Melania Trump reaparece, y viste prendas europeas

NUEVA YORK ⎯ Dos semanas después de su declaración de moda “America First” (Estados Unidos Primero) en la asunción presidencial, Melania Trump salió del relativo retiro de su vida en Nueva York para unirse a su esposo en Mar-a-Lago, alias la Casa Blanca de invierno/club de golf exclusivo en Florida. Y en lo que respecta a su lenguaje de moda, Estados Unidos pasó, bueno, a un último plano.

El 3 de febrero, al recibir al presidente mientras descendía del Air Force One en Palm Beach, la primera dama uso un vestido corto rojo de Givenchy. El 4 de febrero, en un baile de la Cruz Roja, usó un vestido largo color rosa encendido de Christian Dior (ambas marcas conectadas, dicho sea de paso, con LVMH Moet Hennessy Louis Vuitton, el conglomerado del lujo francés encabezado por Bernard Arnault, el único magnate del lujo extranjero que ha hecho una peregrinación postelectoral a la Torre Trump). Pero el 5 de febrero, para una fiesta con motivo del Súper Tazón en el Trump International Golf Club, usó pantalones de cuero de The Row, la marca de Mary-Kate Olsen y Ahsley Olsen, y un delgado suéter tejido de Derek Lam, ambos nombres famosos de la Semana de la Moda de Nueva York.

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¿Importa?

Por un lado, Melania Trump ha sido explícita sobre su deseo de eludir, al menos por el momento, los reflectores de Washington. Quizá su ropa sea parte de eso, y por tanto la intención era simplemente verse elegante y no molestarse con declaraciones más complicadas al vestir. De ser así, logró ese objetivo.

Sin embargo, Melania Trump también ha dicho que pretende ocupar de manera significativa el papel de primera dama, y ciertamente esta aparición era parte de ese objetivo. La elección del vestido rojo ⎯ el cual ofreció una imagen visual atractiva al lado de la corbata roja del presidente Donald Trump mientras los dos caminaban por la pista de aterrizaje ⎯ fue conscientemente simbólica, según Stephanie Winston Wolkoff, asesora de Melania Trump, quien dijo que fue en honor del “Día Nacional de Vestir de Rojo”, el cual destaca la importancia y despierta la conciencia sobre las enfermedades cardiacas”.

Así que no es que no lo hayan reflexionado. O que no estuvieran conscientes del valor simbólico del vestido, especialmente cuando se trata de una primera dama que prefiere que sean sus prendas las que hablen.

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De ser así, hay una contradicción implícita en sus selecciones de ropa, dada la promesa de su marido en su Discurso de Toma de Posesión de que “comprar lo hecho en Estados Unidos” sería un principio de su administración. Pero el requisito del atuendo Hecho en Estados Unidos para las primeras damas, históricamente muy valorado, fue en gran medida descartado durante el gobierno de Barack Obama y transformado en un vehículo para el acercamiento a través de las fronteras. Fue Donald Trump quien lo convirtió en un tema importante de nuevo, y en un foro del que se puede decir es más público, y permanente, que Twitter.

Cuando se le preguntó sobre el tema, Winston Wolkoff envió por correo electrónico la siguiente declaración: “La señora Trump es una orgullosa y antigua promotora de la moda estadounidense. Aprecia la moda como arte. Como ex modelo, siempre ha sido clienta de los diseñadores más distinguidos del mundo tanto aquí como en el extranjero. La señora Trump compra de una combinación internacional de marcas porque es lo que refleja su experiencia y estilo de vida singularmente estadounidense. Está más emocionada que nunca con la idea de establecer una plataforma para los diseñadores estadounidenses como hizo en una de las semanas más importantes de la historia, la Toma de Posesión, exhibiendo los talentos extraordinarios de diseñadores estadounidenses”.

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En otras palabras: comprar prendas europeas es un reflejo de la experiencia de compras estadounidense.

Para alguien que ha recorrido todas las calles comerciales importantes en una gran ciudad estadounidense ⎯ como es la Quinta Avenida en Nueva York, donde vive Melania Trump ⎯ , es difícil discutir eso. Aunque también parece un razonamiento algo retorcido, y uno que pudiera ser explotado por las empresas que buscan reubicar algunas fábricas en el extranjero. Esa decisión, después de todo, también es parte de la historia industrial estadounidense.

En cualquier caso, vale la pena señalar que Givenchy y Dior se han estado haciendo los muertos desde ese fin de semana, otro indicio de la relación aún ambigua de la moda con Melania Trump. Ninguna de las dos casas de moda emitió el boletín de rigor que pregonara la aparición de la primera dama con uno de sus vestidos. Al preguntarle si la marca había trabajado con la primera dama en el vestido rojo, un vocero de Givenchy dijo que la compañía no tenía comentarios y que el vestido había sido comprado en una tienda, sin ninguna discusión interpersonal. (Está a la venta en el sitio de Neiman Marcus, entre otros, por 2,095 dólares.) Dior simplemente no respondió.

En cuanto a Lam, quien en noviembre dijo a la revista de moda WWD que “realmente no me veo involucrándome con la presidencia de Trump”, la situación demuestra en gran medida el problema con esa postura. Después de todo, la primera dama es libre de comprar sus productos, ya sea que él quiera involucrarse o no. Lo cual es otra historia estadounidense, de alguna manera.

Vanessa Friedman
© 2017 New York Times News Service