Lo que aprendimos de la gran revuelta masculina de las faldas de 2017

El código de vestir ha estado en las noticias recientemente, en gran parte debido a que la responsabilidad de cumplir con él parece recaer solamente en las mujeres: ya sea que se les obligue a usar zapatos de tacón y no zapatillas, que no se les permita usar mallones ajustados o, simplemente, que se les obligue a “vestirse como mujer” (¿se acuerdan de eso?). Pero en junio las cosas dieron la vuelta y los hombres de pronto se vieron en lo que consideraron una situación discriminatoria.
En efecto, se les ordenó usar pantalones largos y no cortos en medio de una fuerte ola de calor. Las protestas resultantes unificaron a los hombres a través de fronteras, edades y empresas. Y tomó la forma de faldas. Y en eso residen algunas lecciones importantes.
Uno de los primeros casos ocurrió el 19 de junio, cuando Joey Barge, que trabaja en un centro de atención de Buckinghamshire, en el sur de Inglaterra, fue a trabajar en pantalones cortos azul marino, pese a que no están contemplados en el código de vestir de su oficina. Fue enviado a su casa, donde se cambió de ropa: se puso un vestido, una sencilla prenda negra y rosa oscuro, y regresó a trabajar.
Al día siguiente, conductores de autobuses de la ciudad francesa de Nantes, a quienes la compañía les había dicho que no se permitía usar pantalones cortos pese a que los vehículos no tienen aire acondicionado y (como señalaron ellos mismos) generalmente están ocultos de la cintura para abajo, se presentaron a trabajar en falda.
Y más o menos al mismo tiempo, un grupo de estudiantes de la ciudad inglesa de Exeter, en cuyo uniforme no figuran los pantalones cortos, empezó a presentarse a clases en las faldas a cuadros que son parte del código de vestir de sus compañeras de escuela.
Las protestas fueron muy aplaudidas en las redes sociales.
Y las protestas sí lograron un cambio. Los jefes de Barge relajaron sus políticas y permitieron que los empleados llevaran pantalones cortos de tres cuartos en color negro, azul marino y beige, según una nota que él publicó en Twitter.
El 22 de junio, Semitan, la compañía francesa de autobuses en el centro de las protestas en Nantes, les dijo a los conductores que podrían usar pantalones cortos negros o beiges como medida temporal, en lo que se revisaba la política, como publicó The Local, un sitio Web de noticias en inglés. Y The Guardian informó que la “revuelta de las faldas plegadas” –y la reacción generalmente en favor a ella– había hecho que la escuela de Exeter permitiera a los chicos usar pantalones cortos a partir del próximo año lectivo.
Vale la pena considerar todo esto por numerosas razones. Primero, demuestra que los prejuicios de género implícitos en los códigos de vestimenta van en los dos sentidos, lo que es algo que no debemos de olvidar.
En segundo lugar, muestra el cambio en el equilibrio de poder en las relaciones entre el individuo y las instituciones, y que el individuo parece ir ganando cada vez más.
Y en tercero, revela nuestros propios prejuicios extraños en contra de hombres en pantalones cortos y nuestra creciente aceptación de los hombres en faldas. Esto es un evento bastante notable.
No está del todo claro por qué es un problema ver hombres en pantaloncillos. ¿Quizá porque los pantalones cortos significan la infancia y los fines de semana? ¿Porque nos incomoda la idea misma de una pantorrilla masculina al aire? Ustedes díganme.
Sin embargo, cuando se trata de hombres en faldas, eso ha sido tema de conversación desde hace ya tiempo, gracias en parte al interés de la moda en reconocer y respetar un debate sobre la fluidez del género y la refutación de estereotipos.
Jaden Smith apareció en anuncios de Louis Vuitton en 2016 con una falda de la colección para mujeres de la marca. Y el domingo pasado, Thom Browne (que da la casualidad de que es un importante defensor de los hombres en pantaloncillos) mostró toda una colección de trajes tradicionales para hombre, algunos con falda o con pantalón corto, en lugar de pantalón. Aunque los diseñadores han estado jugueteando con la idea en las pasarelas desde hace tiempo (Jean Paul Gaultier lo hizo en 1984), me pregunto si la idea realmente alcanzará una masa crítica que la concrete.
Después de todo, aunque los que protestaban por usar pantaloncillos no estaban diciendo que querían usar falda como norma general, la facilidad con que adoptaron la prenda, y la genialidad de la reacción ante su toma de posición respecto de la vestimenta, ciertamente revela una ruptura en los prejuicios tradicionales sobre el vestir.
Como declaró Gaultier a The New York Times después de su exhibición de 1984: “Llevar una falda no significa no ser masculino. La masculinidad no proviene de la ropa. Viene de algo interno. Hombres y mujeres pueden usar las mismas prendas sin dejar de ser hombres y mujeres. Es divertido.”
Aunque hayan tardado más de 30 años, sus palabras están empezando a parecer proféticas. Lo más probable es que vayamos a ver más cosas como esta. A las empresas más les vale prepararse.

Vanessa Friedman
© 2017 New York Times News Service