Llegó la hora de repensar al país

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).-La toma de posesión del presidente de Estados Unidos número 45, Donald Trump, ocurre en medio de circunstancias tan perturbadoras que es difícil decidir el ángulo por el que se desea abordar. Desde su triunfo electoral, problemas que estaban presentes tomaron una dimensión más amplia y de consecuencias más profundas. Estamos ante situaciones que no habíamos previsto y obligan a nuevas líneas de análisis y propuestas distintas.
La idea según la cual no era urgente subir la guardia porque no era lo mismo el Trump candidato al Trump presidente perdió base de sustentación. Los nombramientos de la oficina ejecutiva de la Casa Blanca y del gabinete, así como conferencias de prensa, comentarios y declaraciones, confirman la base ideológica y los temas prioritarios con que llega al poder el gobierno de Donald Trump.
Saliendo del área exclusiva de las consecuencias para México, merecen subrayarse dos áreas de preocupación: la primera es el empeoramiento de los riesgos presentes en la política internacional. En efecto, el nuevo presidente ha puesto en duda elementos centrales para la paz y la seguridad internacionales. Diversos ejemplos lo ilustran: el desdén hacia el Tratado del Atlántico Norte (OTAN); el propósito de desconocer el Acuerdo Nuclear con Irán; el envío de un embajador a Israel que augura la profundización de tensiones con Palestina; el diálogo con Taiwán que rompe el acuerdo tácito de hablar con una sola China; su indescifrable relación con Rusia, y las posiciones irresponsables en materia de proliferación nuclear.
En el ámbito de los organismos multilaterales de carácter político es altamente inquietante el menosprecio de Trump hacia la ONU y la descalificación de los estudios científicos que han llevado a colocar en la primera línea de acción colectiva la lucha contra el calentamiento de la tierra. ¿Cuál será, bajo la administración Trump, el futuro de los Acuerdos de París sobre cambio climático? ¿Será China quien tome el liderazgo de esa lucha?
La segunda gran preocupación se refiere al futuro de la vida política al interior de Estados Unidos, al funcionamiento bajo la presidencia de Trump de una de las democracias más admiradas del mundo. El sistema de pesos y contrapesos diseñado para evitar cualquier forma de tiranía se encuentra bajo asedio. Todavía no se vislumbra cómo se va a recuperar el Partido Demócrata y cuáles serán sus líderes.
La despedida de Obama tuvo la amargura de serlo también de una alternativa fallida. El gran orador que puso sobre la mesa la urgencia de contrarrestar el deterioro social en Estados Unidos fracasó, sin embargo, en sus consecuencias políticas. Uno de los ejemplos más notorios fue el de la reforma migratoria. Titubeos y retrasos terminaron por convertir al gran defensor de la no discriminación y la pluralidad en el presidente bajo cuyo régimen hubo un mayor número de deportaciones de trabajadores mexicanos indocumentados. El tema racial, que se creía superado con su entrada a la Casa Blanca, reapareció con mayor virulencia en la cultura de los grupos blancos que se sintieron amenazados en lo que consideran la identidad de “la gran América”.
Es incierto hasta dónde se mantendrá la unidad del Partido Republicano tomando en cuenta que muchos de sus miembros se desconciertan diariamente con las declaraciones de Trump. Sin embargo, hay el peligro de que el pensamiento de sus grupos más conservadores se instale por mucho tiempo. Uno de los motivos para ellos es la composición de la Suprema Corte. Muy pronto la Cámara de Senadores nombrará al sustituto del juez Scalia. La balanza se inclinará hacia la derecha y, como lo ha hecho notar Rafael Fernández de Castro en sus ensayos publicados en este semanario, la Suprema Corte puede actuar para invalidar temas tan sensibles y definitorios como el aborto o el matrimonio igualitario.
En contrapartida, hay muchos otros factores que permiten confiar en la sociedad liberal, progresista y democrática que sin duda se halla presente en Estados Unidos. Allí se encuentran estados como California, los alcaldes y tribunales de numerosos condados, las organizaciones de la sociedad civil, las universidades que ofrecen ser santuario de los estudiantes sin papeles de residencia, los defensores de los derechos humanos.
Miles de personas estarán en ¬Washington en la toma de posesión de Trump, pero no para vitorearlo sino para combatirlo ya, desde el comienzo. Es el presidente que llega con menor nivel de popularidad y es improbable que logre revertirlo antes de las próximas elecciones legislativas en 2018. No obstante, la batalla será dura y las huellas de estos momentos de polarización y descontento serán quizás imborrables.
El aspecto más difícil es, desde luego, lo que afecta a México. Inmigración, comercio y seguridad son los tres temas sobre los que mucho se ha hablado y escrito. No se trata de asuntos nuevos. Como ya señalábamos, las detenciones y deportaciones fueron intensas los últimos años; el TLCAN parecía estancado y se esperaba “modernizarlo” con el TPP; los acuerdos sobre seguridad eran y seguirán siendo intensos y muy opacos por ser “asuntos secretos de seguridad nacional”.
Lo que cambió fueron las circunstancias. El muro que promete Trump es una afrenta, un acto insultante que fracturará por mucho tiempo la colaboración amistosa entre los dos países. En ese contexto, el problema de fondo no es la capacidad negociadora de los funcionarios encargados de cuestiones comerciales. El problema de fondo es la evidente vulnerabilidad de México ante lo que ocurra en Estados Unidos. El reto no es sortear la coyuntura, sino analizar cómo llegamos a la situación de extrema dependencia en que hoy estamos. ¿No deberíamos haber impedido en los últimos años que el principal motor de la economía estuviese tan vinculado a lo que ocurría en Estados Unidos?
La élite política y empresarial mexicana, siempre entusiasta del TLCAN, no se imaginó que llegaría a la Casa Blanca un personaje proteccionista decidido a cambiar los términos de acuerdos comerciales para el beneficio de Estados Unidos, a más de fomentar el odio hacia los mexicanos en ese país.
La tarea urgente es pues buscar alternativas que privilegien el mercado interior, la diversificación del comercio y la renegociación con Estados Unidos para frenar, hasta donde sea posible, los daños que ya nos ha causado.
Las condiciones en México para emprender esa tarea son particularmente difíciles. Un gobierno claramente desacreditado, una oposición fragmentada, una democracia en vilo. La responsabilidad recae en grupos sociales organizados, medios de comunicación responsables, académicos, empresarios nacionalistas, centros de pensamiento. Pocas veces se había sentido tan fuertemente la urgencia de unirse para repensar el proyecto nacional.