MI PESADILLA ES UN DONALD TRUMP SOSO

Hay predicciones de que el debate presidencial del lunes por la noche va a “romper récord”, como aseguró recientemente un titular, atrayendo un público de más de cien millones de espectadores, a la altura del Súper Tazón de fútbol.

El público no va a venir por un análisis detallado de la política de detener y cachear.

“Lo que hace interesante este debate es él”, asegura Doug Sosnik, estratega demócrata que fue asistente en la Casa Blanca de Bill Clinton. No es necesario aclarar a quién se refiere cuando dice “él”, pero aclarémoslo de todas maneras: Donald Trump. Un multimillonario (o al menos eso dice) cuyo nombre brilla en letras de oro en torres de cristal por todo el país. Un provocador tanto como político, con un currículo en el que hay casinos de Atlantic City, una empresa de lucha libre, el concurso de Miss Universo y la serie de televisión “The Apprentice”.

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“Tenemos a una estrella de un ‘reality’ en un debate presidencial”, señala Sosnik. “Aquí hay un elemento como el que hace que la gente vaya a las carreras de autos para estar presente cuando ocurran accidentes.”

Pero, ¿qué pasaría si Trump rompiera con su personaje y mostrara tener una mano firme en el volante, sin rebasar los 90 kilómetros por hora? ¿Qué tal que no hubiera rugir de motores, ningún rechinido de llantas, que no hubiera incendios?

Es posible y esa es precisamente mi pesadilla. Y no lo digo en función de lo jugoso que pueda resultar el debate para los periodistas o de que fuera una decepción como entretenimiento. Lo digo en el sentido de que eso lo enmarcaría para los espectadores que no han llegado a tomar una decisión firme. Me refiero al impacto positivo que pudiera tener en su candidatura.

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Para los millones de estadounidenses que consideran a Trump peligroso sin remedio, él perdió toda posibilidad de alcanzar la presidencia en algún momento del calendario entre que ridiculizó el heroísmo militar de John McCain y que propuso que los entusiastas de la segunda enmienda apuntaran sus armas a Hillary Clinton. No merece ninguna nueva evaluación. No debe de cambiar. Sin embargo, la mesura en el debate podría darle precisamente esa oportunidad.

Así pues, nos encontramos en una posición paradójica, si no es que hipócrita: animándole a que salga con las payasadas que siempre hemos deplorado, ansiando la vulgaridad que hemos menospreciado. De lo contrario, él podría ganar esto. La verdad es que sí podría ganar. Al menos ese es mi miedo y es un resultado que sería significativamente más posible si el lunes por la noche muestra compostura y respeto.

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Mi rogatoria al Donald, pues, es esta: insulte a Hillary Clinton hasta el cansancio. Háblenos de nuevo de lo maravillosos que son los frutos de sus entrañas. Saque del bolsillo una foto de Vladimir Putin y píntele encima corazoncitos rojos. Califique al presidente Barack Obama de extranjero, de musulmán, incluso de comunista.

Pero, por el amor de Dios, no nos aburra. No descubra su versión tediosa al cuarto para las doce, cuando eso todavía podría beneficiarlo.

“Tengo la sensación de que hay más fluidez en la competencia de la que hemos visto en mucho tiempo, probablemente porque tanto Trump como Clinton tienen enormes puntos negativos”, afirma Beth Myers, asesora de Mitt Romney en 2012 y personaje clave en los preparativos de su debate con Obama ese año. Ella estaba comparando el número de ciudadanos indecisos en la competencia Clinton-Trump con el número en coyunturas similares en elecciones presidenciales anteriores. Según algunos cálculos, de 15 a 20 por ciento de los ciudadanos todavía no ha decidido por quién votar.

“La gente está titubeante y atorada”, me dijo Myers. “Así que lo que vea el lunes en la noche será muy importante.”

Y lo que Trump necesita mostrar está bastante claro.

“Para mí, el antecedente histórico es Ronald Reagan en 1980”, comentó Howard Wolfson, que fue director de comunicaciones de la campaña de Clinton en 2008 por la candidatura demócrata.

Al explicar la situación de Reagan en ese entonces, Wolfson me dijo: “Él había sido criticado en los medios por ser demasiado conservador, demasiado peligroso, demasiado arriesgado. Pero él se presentó al debate como una opción genial y esencialmente segura para quienes buscaban un cambio. Y nunca volteó para atrás, básicamente. Sus expectativas eran tan bajas en ese momento que, al superarlas, se hizo un favor increíble.”

Las expectativas de Trump son aún más bajas, aunque los asistentes de Clinton han hecho todo lo posible por hacer que la gente espere más de él. “Él vapuleó a sus rivales en los debates republicanos”, comentó recientemente por Twitter Brian Fallon, secretario de prensa de la campaña de Clinton. ¿Los vapuleó? Lo que yo vi que hizo Trump en los once debates de la campaña primaria republicana no fue un vapuleo. A veces hacía mohines, otras veces se pavoneaba o quizá cacareaba.

Pero casi siempre era escarnio. Él se burlaba de sus rivales como el golpeador abusa en el patio de la escuela. Y si bien eso no lo perjudicó en la fase de la competencia presidencial en la que los extremistas y la línea dura son los que tienen el control, a estas alturas de la campaña general sí podría irritar a los ciudadanos indecisos, sobre todo porque ahora su oponente es una mujer. ¿Recuerdan cuando Carly Fiorina, a varios atriles de distancia de él, le criticó una observación en la que Trump la había trivializado y deshumanizado? Él nunca se vio más enclenque y patético. Podemos estar seguros de que Clinton ha estudiado ese momento.

Wolfson mencionó el debate entre Reagan y Jimmy Carter. Es uno de los pocos, desde el primer debate presidencial televisado en 1960, que se piensa que afectó el resultado de la elección. Pero no hay un consenso amplio al respecto.

Si hablamos con diez analistas políticos, tendremos diez respuestas diferentes a la pregunta de qué debate presidencial reconfiguró la trayectoria de la competencia. Algunos, no todos, mencionan el de 1960, entre John F. Kennedy y Richard M. Nixon; lo mismo puede decirse del segundo de los tres debates de 1976 entre Carter y Gerald Ford.

En lo que sí hay consenso es en la noción de que los debates suelen ser un factor de poca monta, generalmente eclipsados por otros. “Tienden a confirmar las tendencias existentes”, comentó Karl Rove, el veterano estratega de George W. Bush, en las páginas de The Wall Street Journal la semana pasada. Y acerca de la competencia Clinton-Trump, agregó: “con tantos votantes insatisfechos, un error importante de cualquiera de los dos podría reconfigurar la competencia. Pero no podemos contar con que vaya a suceder.”

Eso es tranquilizante pero solo en pequeña escala. Los “votantes insatisfechos” de los que habla hacen que el ciclo electoral de 2016 sea especialmente volátil. Más allá de la enorme reserva de estadounidenses indecisos, hay simpatizantes de Clinton a los que todavía no les acaba de gustar por completo. Y seguidores de Trump con una incómoda sensación de su ridículo. Más del 10 por ciento de los estadounidenses apoya a un contendiente de otro partido y algunos de ellos podrían volver a ser demócratas o republicanos en las próximas semanas.

Trump bien podría tener cierta ventaja para atraerlos a su campo, ya que la proporción de estadounidenses que piensan que el país va por mal camino es más del doble de quienes piensan que sigue el mejor rumbo posible. Hay muchísima gente desesperada por un cambio de dirección. Clinton no es el agente de cambio más viable, sobre todo después de un cuarto de siglo como abanderada demócrata, después de su paso por la Casa Blanca como primera dama, después de que Obama les imploró a los estadounidenses que honren y preserven su legado votando por ella.

En cierta forma, ella es la que tiene la tarea más ingrata en el debate del lunes por la noche, así como en los otros dos debates que seguirán. Ella debe de convencer a los indecisos de que es honesta y confiable. ¿Cómo se hace eso en 90 minutos ante un atril? ¿Cuál sería el mejor libreto? ¿Cuáles son las mejores expresiones faciales?

Trump, a su vez, debe demostrar que no es imprudente, que puede controlar sus impulsos, que tiene madera para ser presidente. Eso significa abstenerse de hacer los gestos y comentarios que normalmente haría. Es una cuestión de resta, no de suma, y el simple hecho del debate va a ayudarlo a lograr parte de su propósito.

“Para Donald Trump tendrá un efecto moderador el hecho de estar en el foro con Hillary Clinton, lado a lado, en el mismo encuadre de cámara, con el mismo tipo de podio, el mismo tiempo y con un moderador que los va a tratar con el mismo respeto”, prevé Dan Senor, que también fue asesor de la campaña de Romney en 2012 y que fue el principal responsable de preparar al compañero de fórmula de Romney, Paul Ryan, para el debate vicepresidencial con Joe Biden. Senor no habla como porrista de Trump. De hecho, él se ha manifestado públicamente en contra de las ambiciones presidenciales de Trump.

No obstante, la noche del lunes tendrá abundancia de peligros para Trump. Si bien le convendría más un toque sombrío _ tanto por sus mechones como por su temperamento _, sus fans más fervientes lo prefieren insolente. ¿Habrá algún color que zanje la diferencia y les dé gusto a todos?

Él nunca ha debatido con un solo rival. Los debates de las primarias fueron eventos multitudinarios, que empezaron con once personas en el escenario hasta quedar solo cuatro. Él nunca ha tenido que cubrir tanto tiempo ni hablar con muchos detalles. En solo tres de esos debates él habló por más de 20 minutos. En uno solo de esos tres habló por más de media hora. Aun así, él siempre regresaba a sus mismos temas: su elevada puntuación en las encuestas, el muro en la frontera, volver a hacer grande al país, ganar tanto que nos cansaremos de ganar.

El lunes por la noche, si efectivamente les dan el mismo tiempo a Clinton y a él, tendrá que hablar por 45 minutos. Y él no ha demostrado tener la profundidad de conocimientos para hacerlo sin sonar como disco rayado. “Creo que va a ser difícil para él, física, emocional, intelectual y analíticamente, mantenerse en control por tanto tiempo”, advierte Senor.

Y es improbable que el moderador, Lester Holt, sea tan amable con él como lo fue Matt Lauer en ese foro tan criticado hace unas semanas. Desde entonces ha habido un cambio marcado en la forma en que los medios escritos y la televisión tratan a Trump. Eso fue particularmente notable cuando Trump salió con la ridícula acusación de que Clinton había iniciado el movimiento que ponía en duda la nacionalidad estadounidense de Obama.

“Él tendrá que vérselas con la reciente disposición de los periodistas de televisión de presionarlo cuando miente”, señala Bob Kerrey, ex gobernador y ex senador de Nebraska. “El hielo empieza a resquebrajarse a su alrededor.” Kerrey señaló una reciente aparición de Trump en Fox News, donde el mismo Bill O’Reilly se portó en cierto modo combativo con él, tratando de atornillarlo por su propuesta de combatir el terrorismo por medios racistas.

¿Qué pasaría si Holt no refuta o corrige a Trump? O, aunque sea más difícil de imaginar, ¿si Trump no dijera o hiciera nada que ameritara una refutación o un mentís?

Para un angustiante número de votantes desapegados, la noche del lunes será la principal prueba con la que van a evaluarlo. “Están increíblemente desinformados y van a tomar su decisión con base en ese último dato”, advierte Kerrey.

Eso podría neutralizar sus atrocidades anteriores: su negativa a dar a conocer sus declaraciones de impuestos; su propuesta de prohibir que los musulmanes entren en Estados Unidos (si bien después la modificó); sus insultos racistas contra un juez de ascendencia mexicana; sus ataques a la familia Khan, cuyo hijo murió en Irak como soldado estadounidense; su afirmación de que el presidente Obama fundó al Estado Islámico; su invitación para que los rusos piratearan el correo electrónico de Clinton.

Es una letanía demasiado larga para ser pasada por alto, un registro demasiado grosero para ser suprimido. Pero el infierno de nuestro proceso político es la brevedad de la memoria de numerosos ciudadanos y la poca profundidad de su compromiso, que podría ser un golpe de suerte escandalosamente buena para un timador que de por sí ya ha tenido mucha suerte.

Después de convertir la elección presidencial en un espectáculo indecente y de borrar hasta la última línea que separaba el negocio de la farándula de los negocios del país, Trump podría pararse al lado de Clinton el lunes por la noche y descaradamente pretender que no ocurrió nada de eso. Él podría tener esperanzas razonables de convencer a los espectadores. Él traficó con ficciones semejantes para llegar hasta ahí.

O bien, podría enfurecerse, ponerse colorado de rabia y arremeter contra todo como el Trump al que estamos acostumbrados: el verdadero Trump, supondría. Eso es por lo que el público sintonizó el debate en su televisor, Donald. ¡No nos decepciones!

FRANK BRUNI © The New York Times 2016