
El cinismo de un maestro a la complicidad de todo un gremio pone en peligro a todos los alumnos y a la sociedad.
En Baja California, las niñas y los niños comienzan a ser tratados como amenazas. El discurso de odio magisterial que recorre las redes sociales por el caso del profesor vivo Esteban y el niño muerto Damián, convierte a las víctimas en culpables y a los omisos en mártires y héroes magisteriales. Se habla de “niños agresivos”, de “terroristas escolares”, de “profesores asesinados por balonazos”, de “niñas provocativas”, de los y las estudiantes como los principales enemigos de la docencia. Así de desconcertantes son los comentarios del gremio en redes sociales.
Describen las escuelas como si el aula fuera zona de guerra, como si el peligro viniera de los pequeños y no del abandono de los adultos, de la falta de equidad, de ausencia de justicia social y de falta de bien común. Olvidan que en sus condiciones laborales sus alumnos son inocentes, pero ven en sus sindicatos el cobijo para culpar a los niños de su situación laboral. Demasiado distópico, pero real.
En este clima de confusión deliberada, el caso de Damián sigue doliendo, sigue incomodando… y sigue siendo distorsionado.

LAS MENTIRAS Y LA EVIDENCIA
La evidencia probada en juicio, con casi dos años de oportunidad para refutar o demostrar, corrobora que los hechos sobre la muerte de Martín Damián son muy distintos a las versiones del gremio que protesta por la imputación al maestro Esteban.
La mentira la volvieron doctrina.
Según obra en el expediente judicial, Martín Damián jugaba dentro del plantel, frente a su salón de clases, donde adentro se encontraba el profesor Esteban entretenido en su celular. Estaba ya en horario escolar. Así lo narran sus compañeros de grupo.
Al sonar el timbre de inicio de clases, Martín Damián, corre por el balón de fútbol para tomarlo con las manos cuando fue “barrido” por otro niño. Cayó y su cabeza golpeó contra el concreto de la banqueta. Se desmayó. Hubo silencio de sus compañeros que fue interrumpido por un “ya se le reseteó el cerebro”.
Damián quedó inconsciente. Se acercan los niños, y otros corren al salón. Le avisan al profesor Esteban, quien continuaba sentado viendo el celular en su escritorio. Mientras tanto, Martín Damián intenta levantar la cabeza apoyándose con las manos, resbala y vuelve a golpear el rostro con el cemento. Sus manos no le responden. Los niños lo levantan y lo llevan cargando de cada lado. Lo sientan en su mesabanco, a tres pasos de frente al profesor Esteban. El niño hace la cabeza hacia atrás, suspira, y luego recuesta su cabeza sobre el mesabanco. Sollozaba.
Varias versiones revelan que los niños pidieron ayuda al profesor Esteban, quien sin dejar de ver el celular, los reprende: “¿Y por qué no viene a decirme él?”. Se levanta Esteban y da la espalda al grupo para escribir en el pizarrón.
Otro niño se atreve, le toca la espalda y le dice que Damián llora y se queja. Esteban lo manda a su lugar e ignora deliberadamente las solicitudes de ayuda.
Una niña desde atrás del salón pide que atiendan a Martín Damian. Pero Esteban sigue dando la clase. El se justifica diciendo que hacía su trabajo, dar la clase.
Martín Damián apenas pudo recobrar la conciencia. Frente a él, a dos metros, el maestro Esteban interrumpia la clase para ver el celular.
Dos horas después, llegó el momento de la comida. Damián caminó lento, serio, triste, dolorido. No comió. Sus compañeros dicen que sollozaba.
Finalmente, ya en el recreo, Esteban asume el caso y le dice a Martin Damian que se lave la cabeza.
Pero lo peor estaba por ocurrir.

LA MENTIRA ASESINA
Los hechos probados ponen en riesgo a todos los alumnos del Estado por el procedente.
Según la grabación de la llamada hecha por el profesor Esteban a la aseguradora, el profesor mintió y condenó a muerte al niño. Afirmó que recibió una patada en el oído. Luego, según testigos, le pidió al niño que repitiera esa versión o nadie le haría caso.
Así quedó en el reporté escrito a la aseguradora.
El niño la repitió. Ya no pensaba con claridad. Su cerebro estaba inflamado. Tenía 10 años. Esteban era la figura de autoridad.
Los papás son avisados horas después y reciben una versión falsa del profesor y el niño.
La clínica descartó lesiones en el oído… porque el oído estaba sano. No así el cerebro.
La doctora, recién egresada, pidió autorización para radiografías de la cabeza, pero la aseguradora se negó, si el oído está bien, no se justifican estudios. Dan tratamiento paliativo.
La investigación continúa contra la clínica y la doctora. Pero la sentencia de multa de 300 pesos a Esteban ya los “salvó”. Su defensa es “Cumplimos el contrato, y nos indujeron al error”. Esteban no puede ser juzgado dos veces. Los padres se llevaron a su hijo. Cayó en coma. Murió.
Damián murió sin diagnóstico oportuno como consecuencia de que Esteban falseo los hechos y no aplicó el Protocolos de actuar con inmediatez.
Murió por la falfa de auxilio a tiempo.
El maestro Esteban no fue despedido ni inhabilitado. Fue multado con 300 pesos.
Y ahora, es vitoreado. Levanta el puño cerrado. Se organiza en redes. Encabeza una campaña para “revisar los protocolos escolares” porque generan “estrés” a los docentes.
Lo convierten en mártir. Lo aplauden por doblar al sistema. Y eso, dicen, es un triunfo gremial.
Los sindicatos marchan por él, no por Damián. En las escuelas se murmura que Martín, el padre, no es su padre biológico, como si eso anulara el duelo o el derecho a la justicia. Hablan en redes de violencia pasiva contra los niños, un discurso de odio contra los niños por su situación laboral.
Como si el niño no importara y tuviera la culpa de la falta de justicia social.

El cinismo hecho política gremial
Esteban no fue sancionado por aplicar mal un protocolo. Fue sancionado por no aplicar ninguno. El protocolo vigente es claro: prestar auxilio inmediato, poner a salvo al alumno, activar la cadena de apoyo. No dice mentir ni esperar horas.
Esteban mintió al seguro. Engañó a la clínica. Indujo al menor a mentir. Ignoró señales. Dejó morir a su alumno. Y celebra su “triunfo”.
Ahora exige “corregir los excesos del protocolo”. Lo que en verdad exige es impunidad futura.
Eso no es defensa gremial. Es cinismo institucional.
La complicidad del gremio
Una cosa es proteger a docentes de acusaciones infundadas. Otra es proteger a los negligentes con mentiras.
El magisterio se juega su autoridad moral. Cada profesor que defiende a Esteban sin leer el expediente está fallandoz está mintiendo.
Hoy, ya se repite en Baja California: una niña de preescolar en coma por no activar el protocolo, un niño con el ojo lesionado, otro con fracturas… y ninguna docente activó protocolos de forma oportuna, y ni el sentido común.
Y aún si eliminan a los protocolos, la obligación legal subsiste. Solo que eliminarlos o reducirlo, la responsabilidad seria compartida por toda la cadena de mando de un error de juicio personal, como el de Esteban.
La banalidad del mal, versión escolar
Las personas comunes cometen atrocidades al escudarse en costumbres, burocracias o normas, en creencias e inercia.
Hoy dicen los maestros en redes: “No es médico”, “no vio nada grave”, “solo hacía su trabajo”, “la culpa es de otros”, “aplicó el protocolo”.
La conciencia se diluye. Todos se esconden tras un protocolo mal entendido y mal aplicado. Mientras tanto, los niños mueren.
No se trata de venganza ni linchamiento. Se trata de justicia.
Esteban no fue condenado por hacer su trabajo. Fue condenado por no hacerlo. Y por mentir. Y por dejar morir. Y la condena fue una multa de 300 pesos.
Ese es el precedente para el pueblo de Baja California, para los niños de México y el mundo.
Defender la omisión no es defender la docencia. Es destruirla.
Porque enseñar es cuidar. Escuchar. Actuar. No mentir.
Todo lo demás es traición a la infancia.
Y Damián no murió por accidente. Murió por omisión.
Si no entendemos eso, volverá a pasar. Ya está pasando.
Y cada maestro que defiende mentiras, está poniendo en riesgo a otro niño.