La última generación del ejercito Bang Bang en China

CHONGQIN, China _ Después de cargar bultos con una pértiga sobre los hombros, subiendo y bajando colinas en esta ciudad durante 35 años, Niu Dancheng sabe la cantidad exacta de escalones que hay hasta los muelles del rio Yangtsé, donde es frecuente que encuentre trabajo como cargador. Son 128 hasta el muelle 8 en el puerto de Chaotianmen, dijo, al cual acababa de bajar con 41 kilogramos de pato asado para un crucero.

Es posible que Niu, de 62 años, pertenezca a la última generación de cargadores itinerantes, conocidos como bang bang, que se han convertido en un símbolo de Chongqing, una ciudad que se aferra a las enormes colinas por donde fluye el río Jialing para desembocar en el poderoso Yangtsé, en el suroeste de China.

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Antes, el “ejército bang bang”, como llaman los habitantes a los cargadores, pululaba por las calles de esta ciudad. Ahora están desapareciendo.

“La siguiente generación nunca cargará uno de estos”, dijo Niu golpeteando su robusta pértiga de bambú para colocarla sobre los hombros o bangzi, cuyo nombre inspiró el popular apodo de los cargadores. “Está desapareciendo nuestro trabajo”.

La disminución de los cargadores es la historia en miniatura de los cambios sociales y poblacionales que están remodelando a la economía de China. La economía se está desacelerando, pero la afluencia de emigrantes rurales que buscan empleo en las ciudades también está bajando y están envejeciendo. Es frecuente que los jóvenes y mejor instruidos rechacen un trabajo tan mal pagado y duro, y el transporte moderno ha reducido la demanda de ese trabajo tan pesado de llevar cargas de arriba para abajo por las montañas de Chongqing.

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Estos cambios han provocado que se reduzca el ejército bang bang, así como que sus elementos envejezcan y batallen económicamente.

“Ahora es duro ser un bang bang”, dijo Hu Zuhua, de 50 años, quien ha trabajado como cargador durante décadas. “A veces, ni siquiera sacas suficiente para pagar las comidas. Los mensajeros se están llevando todo nuestro quehacer”.

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He Changlin, un cineasta que filmó el mundo de los cargadores en un documental y lo registró en el libro, “The Last Bang-bang” (Los últimos bang bang), estimó que la cantidad se ha reducido de más o menos 300,000 en los 1990 a no más de 10,000 en la Chongqing urbana de hoy. La mayoría tiene cincuentaitantos años o más.

“Es una actividad que está destinada a desaparecer y no va a pasar mucho tiempo para que suceda”, dijo He. “Es una actividad que se hace obsoleta constantemente por la combinación de desarrollo económico y las leyes de la naturaleza. A medida que la economía china se desarrolla rápidamente y se diversifican las formas del transporte, ya no tienen ningún papel que jugar”.

Durante décadas, los habitantes nunca tuvieron que ir lejos para encontrar cargadores, quienes por un dólar o dos llevaban comida, ropa u otras cargas de puerta en puerta.

“Había tantos bang bang, que se preocupaban de que nos cayéramos al río y nos ahogáramos”, contó Niu, fumando un cigarrillo mientras descansaba entre trabajos. “Ahora ya no tienen que preocuparse por eso”.

Chongqing, una extensa metrópolis industrial, creció por el comercio en el río Yangtsé y dependió por mucho tiempo en la fuerza humana bruta para llevar las cargas. Sin embargo, la demanda de cargadores despegó en los 1980, cuando las reformas del mercado que hizo Deng Xiaoping le dieron a los habitantes chinos urbanos mayor poder adquisitivo y permitieron que los campesinos entraran en las ciudades para encontrar trabajo, desatando una oleada de inmigrantes desesperados por tener empleo en un momento en el que aumentaba la población en edad de trabajar.

Los aldeanos de las empinadas zonas montañosas alrededor de Chongqing encontraron una forma de vivir utilizando su vigor para acarrear cargas a la ciudad, las calles y muelles bullían con hombres con abrigos de azul desteñido y zapatos de lona, que agarraban pértigas y bultos de ropa.

Los cargadores aparecieron en muchas ciudades, pero solo fue en Chongqing y otras ciudades cercanas que se hicieron tan numerosos que se convirtieron en parte del tejido de la vida cotidiana. En su punto máximo, se hicieron el símbolo de la ciudad, celebrados por ser trabajadores humildes, la sal de la tierra, en canciones y hasta en una popular comedia dramática en la televisión, en 1997.

“Son tremendos”, dijo el premier Li Keqiang cuando conoció a un grupo de cargadores en Chongqing, en el 2014. “Cada centavo se gana con sudor, un símbolo del pueblo chino, muy trabajador”.

Sin embargo, muchos cargadores dijeron que las imágenes sentimentales no dejan ver lo duro que es su vida. Aun tras décadas de trabajar en la ciudad, pocos sentían que fuera su hogar, y es frecuente que los habitantes de clase media se avergüencen de ver a hombres andrajosos, esperando que haya trabajo.

“Nos miran con desprecio; solo unas cuantas personas nos muestran respeto”, dijo Tang Zhengqu, quien ha trabajado como cargador durante 20 años. “Si pides cinco yuanes por un trabajo, dicen un yuan, como si fueras limosnero y no un trabajador”. Cinco yuanes son unos 75 centavos de dólar.

Es frecuente que los cargadores empiecen a trabajar al amanecer, cuando se reúnen en los mercados y muelles con la esperanza de conseguir trabajos de entregas. Gran parte de su día consiste en esperar a que haya clientes que les griten o los llamen por teléfono para solicitar ayuda. A medida que cierran las tiendas en la tarde, los cargadores empiezan a regresar a sus dormitorios y habitaciones, calientes y apretadas, que es frecuente que compartan con docenas de cargadores para ahorrar dinero y enviarlo a las familias en sus aldeas de origen.

En momentos jactanciosos, Niu ha dicho que trabajaría hasta tener 70 años. Como muchos cargadores, mide más o menos 1.5 de estatura con extremidades excesivamente fuertes. Con todo, parecía agotado después de llevar dos cargas a los muelles, por las cuales había sacado el equivalente a tres dólares.

“No es suficiente, ni siquiera para las comidas de un día”, dijo. “Si no puedo seguir, me voy a regresar a mi aldea y vivir la vejez en mi casa. No voy a extrañar esta vida”.

Chris Buckley
© 2016 New York Times News Service