Los terroristas que cultivan los sauditas en países pacíficos

PEJA, KOSOVO. Empecemos con un cuestionario de tres preguntas.

¿Qué país musulmán honra como héroe nacional a un cristiano del siglo XV que combatió a los invasores musulmanes?

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¿Qué país musulmán es tan pro-estadounidense que tiene una estatua de Bill Clinton y una tiende ropa femenina llamada Hillary en el bulevar Klinton?

¿Qué país musulmán tiene más ciudadanos per cápita que han ido a luchar por el Estado Islámico que cualquier otro país de Europa?

La respuesta a las tres preguntas es Kosovo, en el sureste de Europa, y eso contiene una lección. Siempre que hay un ataque terrorista de extremistas islamistas, buscamos entre nuestros enemigos, como el Estado Islámico y Al Qaeda. Pero quizá también deberíamos buscar entre nuestros “amigos”, como Arabia Saudita.

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Desde hace muchos años, Arabia Saudita ha financiado y promovido por todo el mundo el wahabismo, una versión estricta e intolerante del islam, de una forma tal que, como sería de preverse, está produciendo terroristas. Y no hay mejor ejemplo de la temeridad saudita que en los Balcanes.

Kosovo y Albania han sido modelos de moderación y tolerancia religiosa. Y como lo demuestra la estatua de Clinton, los kosovares reverencian a Estados Unidos y a Gran Bretaña por haber evitado un genocidio a manos de los serbios en 1999. (¡También hay muchos adolescentes kosovares llamados Tony Blair!) Sin embargo, Arabia Saudita y otros países del golfo Pérsico han vertido dinero en el país en los últimos 17 años, nutriendo un extremismo religioso en un país en el que no lo había.

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El resultado es que, según el gobierno de Kosovo, 300 kosovares han viajado para combatir en Siria o en Irak, en su mayoría en las filas del Estado Islámico. Como observó mi colega Carlotta Gall en un innovador artículo sobre la radicalización, el dinero saudita ha convertido a una sociedad otrora tolerante en un conducto para los yihadistas.

El año pasado, el gobierno tuvo que cerrar temporalmente el abasto de agua en la capital por temor a que el Estado Islámico tratara de envenenar el agua de la ciudad.

“Arabia Saudita está destruyendo el islam”, me dijo tristemente Zuhdi Hajzeri, imam de una mezquita de 430 años de antigüedad en esta ciudad de Peja. Hajzeri es moderado al estilo tradicional y tolerante de Kosovo _ desciende de una larga sucesión de imames en su familia _ pero advierte que, por eso mismo, ha recibido más amenazas de muerte de los extremistas de las que puede contar.

Hajzeri y otros moderados han respondido con un sitio Web, Foltash.com, en el que critican la estricta interpretación saudita del islam. Pero reconocen que están rebasados por el dinero procedente de Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, los Emiratos árabes Unidos y Bahréin que apoya la versión estricta del islam mediante un alud de publicaciones, videos y otros materiales.

“Los sauditas cambiaron por completo al islam de aquí con su dinero”
afirma Visar Duriqi, ex imam en Kosovo que ahora es periodista y escribe sobre las influencias extremistas. Duriqi se pone a sí mismo de ejemplo: dice que le lavaron el cerebro y pasó por una fase extremista en la que abogaba por imponer la ley islámica, la sharía, y justificaba la violencia. Ahora, esas opiniones lo horrorizan.

Este no es un problema solo de Kosovo, sino que es global. La primera vez que me topé con la influencia perniciosa saudita fue en Pakistán. Ahí, el sistema de escuelas públicas era una desgracia y los sauditas llenaron el vacío financiando madrasas (escuelas coránicas) de línea dura, que atraían a los estudiantes por ser gratuitas, además de que ofrecían comida gratuita y, a los mejores alumnos, becas completas para estudiar en el extranjero.

Del mismo modo, en países tradicionalmente pacíficos y moderados como Mali, Burkina Faso y Níger, en África occidental, he visto que esas madrasas financiadas desde el extranjero introducen interpretaciones radicales del islam. En los Balcanes, Bosnia se ve afectada particularmente por el apoyo de los países del golfo Pérsico a los extremistas.

No quiero exagerar. En mis viajes por Macedonia, Kosovo y Albania vi menos velos que en la ciudad de Nueva York. Y cualquier yihadista se jalaría los pelos al ver a mujeres con la cabeza y los hombres descubiertos, ya no digamos con pantalones cortos.

Todavía hay algunos pilares de sentimiento favorable a Estados Unidos y de ecumenismo (entre los albanos musulmanes hay una gran reverencia por la Madre teresa, que fue albana). Aún más, después de una serie de arrestos de imames radicales en Kosovo y Albania, la situación quizá se haya estabilizado y parece que los yihadistas dejaron de viajar a Siria desde aquí.

Pero el mundo necesita tener una conversación muy seria con Arabia Saudita sobre su papel. No es que esté creando caos intencionalmente; más bien es que se comporta de forma imprudente. Y hay que reconocer que ha hecho progresos para limitar el financiamiento del extremismo, si bien han sido lentos.

Esto es particularmente desalentador porque buena parte del financiamiento del extremismo parece venir de instituciones benéficas. Uno de los aspectos más admirables del islam es su énfasis en la beneficencia. Sin embargo, en Arabia Saudita y otros países, ese dinero no se canaliza a combatir la desnutrición o la mortalidad infantil, sino a adoctrinar niños y sembrar conflictos en países pobres e inestables.

Le pregunté al imam Hajzeri si le preocupaban las amenazas externas al islam, como el caricaturista danés que se burló del Profeta Mahoma. “Los caricaturistas pueden herir nuestros sentimientos”, replicó. “Pero, ¿dañar la reputación del islam? Eso no lo hacen los caricaturistas. Eso es lo que está haciendo Arabia Saudita.”

Nicholas Kristof
© The New York Times 2016

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