces el panorama de nuestra Tijuana es alarmante si a estos factores le sumamos la ya sabida inseguridad, calles sin pavimentar, aguas negras que corren por fraccionamientos debidamente comercializados -nada de colonias surgidas al vapor ni de terrenos invadidos-. Detrás de los drenajes rebasados y de los residuos humanos, hay una grave falta de estructura hídrica y de centros de atención para los enfermos mentales o adictos.

Poco hemos aprendido de los países que destinan los recursos de bienes incautados al crimen organizado para la rehabilitación de los adictos, y si vamos más lejos, buena parte de los impuestos que generan estados como California por la venta de mariguana son destinados precisamente a programas de rehabilitación, aunque en nuestro caso estamos muy lejos de este esquema.

Parece que solo nos queda el consuelo de que a los adictos los atrape una unidad de la Patrulla Espiritual y que bajo el lema del tazo dorado, levanta a estos hombres y mujeres que deambulan por las calles sin que alguna dependencia voltee a verlos.