“Lucia di Lammermoor” en Bellas Artes

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Se trata de una producción del Teatro del Bicentenario de León Guanajuato, mismos directores, iluminadores, vestuaristas etc… Lucia di Lammermoor (1835), la más popular ópera de Gaetano Donizetti (1797-1848), fue compuesta en tan sólo 36 días y está llena de maravillosas melodías que siguen encantando al público.

Durante años fue considerada, si acaso, una pieza de lucimiento vocal para la soprano protagónica, pero María Callas en los años cincuenta la revalorizó y la ubicó como la gran ópera que en realidad es; siguieron el camino trazado por ella grandes divas de la talla de Joan Sutherland, Renata Scotto, Ana Moffo, entre otras.

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La escena de la locura del segundo acto es uno de los más elevados ejemplos de virtuosismo para las sopranos de coloratura. Pero como dato curioso, las cadencias con flauta que interpreta la soprano durante ella las compuso Mathilde Marchesi en 1888 para Nellie Melba. Hay que decir también que toda está escrita en tono de Fa, y que actualmente se baja un tono a Mi bemol, y que Donizetti la escribió para soprano y armónica de cristal (instrumento inventado en el siglo XVIII y que consiste de varios bolos de cristal que giran y se hacen sonar con los dedos mojados); hoy este instrumento se sustituye por un par de flautas. (En el MET, sin embargo, se usó no hace mucho en esta ópera en el tono original y con Natalie Dessay como protagónica.)

En Bellas Artes pudimos escuchar durante el ensayo pre-general a Angélica Alejandre, joven soprano mexicana del segundo elenco. Angélica ya ha cantado Romeo et Juliette, Traviata, Rigoletto, etc. Su desempeño en Lucia di Lammermoor fue de lo más correcto, llena de emoción y entrega escénica. Hay que seguir con atención la carrera de esta joven. La siberiana Irina Dubrovskaya cantó en la función inaugural de la breve temporada y fue la indiscutible triunfadora de la noche, perfección técnica absoluta, bella voz de soprano coloratura, volumen mediano pero con capacidad de alcanzar sin dificultad el fortissimo con elegancia y estilo impecable, y aunque un poco fría actoralmente el público la vitoreó y ovacionó de pie.

En el papel de Edgardo vimos a Hugo Colín, del segundo elenco, quien ya se había cubierto de gloria al sustituir en I Puritani al tenor italiano Alessandro Luciano, una obra de lo más demandante. En Lucía di Lammermoor la voz quizá un poco pequeña, canto elegante y mesurado, bien entendido el estilo belcantista, técnica resuelta, empeño y energía desbordante, un tenor muy prometedor.

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Ramón Vargas, el tenor del estreno, ya tiene un lugar muy cimentado en todo el mundo; con carrera de varias décadas cumplió inteligentemente con el papel, cuidándose, sin generosidad; timbre y técnica incuestionables.

Magníficas la dirección musical de Srva Dinic y escénica de Enrique Singer, así como la escenografía de Philippe Amand: consistente en enormes pinturas renacentistas tipo holandés, moviéndose de cuando en cuando, a las que los cantantes se integraban creando un sorprendente efecto lleno de magia.

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El trío protagónico lo completó Juan Carlos Heredia, barítono muy eficiente, becario del taller de la ópera de Bellas Artes, desbordando energía escénica y vocal, una gran actitud, se llevó sonoras ovaciones, como corresponde.

El joven Leonardo Joel, estupendo tenor, se lució de verdad con su breve personaje de Arturo, salió a darlo todo.

Muy difícil el papel del bajo, el capellán Raimondo, abordado por el venezolano Ernesto Morillo.

Dos cosas muy cuestionables del vestuario: el camisón blanco, pulcro de Lucía luego de haber apuñalado a su marido, y el hábito azul pastel de Raimondo, el capellán en la última escena: ¿Para qué se cambió, y de ese color? En la sinopsis argumental del programa de mano olvidan escribir que Lucía, en el tálamo nupcial, apuñala a muerte a su marido impuesto, lo cual da pie a la escena de la locura… gravísima omisión.

Pero como siempre en la ópera, lo más importante es el canto, y esta vez fue muy disfrutable.