La dirigencia nacional de MORENA parece empeñada en demostrar que el viejo refrán “el que se mueve no sale en la foto” sigue vigente. El Consejo Nacional del próximo 4 de mayo pretende perfeccionar el “dedazo” todopoderoso como mecanismo para designar candidaturas, pero ahora con doble filo que le permita eliminar aspirantes no deseados sin perder el trono moral.
MORENA selecciona a sus candidatos mediante un proceso de encuestas que, en cada elección, genera más dudas que certezas. El argumento oficial habla de “voluntad popular real” y de evitar el desgaste de elecciones internas que dejó la experiencia del PRD -que intentó ser un partido genuinamente democrático- fracasó cuando los perdedores sistemáticamente se negaron a reconocer a los ganadores, y los árbitros internos comenzaron a decidir según sus filias y fobias personales.

Encuestas o elecciones internas, da igual si las bases no dan la lucha interna, irremediablemente se impondrán pocos grupos de privilegios, como lo confirma la historia contemporánea que los partidos, incluso los más democráticos en su origen, inevitablemente caen en manos de élites (Robert Michels).
El mecanismo de encuestas morenista resolvió temporalmente el problema de las designaciones, pero plantea una pregunta incómoda: ¿A quién consultaron para decidir que los actuales gobernantes eran la mejor opción? La respuesta es obvia: fueron decisiones de cúpula disfrazadas de democracia.
Las encuestas, si es que las hubo, las utilizaron como “instrumento de dominación simbólica que legitima decisiones ya tomadas” (Bourdieu).
Este sistema ha creado un nuevo problema: la carrera por la popularidad anticipada, como mecanismo para forzar a las dirigencias a designarlos o por lo menos tomarlos en cuenta, donde todos los recursos -legítimos o no- son válidos. Irónicamente, esto ha generado exactamente lo que querían evitar: conflictos internos cada vez más sórdidos, grotescos y escandalosos.
Pero el verdadero problema de la descomposición de MORENA es más profundo: el gradual desplazamiento de los militantes de izquierda por los otrora adversarios del PRIAN. Este transformismo político no sólo desplaza, sino que su metamorfosis solo es de color y narrativa, pero mantiene las practicas que le dieron poder, absorbiendo a MORENA y su moral (Gramsci).
Los fundadores de MORENA –aquellos que huían de la falta de democracia en los partidos de izquierda o simplemente estaban hartos de la política tradicional– ven con desencanto cómo quienese antes eran adversarios, ahora son considerados “cuadros valiosos”. Muchos de estos idealistas nunca entendieron las reglas no escritas del poder, creyendo en la ilusión de una meritocracia justa.
Es aquí donde viene el desplazamiento. Los camaleones, además de saber disputar el poder, vinieron a enseñar cómo usarlo para fines inconfesables. El poder no cambió, sólo se puso otro uniforme (Arendt).
Paradójicamente, MORENA y sus aliados representan lo más cercano a un gobierno popular que promueve mayor igualdad de oportunidades y justicia social. Pero esa igualdad y piso parejo brilla por su ausencia dentro del propio partido.
El timing de estas nuevas “medidas éticas” es sospechoso: llegan cuando las precampañas ya están en pleno apogeo y cuando el PRIAN disfrazado de morenismo gobierna varios estados. ¿Por qué no actuaron antes? Luisa Alcalde, presidenta de MORENA, ya convocó a Consejo Nacional para discutir la ética del partido, pero sólo se discute lo que ya es inevitable (Teoría de la Ventana de Overton), y este cónclave arrojará reglas a modo, actos simbólicos que sirven para no cambiar nada profundo (El sublime objeto de la ideología, Zizek).
Mientras cientos de aspirantes en todo el país invierten fortunas en publicidad, la pregunta obvia es: ¿Quién financia esto? La 4T, teniendo el control de las instituciones encargadas de vigilar y hacer cumplir las leyes, podría detener esta práctica; pero en su lugar, parece preferir un “dedazo inverso”: eliminar selectivamente a los incómodos mientras mantiene el sistema intacto, porque siendo así, mantiene vivos y preparados a sus ejércitos de triunfo electoral (Claudio Lomnitz: Antropología del clientelismo político, – las redes informales de poder).
La cruda realidad es que MORENA no controla el poder; es el poder el que controla a MORENA. Nadie cederá primero, todos los grupos de poder de MORENA continuarán de una u otra forma en sus actividades anticipadas tras las candidaturas (Nash).
El partido no necesita a estos grupos para ganar elecciones; el partido se ha convertido en estos grupos.
Si MORENA realmente frenara el nepotismo y las precampañas anticipadas, perdería gran parte de su estructura. Los ejércitos políticos necesitan estar activos, y por eso ni el PRI ni el PAN recuperarán pronto el poder: sus generales ya desertaron, y las tropas ahora militan en otro frente; la ausencia de luchas causa más bajas que la guerra.
MORENA no está rompiendo el sistema; está aprendiendo a jugar con sus reglas. Y como bien saben los viejos zorros del PRIAN que ahora pululan en sus filias, en política lo importante no es el discurso, sino mantenerse en el poder.