Los santos populares en tiempo de crisis*

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Desde los años de la Revolución, cuando el país se hundió en una severa crisis, no habían aparecido tantos santos populares como ahora los vemos reflejados en decenas de imágenes, efigies o fotografías en altares y capillas construidas en las calles o en algún lugar especial dentro de las casas de millones de familias.

Santos populares, santos profanos, santos extraoficiales, santos bandidos o santos del pueblo son algunas de las denominaciones que se les han dado a esos personajes que, en su mayor parte, tuvieron una vida de martirio y manifestaron dones de sanación y protección para los sectores más golpeados de la sociedad.

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A finales del siglo XIX y principios del XX, esto es, durante la etapa que va de los últimos años del Porfiriato al final de la Revolución, surgieron algunos de estos personajes. Entre ellos podemos mencionar a la Niña de Santa Cabora, el Niño Fidencio, Juan Soldado y Juan del Jarro.

Tiempo después, en una nueva crisis, se han sumado otros como Jesús Malverde, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Benito Juárez, la Santa Muerte, San Nazario, San Toribio, la Virgen Zapatista, así como la Virgen y el Santo Niño de la APPO.

Estos santos están presentes principalmente entre campesinos y obreros pobres, entre los desempleados y enfermos sin asistencia social, entre los jóvenes sin futuro o entre las amas de casa que luchan por mantener a sus hijos; aunque también entre aquellos que no han tenido otra opción que el camino de la ilegalidad frente a la imposibilidad de subsistir de otra manera. Por ello, algunos de los sectores más conservadores los califican como protectores de maleantes, narcos, secuestradores, violadores o delincuentes en general.

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El proceso que describe cómo la gente enriquece la existencia de estos personajes y los representa a partir de su fe resulta apasionante. A la Santa Muerte, por ejemplo, la visten de novia, futbolista o de charro; a Jesús Malverde le ponen la camiseta de la selección nacional de futbol y la foto de El Chapo en el pecho; a Emiliano Zapata le adornan con querubines bigotones y de sombrero orando para que ayude en las causas justas; a Pancho Villa lo estampan en el vaso de una veladora que encienden para rogarle amparo.
A Benito Juárez le rezan en un estandarte pidiendo su protección mientras desgranan una mazorca de maíz; los zapatistas le cubren el rostro a la Virgen de Guadalupe con un pasamontañas; mientras que a la Virgen de la APPO sus fieles le pusieron una máscara antigas, y al Santo Niño de la APPO una playera de los Pumas, el equipo de futbol, y un casco para protegerse de los golpes de los policías.

El resurgimiento de este fenómeno social y religioso en todo el país no es casual sino causal. Es un reflejo claro de la crisis estructural que resentimos en México en la cual están ausentes líderes, caudillos, autoridades y partidos políticos confiables.

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Frente a esta gama de santos populares y nuevas religiones no hay necesidad de intermediarios. Se puede hablar directamente con estos personajes y pedirles lo que el Estado mexicano debería de proporcionar como una obligación: seguridad, justicia, equidad, educación, salud, vivienda, trabajo y bienestar social.

Es así que de alguna forma el Estado mexicano debería de darles las gracias a todos ellos porque se han convertido en catalizadores de la creciente inconformidad de millones de mexicanos que en lugar de encaminarse hacia la rebelión, han dirigido sus pasos hacia las capillas buscando un milagro para sobrevivir.
*Este texto es parte de la introducción de mi libro más reciente “Santos Populares, la fe en tiempos de crisis”, editado por Grijalvo.