Londres como no se había escuchado nunca antes

LONDRES _ Un sábado reciente, Ian Rawes, un repartidor de medio tiempo, pasó varias horas caminando por todo Londres con dos micrófonos atados a la cabeza. Entró a un mercado de vegetales y se ensimismó tanto grabando el sonido de las aves en los travesaños que casi lo golpean con un montacargas repleto de coles que se acercaba a él.

Fue a un parque, pero decidió que no valía la pena grabar la transmisión que estaba pasando. Luego, se dirigió a Stamford Hill, una comunidad tradicionalmente judía hasídica, donde caminó alrededor de hombres con altos sombreros de piel, capturando fragmentos de sus conversaciones en yidis.

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“Un buen trabajo matutino, dos pequeños fragmentos más del mosaico que es Londres”, dijo mientras se quitaba los micrófonos.

A Rawes, de 51 años, se le conoce más por ser el fundador del London Sound Survey, un sitio web que contiene una colección considerable de grabaciones del mundo real de la ciudad, desde pontificaciones de predicadores callejeros hasta chirridos en las escaleras automáticas; desde zorros que participaban en peleas fingidas hasta, incluso, el ruido del Puente de la Torre al entrar en acción.

El es parte de un creciente número de lo que podría llamarse cazadores de sonidos que deambulan por las calles de las ciudades y el campo remoto para capturar los ruidos dramáticos e insólitos, así como los simples, pero poco apreciados, que nos rodean. Algunos de ellos sacan álbumes y hasta tocan conciertos.

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Además de la emoción de la persecución, Rawes dice que está desempeñando un servicio histórico vital. “A medida que pasa el tiempo y cambian las condiciones culturales, tecnológicas y económicas, estas grabaciones se harán cada vez más interesantes”, explicó.

“Quiero decir, ¿podría imaginar si pudiera oír los sonidos del Londres del siglo XVIII hoy?”, dijo. “Aun si solo fuere el sonido de la personas escupiendo en la calle, tosiendo; y muchas personas estaban enfermas en ese entones, así es que es probable que fuera fascinante”.

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Rawes estaba trabajando en el archivo de sonidos de la Biblioteca Británica hace unos 10 años, más o menos, cuando se tropezó con unas cintas de los sonidos de cada ruta de autobús en el condado de Yorkshire, completas, con todo y unas densas notas manuscritas.

“Es probable que ahora diagnosticáramos a la persona que los hizo, como con el espectro del autismo”, dijo, “pero me hizo pensar: ‘Dios, si podemos hacer eso, debe haber algo que grabar en Londres’”.

Ha resultado ser más difícil de lo esperado encontrar sonidos dramáticos en Londres, dijo Rawes. “Hay algunos lugares a los que puedes ir y tienes que ser espectacularmente incompetente para no hacer una grabación interesante”, dijo. “El bosque tropical de la Amazonia por las noches, por ejemplo”.

Agregó: “En las ciudades, es más difícil encontrar grandes sonidos, a menos que te encanten los sonidos de los coches”.

Las grabaciones de campo tienen una larga historia. En 1889, un alemán de ocho años, Ludwig Koch, hizo la primera grabación conocida de aves cantando con un fonógrafo que le dieron su padres.

La grabación de la vida silvestre floreció después de la Segunda Guerra Mundial, en especial en Gran Bretaña, donde se integró una sociedad en los 1960, cuyos miembros se levantaban regularmente con la primera luz para capturar los coros del amanecer.

Desde hace mucho, los músicos han incorporado esas grabaciones a su trabajo, pero Rawes y otros como él están obsesionados con los propios sonidos crudos.

Kate Carr, una australiana de 38 años que ahora vive en Londres, ha sacado discos donde presenta sonidos de la Tailandia rural y de aldeas islandesas de pescadores, con un ocasional rasgueo de guitarra como único acompañamiento musical. Solía ser disyóquey en Sídney, pero su gusto musical seguía ampliándose hasta que se dio cuenta de que escuchaba grabaciones de campo y quería probar hacerlas ella. (“Me volví una disyóquey mucho menos exitosa”, dijo riéndose.)

El más prominente grabador de campo hoy es Chris Watson, con 62 años, voz suave, es de Sheffield, Inglaterra, ha ganado diversos premios que incluyen su trabajo en documentales sobre la naturaleza de la BBC.

Watson ha estado haciendo grabaciones desde que tenía 11 años, cuando sus padres le regalaron una grabadora con cintas de carretes y la dejó en un alimentador para aves para ver si podía escuchar los sonidos de los pájaros cuando comen.

“Estaba asombrado cuando toqué la cinta”, dijo. “Simplemente, no podía creer que pudieras escuchar a hurtadillas a un mundo en el que nunca podrías ser tú mismo. Todavía me emociona la idea”.

Entre sus grabaciones están los sonidos de la tensión en el hielo, de cómo se rompe y se derrite, en la Antártida, así como los de los buitres despedazando la carcasa de una cebra en Kenia. (Le colocó unos micrófonos y luego, muy lejos, los oyó gracias una largo cable, aunque tuvo que esperar horas a que descendieran las aves.)

Watson le da forma de álbumes a sus grabaciones y a sus piezas de interpretaciones con el propósito de que se escuchen como si fueran sinfonías. La más reciente fue de 40 minutos, de un sonido que retrata los ruidos del brezal en Newcastle, una zona enorme en la ciudad donde pastan las vacas. Son cientos de sonidos, pero su favorito es el ruido de un insecto, conocido como barquero, en el estanque, y explicó que es el animal más ruidoso en proporción al tamaño de su cuerpo.

“Es el sonido que hacen al frotarse el pene por debajo del abdomen para cantar y atraer a las hembras”, dijo Watson con una sonrisa infantil. “Me encanta el hecho de que en este ambiente relativamente tranquilo, todo ese ruido se está dando bajo la superficie”.

En una interpretación reciente de la pieza sobre el brezal en la ciudad, en un cine, en Newcastle, el público estaba sentado a oscuras, rodeado de bocinas. “El como el viejo clisé de que la radio es mejor que la televisión porque las imágenes son mejores”, le dijo Watson al público. “El sonido los rodea. Libera su imaginación”.

Alex Marshall
© 2016 New York Times News Service