Meyer, Bartra, Tello: Qué es el populismo

 

CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- México ya vivió el populismo, con derecho a la salud universal, educación digna, redistribución del ingreso, mejores salarios, inclusión social, nacionalismo y defensa de la soberanía. Pero los gobiernos neoliberales fueron socavando ese régimen hasta el punto de tener una población cada vez más empobrecida.
Ahora esas políticas sociales se han convertido en un fantasma que “recorre el mundo” y amenaza sus intereses económicos. El discurso de Enrique Peña Nieto en su reciente visita a Canadá tenía el propósito de alertar sobre esos “riesgos”, pero se topó con pared, pues ni el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ni el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, forman parte del coro que en México suele aplaudir sus discursos.

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Sentido positivo
El sociólogo y filósofo Armando Bartra destaca que en el siglo XX se dan en Latinoamérica gobiernos orientados a “lo que podríamos llamar nacionalismo progresista”. No son socialistas en el modo clásico o europeo, pero buscan modalidades de desarrollo en las cuales el crecimiento del mercado sea interno y tenga una redistribución de la riqueza. Y sus políticas públicas tienen el respaldo de los pueblos.
Este tipo de políticas, añade, tuvieron su expresión en México en el gobierno del general Lázaro Cárdenas, cuyas características fueron: nacionalismo, recuperación de la soberanía, crecimiento hacia dentro, redistribución del ingreso, inclusión y no exclusión social, y reconocimiento de derechos básicos de la población como educación y salud.
No fue demagogia ni un discurso a favor del pueblo con prácticas contrarias, sino “la cara más amable del desarrollismo latinoamericano”, aunque Cárdenas es anterior al surgimiento de ese concepto.
“Hay un sentido positivo del populismo”, dice. Si bien el cardenismo no se caracterizó por “las formas democráticas liberales a las que estaríamos acostumbrados”, fue un gobierno apoyado por el pueblo. Es con la llegada de los tecnócratas neoliberales, hace más de treinta años, cuando este populismo positivo se sataniza:
“Dicen que es un discurso puramente demagógico porque para ellos no puede haber en verdad ningún beneficio para el pueblo que no sea la apertura de los mercados, la desregulación, la retirada del Estado, y la cancelación de todos los derechos sociales que no van a poder ser sostenibles.”
Recuerda que entonces se comenzó a decir que el populismo es la peor expresión de las políticas, que “nos llevaron al barranco” durante los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo.
Es una batalla de los tecnócratas contra un “fantasma” que ellos mismos se inventan, cuando lo que debería hacer América Latina es recuperar aquellos años de un crecimiento económico del 7%. En México, por ejemplo, durante los años de la posguerra, la política se basó en el mercado interno más que en la exportación y en la redistribución, pues cuando la gente no tiene ingresos no compra, y si no compra no hay mercado interno. El Estado debe tener soberanía y recursos para conducir la economía, explica Bartra.
“Ése es el populismo al que los tecnócratas tratan de satanizar… y con el que se topa Peña que cree que todos son neoliberales cortados con la misma tijera, como él lo es.”

Piden pan…
Para Lorenzo Meyer, académico de El Colegio de México, el populismo como otras categorías de la política no tiene una definición clara, es dentro de las ciencias sociales “una de las más imprecisas”. Y generalmente “están muy cargadas de valor, no son neutras ni realmente científicas”. Por ello las utilizan tanto la derecha como la izquierda de manera peyorativa.
En su esencia, explica, el populismo se caracteriza por contar con un líder y una política conscientemente dirigida a la parte más pobre, pero mayoritaria, de la población. El discurso del general Cárdenas, por ejemplo, permitiría suponer que unos “son más mexicanos que otros” o tienen más derecho a recibir apoyo del gobierno. Son los mexicanos más pobres, los que hablan lenguas indígenas o han sido históricamente explotados y rezagados, “son quienes deben de ser puestos en primer plano por las políticas del gobierno”.
Recuerda que durante un tiempo la izquierda más radical consideró a Cárdenas como un engaño, por lo cual el Partido Comunista no lo apoyaba aunque luego cambió su actitud.
“Visto ahora, en el siglo XXI, Cárdenas –que es muy populista– realmente llevó a cabo la transformación radical que era posible en la época. No era marxista, pero había una identificación con las demandas históricas de campesinos y de trabajadores urbanos. El populismo consistió en poner sus demandas por encima de otras y, claro, eso causó conflictos con las clases medias y ni qué decir con las clases altas. Pero fue la manera más práctica que encontró para introducir a ese montón de mexicanos que siempre habían estado fuera del sentido de nación, al menos por un tiempo les hizo sentirse partícipes de la empresa común de la nación mexicana en construcción.”
Con Cárdenas el populismo no responde a una ideología pero sí a un compromiso moral:
“Había un elemento de buena voluntad en el liderazgo político, algo de compromiso genuino, había una identidad con las necesidades de campesinos y de trabajadores urbanos, una simpatía por su causa, incluso aunque no hicieran demandas. En realidad muchas veces Cárdenas se adelantó a las demandas.”
–Lo que hace el gobierno actual, a través de la Secretaría de Desarrollo Social, con José Antonio Meade, ¿sería populismo?
–No, porque hay un elemento extra en el populismo: un genuino compromiso con esa mayoría social. Aquí en el caso de Meade y todo lo que viene después de Cárdenas hay una idea de paliativos pero no de transformación a largo plazo: “Hay que darles a los pobres un poco para que sigan siendo pobres y ya no estén jorobando, si no se vuelven peligrosos”.

Juicio incorrecto
Titular de las secretarías de Hacienda y Crédito Público, de Programación y Presupuesto, así como del Banco de México en el gobierno de López Portillo, el economista Carlos Tello define al populismo como una política puesta en práctica en algunos países de América del Sur en la cual se hacían promesas no respaldadas por acciones concretas, pues incluso no se contaba con los recursos económicos necesarios para llevarlas a cabo.
Pero a decir suyo no se debe confundir con la definición dada por Obama a las políticas populares (no populistas), que buscan un mayor salario mínimo, mejores sistemas de educación gratuita, seguro médico universal.
El punto es que quien no está de acuerdo con este tipo de políticas populares, las tacha de populistas y “a mi manera de ver, es incorrecto”. Evoca que fue en los gobiernos sudamericanos de mediados del siglo XX, como el de Getulio Vargas en Brasil o Perón en Argentina, donde comenzaron a tacharse de populistas las acciones populares. Se le pregunta si considera que ocurrió igual con los gobiernos anteriores al neoliberalismo:
“Sí, yo trabajé en puestos de cierta importancia en los gobiernos de los presidentes Echeverría y López Portillo y en efecto ahora –no en su momento– se les tacha de populistas. A mi juicio porque mucho de lo que se planteó e hizo fueron medidas populares de apoyo a los grupos más amplios de la población.”