Las malas decisiones del gobierno alimentan las llamas de los incendios forestales en Portugal

OLEIROS, Portugal — En junio, el incendio forestal más devastador en Portugal mató a más de 60 personas; pero para Daniel Muralha, quien vive cerca de la zona afectada, fue tan solo el roce más reciente con la muerte.

En 2003, Muralha, de 77 años, apenas se salvó de un gran incendio forestal que consumió su casa. En 2015, un incendio destruyó su parcela. Y este año, en julio, observó con preocupación cómo el fuego quemaba los árboles justo encima de su propiedad.

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“Los incendios son cada vez peores, lo que significa que este lugar se va a convertir en un desierto”, dijo. “Estoy muy viejo para mudarme, pero mucha gente, por supuesto, decide irse después de cada incendio”.

Lo que describe es un problema cada vez más urgente para su país. Los veranos más cálidos y secos provocan más incendios forestales, lo que acelera la migración rural que ha dejado desde hace décadas las tierras sin cultivar. Esto ayuda a alimentar incendios nuevos y más intensos que se propagan y abrasan todo a mayor velocidad.

Los expertos forestales y los ambientalistas dicen que ese ciclo vicioso es agravado por la inacción política, antecedentes de una mala administración agraria y el que se priorice apagar incendios en lugar de prevenirlos, aun cuando las tragedias son cada vez más frecuentes.

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Este verano, una ola de calor provocó varios grandes incendios en los países balcánicos y en partes de Italia y España, así como al sur de Francia y Córcega, una indicación que é tanto los cambios climáticos afectan a los países del sur de Europa.

Sin embargo, Portugal se ha convertido en un ejemplo particularmente cruel de lo que podría deparar el futuro si no se gestionan correctamente los cambios a la tierra, el clima y la economía.

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Después de las muertes ocurridas en junio, hubo una nueva ronda de introspección y se abrió una investigación, aún en proceso, sobre cómo y por qué el incendio consumió Pedrógão Grande, un poblado a aproximadamente 16 kilómetros de donde vive Muralha, cerca de Oleiros.

Oleiros y sus alrededores ejemplifican los cambios en el paisaje que han dejado a Portugal más vulnerable a los incendios. La zona es un centro de la industria maderera del país. El poblado donde vive Muralha tiene solo doce habitantes, mientras que en la década de los sesenta había 180 residentes, según el hombre.

Él y sus vecinos dicen que son demasiado ancianos como para dedicarse a quitar la maleza que aviva los incendios forestales, y no tienen dinero para pagarle a alguien más para que lo haga por ellos. “A nadie le importa el bosque, excepto cuando se está incendiando”, dijo Muralha, cuyo único ingreso es una pensión mensual por incapacidad de 200 euros, más o menos 235 dólares.

La región central de Oleiros se ha transformado desde el siglo XV, cuando los robles fueron utilizados para construir las carabelas que ayudaron a Portugal a convertirse en un imperio colonialista que abarcaba desde Brasil a Angola y hasta Macao.

El siglo pasado, la dictadura de António Oliveira Salazar reorganizó la economía del país. A principios de la década de 1930, a pesar de las protestas de los granjeros, mandó plantar árboles al norte y centro de la nación, donde ahora suceden la mayoría de los incendios forestales, con el fin de desarrollar una industria maderera.

“Ahora tenemos incendios que queman en dos días lo que antes quemaban en dos semanas porque la negligencia y el abandono provocan que haya mucho más combustible en el bosque”.

“Nuestros bosques crecieron rápidamente; sin embargo, se trataba de un bosque industrial que tenía como fin producir madera y papel para exportación en lugar de integrarse a las comunidades rurales”, dijo José Miguel Pereira, profesor de la Facultad de Agricultura de la Universidad de Lisboa.

Desde entonces han cerrado muchos aserraderos; no obstante, la industria continúa siendo importante en lugares como Oleiros.

Aun así, la industria maderera ya no depende de especies nativas como el pino y el roble. En lugar de eso, se basa cada vez más en el eucalipto, que provee al sector de pulpa y papel y representa el diez por ciento de las exportaciones portuguesas. El área en la cual se planta eucalipto se ha duplicado desde la década de 1980.

Los eucaliptos se pueden talar en la mitad del tiempo que un pino. A diferencia de otras especies, “no hay ninguna necesidad de tener gente en el campo” para supervisar su crecimiento, dijo João Camargo, ingeniero ambiental.

Sin embargo, el árbol contiene aceite muy inflamable, lo que contribuye a que los incendios inicien más fácilmente, se propaguen y se intensifiquen.

Con todo, después de cada incendio, más terratenientes cambian al eucalipto, con la esperanza de que un ciclo de producción más corto les permita recuperar las pérdidas más rápido y de que podrán cortar los árboles antes de que comience el siguiente incendio.

Es una secuencia acelerada que ha convertido a Portugal “de un bosque muy diverso a un enorme monocultivo de eucalipto”, dijo Camargo.

La industria del papel no está de acuerdo. Argumenta que el problema no es la expansión del eucalipto, sino su mal manejo.

“El problema del fuego no se origina en el mito del eucalipto”, dijo Tiago Oliveira, quien se encarga de la innovación y el desarrollo forestal en Navigator, la compañía de papel más grande de Portugal. Indicó que la industria de la pulpa y el papel administra solo el 20 por ciento del eucalipto en Portugal, bajo estrictos estándares internacionales.

El problema viene del 80 por ciento restante “que es propiedad en su mayoría de terratenientes que regularmente no se comprometen a realizar las prácticas para el manejo de combustible”, dijo Oliveira.

Las autoridades muestran poco interés en supervisar los bosques de Portugal, en parte porque solo el tres por ciento de las áreas boscosas están en manos del Estado. Se trata, por mucho, del nivel más bajo de bosques públicos nacionales de la Unión Europea, dijo Camargo.

En lugar de eso, el bosque en Portugal es continuamente dividido en pequeñas parcelas, muchas veces heredadas a gente que ya no vive cerca de la tierra.

Casi una quinta parte del territorio de Portugal no tiene ningún dueño identificado. En la era de las imágenes digitales y satelitales, dijo Oliveira, no hay excusa para que el país no pueda mapear la tierra y determinar con precisión quiénes son sus dueños.

Ricardo Alexandre Vaz Alves, un oficial del Departamento de Policía Ambiental de Portugal, dijo que los dueños de las tierras prefieren arriesgarse a recibir una multa en lugar de limpiar sus bosques, especialmente porque saben que la policía tiene problemas para identificar a los dueños.

El gobierno socialista ha tratado de utilizar el incendio de Pedrógão para retomar propuestas de cambios a las leyes forestales. Sin embargo, un proyecto que busca permitir al Estado expropiar los bosques cuyos dueños no estén identificados se ha topado con fuerte resistencia.

Esta parálisis legislativa ha definido por mucho tiempo las respuestas o falta de ellas por parte de Portugal ante una crisis incendiaria que representa un alto precio a pagar en vidas humanas y fondos.

“Objetivamente, hay un gran despilfarro de dinero público en la lucha contra los incendios y casi nada se destina a la prevención”, dijo Maria José Morgado, una magistrada del Ministerio Público de Portugal.

Las calamidades son atribuidas a esa divergencia.

En 2003, un incendio alrededor de Oleiros destruyó casi 20.000 hectáreas de bosque –más de un tercio de la superficie municipal– y mató a dos personas.

Después de la tragedia, el entonces primer ministro de Portugal José Manuel Durão Barroso y otros políticos visitaron Oleiros.

“Cada político hizo muchas promesas de mejorar todo, comenzar de cero y remodelar el bosque; sin embargo, casi nada de eso ha sucedido”, dijo José Santos Marques, quien ha sido alcalde de Oleiros durante 28 años.

Aseguró que el incendio más reciente pudo haber sido peor si no se hubiera presentado una disminución abrupta del viento y las temperaturas.

“Con mucha suerte escapamos de otra gran tragedia en julio, aunque el estado de nuestro bosque es mucho peor y sin una mejor gestión que en 2003”, dijo Santos Marques. “En lugar de mejorar algo, parece que solo estamos esperando el siguiente incendio”.

El alcalde dijo que los gobiernos en Lisboa simplemente pasan la responsabilidad de administrar los bosques a las autoridades locales, cuyos presupuestos son limitados.

Otros culpan a los políticos que “destruyen el sistema público de administración forestal para enfocarse en apagar incendios”, dijo Felismino Serra, un ingeniero forestal y exbombero.

“Ahora tenemos incendios que queman en dos días lo que antes quemaban en dos semanas porque la negligencia y el abandono provocan que haya mucho más combustible en el bosque”, dijo.

¿Cuál es la razón? “Si inviertes en el bosque, obtendrás resultados en veinte años, pero los políticos necesitan resultados rápidos y visibles, y no hay nada más visible que apagar incendios”, argumentó.

Después de que Portugal se liberó de la dictadura en la década de 1970, ser parte de las brigadas de bomberos voluntarios se convirtió en una acción que conlleva mucho honor ante la sociedad democrática portuguesa.

“Todos en Portugal tienen un primo que es un bombero heroico”, dijo João Gama, abogado y exintegrante del gobierno local. “Ningún político quiere abrir la discusión sobre el sistema de voluntarios que realmente forma parte de la cultura en nuestra sociedad.”

Actualmente, más de 25.000 voluntarios trabajan junto con casi 5000 bomberos profesionales en Portugal.

El sistema de voluntarios se ha visto afectado por la migración rural hacia áreas urbanas, lo que significa que los voluntarios muchas veces necesitan viajar distancias largas para llegar al incendio forestal, como ocurrió en la tragedia en Pedrógão en junio.

“En Estados Unidos está prohibido que un bombero ingrese a un ambiente desconocido, pero eso es lo que pasa aquí con frecuencia”, dijo Emmanuel Oliveira, consultor de riesgos incendiarios y exbombero.

Jaime Marta Soares, presidente de la liga portuguesa de bomberos, defendió los conocimientos de los voluntarios y dijo que, si había que culpar a alguien por las reacciones no adecuadas, debía ser a la administración pública.

En particular, responsabilizó al cambio a un sistema de comunicación de urgencias, conocido como Siresp, en 2006.

En Pedrógão, muchos murieron en sus autos al tratar de huir de las llamas. La caída del sistema Siresp es parte de la investigación de la tragedia, para determinar por qué los servicios policiales y de urgencias no desviaron a los automovilistas del peligro.

Siresp “nunca estuvo preparado para manejar un gran número de usuarios al mismo tiempo”, dijo Marta Soares. “Eso es incompetencia e irresponsabilidad”.

Raphael Minder
© 2017 New York Times News Service