De Montreal a Minnesota por el mar interior

En la esclusa St. Lambert en Montreal, tres hombres armados miran fijamente hacia un estrecho de 230 metros de plácidas aguas azul verde, a la espera de levantar a los cargueros a lo largo de la vía marítima del San Lorenzo.

La esclusa es parte de la vía navegable interior más antigua y más recorrida de Estados Unidos _ un corredor de 3,700 kilómetros que conecta al océano Atlántico con los cinco Grandes Lagos y el río Mississippi. Desde que se inició la navegación profunda en corrientes rápidas en el San Lorenzo, en 1959, se han transportado más de 2,200 millones de toneladas métricas por el canal marítimo.

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He estado esperando veinte minutos a que llegue mi transporte _ un carguero de 225 metros, llamado Algoma Equinox. El Equinox recorre el San Lorenzo y los cuatro Grandes Lagos dos veces al mes, transportando mineral de hierro al oeste y granos de regreso al este. Como muchos cargueros por todo el mundo, también lleva personas, ocasionalmente. A los viajeros dispuestos a trasladarse en un barco lento, les asignan un camarote privado, les dan tres comidas diarias y franco de ría donde quiera que el barco cargue, descargue o se detenga en una esclusa.

Tras recogerme en Montreal, el capitán del Equinox, Ross Armstrong, me dijo que el barco cruzaría los lagos Ontario, Erie, Hurón y Superior, y me dejaría en la bahía Thunder, en Ontario, a seis horas al norte de Duluth, Minnesota. El viaje se llevaría seis días.

Eran las 5 p.m. en un cálido día de junio. Los salones eran atemporales en una forma en la que cualquier cuarto de acero, como la celda de una prisión, es atemporal. Mi cabina estaba en el tercer piso, a estribor. Era sorprendentemente grande. En la sala separada, había un escritorio de madera prensada y un minirrefrigerador, y tenía baño integrado junto a los pies de la cama.

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El canal se abre al lago San Luis, donde tiene más de seis kilómetros de ancho, luego se estrecha de nuevo cerca de L’île-Perrot. Nos encontrábamos a 483 kilómetros al norte de la Ciudad de Nueva York. El viento hacía que los olmos y álamos de Norteamérica se doblaran lanzando dedos sombreados hacia el agua.

La cuenca de los Grandes Lagos se extiende 10 grados de latitud y 18 grados de longitud, y está ubicada casi exactamente entre el Ecuador y el Polo Norte.

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Muchas compañías navieras ofrecen cabinas para pasajeros en ciertas rutas. Los precios promedian cerca de 100 dólares diarios por viajes a la mayoría de los puertos internacionales. Agencias de viajes especializadas, como Maris y A la Carte Freighter Travel, hacen reservas para viajes transatlánticos y por todo el mundo, y otras, como ZIM Integrated Shipping Services, aceptan solicitudes de residencias de artistas en sus embarcaciones.

Los cargueros que transitan por los Grandes Lagos son únicos ya que todos los boletos de pasajeros se venden por medio de organizaciones no lucrativas, dedicadas a recaudar fondos _ en su mayor parte, para beneficiar a los museos sobre la navegación _, así es que hacer reservas para un camarote no es fácil.

El Equinox es el más avanzado de los graneleros en los Grandes Lagos. Capitanes, ingenieros y arquitectos navales de Algoma lo diseñaron para que ahorre 45 por ciento más combustible que la flotilla que tiene actualmente. Añadieron un motor computarizado, sin engranajes, que ocupa cuatro pisos del cuarto de máquinas, y lavadores de gas de humo en la chimenea con los que se removió 97 por ciento del sulfuro que se emitió. El resultado es la embarcación más rápida, más grande y más eficiente que haya navegado los cinco Grandes Lagos.

El capitán Armstrong tenía 27 años cuando su padre, también capitán toda su vida en los Grandes Lagos, lo llamó desde la Ciudad de Quebec y le preguntó si quería ser marinero de cubierta. Treinta y cinco años después estaba celebrando su tercera década como capitán.

El trabajo es más demandante de lo que parece, comentó. Los lagos están ubicados en tierras bajas entre las montañas Rocallosas y las Apalaches, con lo cual se crea un vértice de clima peligroso. En el Museo de Naufragios en los Grandes Lagos se estima que se han perdido 6,000 barcos y 30,000 vidas en ellos.

Salí a la cubierta de la cámara del timonel en la bahía de Chippewa para ver las Mil Islas, en Nueva York, donde los millonarios han tenido casas de verano desde hace siglo y medio. Hay 1,864 islas a lo largo de un estrecho de 80 kilómetros, muchas de las cuales fueron retiros de los magnates empresariales y las estrellas de cine durante la Edad Dorada estadounidense.

Esa noche pasamos los molinos de viento y las granjas en la isla Wolfe y luego nos metimos en la llanura de azul intenso. Desde la proa, el lago Ontario parecía un horizonte plateado sin fin. El aire estaba quieto y la vista hacia adelanta era tan ancha que podía ver la curvatura de la Tierra.

El cielo estaba oscuro a la mañana siguiente. La tierra también estaba oscura. Las llamas ardían arriba de chimeneas cilíndrica y altas, lanzando una luz anaranjada sobre el Equinox. El muelle tenía barricadas de dunas negras y piramidales de carbón y mineral de hierro en perdigones, en la planta siderúrgica ArcelorMittal Dofasco. Mi reloj marcaba las 9 a.m. Habíamos atracado en Hamilton, Ontario, la capital acerera de Canadá.

La descarga se lleva cerca de un día, así es que Armstrong me dio franco de ría hasta las 10 p.m. Tomé un taxi directo a Jamesville, un distrito de las artes insólito que surgió hace poco en Hamilton. Tan solo en la calle North James, encontré media docena de galerías de arte, tres cafés, un bar de “smoothies”, ocho restaurantes y dos cantinas boutique.

Para cuando me desperté a la mañana siguiente, ya habían terminado de descargar al Equinox, habíamos cruzado el lago Ontario y pasado dos esclusas del canal Welland, una maravilla de la ingeniería que rodea a las Cataratas del Niágara.

Armstrong me dejó en la Esclusa 3 y me dijo que tenía seis horas para explorar el Niágara antes de volver a abordar en la Esclusa 8. Subí por una escalera de mano hecha de cuerda, colgada del muro de la esclusa y caminé hasta un taxi que me llevó al centro de bienvenida Table Rock del lado canadiense de las cataratas. Un muro de roca con un barandal de acero, decorado, contenía a 1,200 humanos que miraban fijamente el segundo salto de agua más grande del planeta.

Lo que no se ve en las fotografías es la vista que tienen las cataratas de todos mirándolas, una explosión de turismo casi tan impresionante como la propia caída de agua. Yo abracé el caos comiendo un solomillo Nueva York de Jack Daniel en el TGI Fridays _ cerca de los museos Guinness World Records; el Ripley’s Believe It or Not; el Upside Down House; el del juguete Brick City; el Movieland Wax Museum of the Stars y el Haunted House. Luego, tomé un taxi a un mundo más antiguo en Port Colborne, en el extremo opuesto del canal Welland.

Port Colborne está ubicado en el lago Erie. Como Hamilton, Port Colborne se había convertido en un destino elegante para los fines de semana y estaba lleno de tiendas de regalos, cafés y la increíble cafetería Minor Fisheries, de tercera generación, donde la perca para empanizar o freír llega a diario en la flotilla local de pesca.

El Equinox entró suavemente en la Esclusa 8 como a las 6 p.m. Después de que abordé, Armstrong dirigió el barco al lago Erie.

El trayecto final del viaje por los lagos Hurón y Superior fue el más rápido. Hay una parada final en las esclusas Soo entre esos lagos y el barco navega a toda velocidad el resto del camino. Estábamos en el río Detroit cuando me desperté el penúltimo día. Después de tomar café y un omelet, Detroit parecía una casa de espejos frente a la proa de babor. Desde allí, avanzamos pasando por la Belle Isle hasta el lago St. Clair, por el río del mismo nombre, y el lago Hurón. En algún momento de esa noche, giramos hacia el norte por el río St. Mary hasta las esclusas Soo en Sault Ste. Marie y continuamos al oeste cruzando el lago Superior.

Empaqué mis cosas antes de acostarme. No pude imaginarme ir en un barco durante tres meses, mucho menos 30 años como un marinero de carrera. Me quedé viendo fijamente al techo por una hora, preguntándome si me quedaría dormido. Me imaginé pasando por los acantilados que bordean la costa norte del lago Superior, y los lobos grises y los osos negros deambulando por rodales de abedules americanos y pinos.

A medio dormir, soñé con las algodonosas nubes blancas que cubrían el lago. Por encima de ellas, la luna cauterizaba un creciente en el cielo. El barco hizo un largo surco en la neblina; solo sobresalía la chimenea. Era una noche clara arriba y un resplandor sin sombras abajo. Las luces parpadeaban en la costa. Los coches pasaban volando en las carreteras. Estados Unidos continuaba como siempre mientras el enorme barco avanzaba, deslizándose en la luz plateada.

Porter Fox
© 2016 New York Times News Service