Las guerras del vino en el sur de Francia hacen que las calles se tiñan de tinto

BÉZIERS, Francia — Una noche en marzo, un grupo de vitivinicultores con pasamontañas irrumpieron en una de las agencias distribuidoras de vino más grandes de Francia e hicieron estallar tres bombas molotov. En cuestión de minutos, la empresa, Passerieux Vergnes Diffusion, estaba en llamas.

Vitivinicultores justicieros ya habían allanado dos grandes negocios de distribución de vino cercanos, en la región vitícola de Languedoc, destrozando oficinas y derramando un río de vino tinto en las calles.

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Las empresas afectadas tenían algo en común: habían hecho acuerdos para importar vino barato de España, lo cual provocó una reacción violenta por parte de los enólogos locales, que temían que su modo de ganarse la vida estuviera bajo ataque.

“Estaba estupefacto”, dijo René Vergnes, un nativo de Languedoc que ha dirigido la empresa distribuidora de vino durante 35 años. “Todo estaba destruido”.

Vergnes fue el blanco más reciente en una guerra vitivinícola en la zona más grande de producción de vino en Francia, en la que productores independientes de vino se han enfrentado a las importaciones de otros países de la Unión Europea y a las empresas que hacen negocios con estas importaciones.

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El movimiento ha causado indignación en España, donde el gobierno exigió mano dura contra lo que llamó una violación de las reglas de libre comercio de la Unión Europea. Los productores españoles también dicen que estos actos son una distracción de amenazas más graves a la industria vitivinícola europea, incluyendo la decisión del Reino Unido de separarse de la Unión Europea, lo cual podría desacelerar las exportaciones al comprador más grande de vinos europeos del bloque.

Además, conforme Estados Unidos se inclina hacia el proteccionismo bajo el mando del presidente Trump, se espera que los productores de vino europeos enfrenten una reñida competencia por parte de Australia y otros países, mientras la Unión Europea busca hacer nuevos acuerdos comerciales para compensarlo.

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Aunque Francia a menudo invoca la imagen de productores de vino adinerados en castillos reales, muchos son pequeños vitivinicultores que están en problemas, sobre todo en esta región, que también se conoce como el Pays d’Oc, que construyó su industria durante más de un siglo con base en los vinos de mesa de bajo costo.

Estos vitivinicultores dicen que enfrentan una competencia injusta, sobre todo con España, donde una crisis económica que ahora está desapareciendo había desplomado los precios del vino. Las reglas europeas, insisten, empeoran sus preocupaciones al exigir el libre movimiento de bienes que a veces no cumplen con los estándares de producción o calidad del país importador. Los estándares de etiquetado de la Unión Europea también facilitan que los minoristas vendan productos extranjeros como si fueran franceses, un problema que azota a otros países europeos con sus productos.

Los rebeldes del vino han llevado a cabo decenas de ataques a manera de protesta desde el verano pasado, incluyendo emboscadas contra camiones españoles de vino en la frontera para derramar su cargamento en las carreteras.

Los rebeldes más agresivos son parte de una organización de comando secreta que tiene en la mira a empresas como la de Vergnes, que había negociado varios contratos de venta de vinos españoles a clientes franceses.

“Muchas personas están en aprietos, pero nadie está escuchando”, dijo Lionel Puech, copresidente de la Asociación de Jóvenes Campesinos, un grupo gremial que ha admitido haberse unido a algunos de los actos militantes, ninguno de los cuales ha originado acusaciones todavía.

Francia ha intentado tranquilizarlos. El mes pasado, el gobierno sostuvo una reunión de ministros y representantes de la industria vitivinícola españoles y franceses. Condenaron la violencia y acordaron reforzar las relaciones.

En el territorio de Languedoc, donde los viñedos se extienden desde el Valle del Ródano hasta la frontera con España, este tipo de declaraciones no hacen diferencia alguna.

Mientras algunas bodegas han invertido en productos de calidad más alta, muchos vitivinicultores aún producen vino de mesa barato para el mercado de clientes que no quieren gastar mucho.

Sin embargo, puesto que en Francia los costos laborales y los impuestos son casi el doble de altos que en España, los productores franceses tienen problemas con la competencia de precios. Francia también impone estrictas regulaciones para el cultivo de uvas, cuyo cumplimiento es más costoso que el de las reglas en España y otros países europeos.

“El vino español no se apega a nuestras reglas, pero la UE nos exige que lo aceptemos”, dijo Puech, propietario de un pequeño viñedo en La Rouvière, una aldea al norte de Nîmes. “La UE está demostrando ser una estructura sin sustancia”, dijo. “Genera desventajas competitivas dentro del mercado interior”.

Los productores españoles de vino creen que ese argumento es una excusa para el proteccionismo. “Podemos producir el vino a un costo más bajo porque los salarios son menores”, dijo Juan Corbalán García, quien representa a las Cooperativas Agro-alimentarias en Bruselas. “Pero eso no significa que ejerzamos una competencia injusta”.

Sin embargo, cuando todo se toma en cuenta, los pequeños vitivinicultores de Languedoc llevan a casa poco más del salario mínimo mensual de Francia. Incluso eso puede convertirse en números negativos si una cosecha es mediocre o si los minoristas recortan pedidos.

La región apenas comenzaba a recuperarse de una crisis de producción que duró una década y que dejó en bancarrota a algunos vitivinicultores —otros tantos se suicidaron—, cuando las cosechas se vieron afectadas de nuevo en 2015.

En esta ocasión, los comerciantes e intermediarios del vino, como Vergnes, recurrieron a España para compensar la escasez. Cuando las cosechas se recuperaron, los productores de Languedoc se quedaron con vastas cantidades de vino sin vender.

Los vitivinicultores creyeron que los pedidos se reanudarían cuando se acabaran las reservas españolas. Sin embargo, los minoristas franceses estaban obteniendo un gran margen de ganancias con las ventas de vino español. El año pasado, Francia se convirtió en el importador más grande de vino a granel de España, de acuerdo con FranceAgriMer, una agencia agrícola francesa.

Los vitivinicultores de Languedoc se rebelaron.

Miles se manifestaron y le pidieron al gobierno que equilibrara el juego reduciendo impuestos y costos regulatorios. Los sindicatos se reunieron con minoristas para exigir que en las etiquetas fuera más visible el país de origen.

Como las reuniones no dieron resultados, los vitivinicultores hicieron justicia por mano propia. Puech y otros activistas destrozaron miles de botellas en tiendas minoristas como Carrefour, que tenía vinos españoles baratos que aparentaban ser franceses, con imágenes de castillos y campos de lavanda, y los vendía al mismo precio que los productos rivales de Languedoc, lo cual generaba enormes márgenes para los minoristas.

El Comité Regional de Acción Vitícola, un grupo radical que se identifica con el acrónimo CRAV, también entró en acción. Conocido por actos violentos que han incluido hacer explotar algunos de sus blancos con dinamita, ha operado clandestinamente en Languedoc durante más de un siglo, y ha resurgido cuando nuevos problemas financieros atacan a los vitivinicultores.

En julio de 2016, un grupo de comandos de CRAV saqueó una enorme cooperativa de vino francés, Vinadeis, que había comprado reservas de vino español; destrozaron las oficinas con palos y hachas para después incendiarlas. También se adjudicaron el derramamiento de un torrente de vino de Biron, otro gran distribuidor de Languedoc, para atraer la atención a sus problemas. Los actos están bajo investigación policiaca.

Un justiciero de CRAV, un vitivinicultor de Languedoc que insistió en conservar su anonimato, citó la investigación de la policía y dijo que la gente había sido orillada a su límite. Agregó que los activistas detendrían sus actos por ahora, pero que los reanudarían si las cosas no mejoraban.

El vitivinicultor dijo que había visto a su padre y a otras familias de Languedoc quedar atrapadas en una espiral de deudas durante crisis vitivinícolas anteriores, y quería evitar más dificultades.

“No lo estoy haciendo por gusto”, dijo acerca de su participación en los ataques. “Pero en el sistema mundial, siempre resultan afectados los que están en el último escalón. Queremos que nos escuchen”.

Vergnes aún estaba lidiando con el impacto que el mensaje había tenido en su negocio. Pero como nativo de la zona, admitió que tuvo eco.

Además de frenar los acuerdos con España (“Tengo una familia en la cual pensar”, dijo), Vergnes está ordenando nuevas etiquetas para los vinos de Languedoc con el logo de “Hecho en Francia”. Los distribuidores locales están analizando cómo tener una mejor información de rastreabilidad para los vinos con el fin de educar a los consumidores acerca de la calidad, dijo. Carrefour y otras grandes tiendas minoristas también han acordado comprar más vino de Languedoc, darles una exhibición más prominente y marcar claramente los extranjeros.

“Languedoc siempre ha sido un lugar de ánimos apasionados”, dijo Vergnes.

“Pero puedo entender que están en crisis”, agregó. “Si no hubieran hecho esto, ¿de verdad habrían cambiado las cosas?”

LIZ ALDERMAN
© The New York Times 2017