Un museo común para celebrar a los escritores

CHICAGO – Al entrar en el Museo de Escritores Estadounidenses, uno se encuentra parado bajo el follaje de unos árboles muertos, en la forma de una nube ondulante de colores que combinan, formada de libros que llegan hasta el techo.

Sin embargo, al dar una vuelta completa a la derecha, se está parado en una pequeña galería, en medio una pequeña arboleda de unos árboles exóticos y vivos.

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“Una de las cosas que nos preguntaban mucho cuando comenzamos era si el museo iba a ser un ateneo con sillas de cuero y mucho roble”, dijo Andrew Anway, su principal diseñador, parado junto a una espesura de palmeras en maceta, una parte de una instalación de sumersión, temporal, inspirada en la poesía de la naturaleza (y un jardín hawaiano) de W.S. Merwin.

“Eso era algo que realmente queríamos disipar”, continuó Anway. “Queremos que la gente que venga tenga diferentes tipos de experiencias en torno a la literatura”.

Thoreau tuvo su cabaña; Emily Dickinson su recámara, y, ahora, Estados Unidos tendrá en este mes, lo que los organizadores están diciendo que es el primer museo dedicado a los logros colectivos de los escritores del país.

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Sin embargo, en lugar de un templo de creación solitaria, los casi 11,000 pies cuadrados de galerías – ubicadas en el segundo piso de un edificio de oficinas en la avenida North Michigan, no lejos de las principales atracciones turísticas, como el Instituto de Arte y el Parque Milenio – se pueden ver como un alegre departamento compartido.

**En lugar de manuscritos y primeras ediciones, hay pantallas táctiles interactivas e instalaciones multimedios de alta tecnología a montones, como la fascinante “Word Waterfall”, en la que se revela que una pared de palabras densamente colocadas que parecen aleatorias, a través de una proyección de luz constantemente serpenteando, contiene citas literarias resonantes.

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También hay toques hogareños, como sillones acogedores en la galería de literatura infantil y hasta el olor ocasional a galletas, desatado cada vez que alguien empuja la placa de “Mastering the Art of French Cooking”, de Julia Child, incluida en una instalación titulada “The Surprise Bookshelf”.

Es posible que el museo, creado con casi 10 millones de dólares, recaudados entre particulares, no sea dueño de ningún artefacto. Sin embargo, sí tiene uno en préstamo por los próximos seis meses: el famoso rollo de 120 pies de largo en el que Jack Kerouac escribió rápidamente “On the Road”.

Es un tesoro que parece encajar perfectamente en el espíritu populista del bricolaje y no solo porque se exhibe cerca de una mesa de máquinas de escribir retro, con papel en el carro y listas para que las usen los visitantes.

“Realmente ilustra la idea del proceso, la forma en la que Kerouac unió el papel con cinta adhesiva, lo cortó y luego enloqueció”, señaló Carey Cranston, el presidente del museo. “Poder mirar físicamente hacia abajo y ver la cantidad de trabajo que le metió es una forma grandiosa de mostrar lo que hacen realmente los escritores”.

El museo es idea de Malcolm O’Hagan, un ejecutivo retirado, de la zona de Washington, D.C. Visitó el Museo de Escritores de Dublín cuando estuvo en nativa Irlanda hace ocho años y empezó a preguntarse por qué no había algo similar en Estados Unidos.

En cuestión de meses, O’Hagan incorporó una organización sin fines de lucro dedicada al proyecto. Pronto contrató a Anway, el fundador de la empresa Amaze Design con sede en Boston, quien organizó sesiones de lluvia de ideas con escritores, editores, académicos, profesores y libreros de diversas ciudades. (Chicago se escogió finalmente como ubicación debido a su fuerte tráfico turístico y su rica historia literaria, la cual se explora en una galería.)

Una decisión crucial fue incluir solo a autores muertos en las exhibiciones permanentes, y se dejó a los vivos para las exposiciones temporales y las actividades en vivo del museo. O’Hagan también decidió no contratar a un curador permanente para mejor depender de un núcleo o “equipo de liderazgo de contenidos” de media docena de personas y alrededor de 50 expertos en temas que asesoran al equipo de Anway.

“Con un curador, tienes el punto de vista de esa persona y sus prejuicios”, notó O’Hagan. “Pensamos que un enfoque grupal sería mejor”. (El museo tiene 15 empleados y un presupuesto anual para operación de unos 1.9 millones de dólares.)

Y también estaba el nombre, que le ganó al más formal de Museo de Literatura Estadounidense.

“La palabra ‘literatura’ tiene una sensación de superioridad y queríamos un público más amplio”, notó O’Hagan. “Debatimos de un lado para el otro, pero al final decidimos que el que se centra en los escritores era el correcto. A la gente siempre le fascinan las personas creativas”.

El enfoque populista del énfasis en la relevancia social de la literatura y su “relacionabilidad” podría no sentar bien en los círculos literarios y académicos. Sin embargo, Max Rudin, el editor de “Library of America” y miembro del equipo de liderazgo en contenidos, dijo que encaja en la propia tradición literaria estadounidense.

“La cultura literaria estadounidense es excepcionalmente democrática y pareciera que surge desde abajo, como una burbuja”, observó. “Uno de los misterios de la creación literaria es que la hacen hombres y mujeres que básicamente son como nosotros. Si el museo puede crear ese sentido de intimidad y conexión, eso es algo grandioso”.

Las exhibiciones reflejan un tipo de estire y afloja entre una inmersión lúdica y una instrucción más tradicional. Si desde la entrada uno va en dirección a una galería nombrada “A Nation of Writers”, se obtiene lo que podría denominarse el enfoque lógico, del lado izquierdo del cerebro, de la literatura, anclado en una pared de 85 pies de largo que cuenta la historia cronológica de la literatura estadounidenses por medio de 100 autores significativos. (El museo se cuida de no decir “mejores”.)

Quienes quieren más pueden utilizar las pantallas táctiles para navegar por los videos de comentarios sobre los temas de la identidad, la oportunidad y la experimentación de la crítica de la radio pública, Maureen Corrigan y de los eruditos literarios Ilan Stavans y Ivy Wilson. (Anway estimó que el conteo total de las palabras, habladas y escritas, en los textos que hay en el museo era “del equivalente a tres novelas”, muchas, dijo, para un museo de este tamaño.)

¿Le aburre el desfile de los grandes o solo busca éxitos más rápidos? “Surprise Bookshelf” es justo lo contario porque ofrece breves glosas sobre un revoltijo democrático de 100 fragmentos de “escritos memorables” que incluyen “Dear Mama” de Tupac Shakur; “Against Interpretation”, de Susan Sontag, y el lema publicitario de Times, “Takes a licking and keeps on ticking” de Timex.

La otra galería principal, llamada “The Mind of a Writer” ofrece un punto de vista más de la parte derecha del cerebro, centrada en la creatividad y el proceso. Hay grandes mesas con pantallas táctiles interactivas en las que el visitante puede indagar más profundamente en la historia, recepción y significado de 25 “obras maestras” de diversos géneros, incluidas “The Great Gatsby”, “Their Eyes Were Watching God”, “Harold and the Purple Crayon” y “Silent Spring”.

También hay una pared donde hay citas sobre la escritura, de Octavia Butler, Henry Miller y otros, y lecciones resumidas de cómo escribir (“Un verbo conciso tiene más peso que una pila de adjetivos”), ilustradas con características interactivas, como “un generador de diálogos sobre bricolaje”. Una red en una pantalla táctil permite equiparar los hábitos propios – ¿qué prefiere, bizcochos de chocolate o daiquiris como combustible? ¿Escribir en hoteles o al aire libre? – con los de los grandes.

“La idea es inspirar a la gente a hacer su propia literatura”, señaló Cranston.

Los visitantes tienen que empujar para superar el ánimo general del optimismo edificante y del progreso moral para encontrar corrientes más complicadas. Quienes no ven el video del comentario de Corrigan sobre el experimentalismo literario, por ejemplo, podrían no darse cuenta de que “Lolita” es más que una novela que “gira en torno a un viaje – un género estadounidense clásico – e improvisa en la cultura de los moteles y la adolescencia”, como está expresado en el breve texto dedicado a Vladimir Nabokov, colocado en la pared.

Y hay pocos indicios de que la literatura ha sido la fuente de una disputa apasionada; incluida la de para qué sirve la literatura, así como, de cualquier forma, cuáles autores deben estar en un museo como éste.

Anway dijo que le “impactaría” que los énfasis y las exclusiones del museo no provocaran discusiones. Sin embargo, está abierto a revisiones, dijo, tal como la propia literatura estadounidense.

“No estamos diciendo que se trate de un sitio enciclopédico”, notó. “Cambiará”.

Jennifer Schuessler
© 2017 New York Times News Service