Nuevamente, la soberbia

Hará un par de meses que en esta columna refería uno de los llamados pecados capitales, la soberbia, como la característica de los funcionarios del gobierno federal que comanda -de alguna forma hay que decirlo- Enrique Peña Nieto.

La renuncia de Luis Videgaray, ministro plenipotenciario como se decía en los albores del siglo XX, virtual vicepresidente de la República y hasta proyecto presidenciable de la actual administración, haga usted el faor, es precisamente el costo de esta soberbia.

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Videgaray Caso, artífice de la visita del repudiado Donald Trump a suelo mexicano, argumentó que promovió esta reunión entre el candidato republicano y Peña Nieto a fin de blindar la economía en caso de que éste ganara la presidencia de Estados Unidos, pero dejó de lado la dignidad de un pueblo al que el magnate ha ofendido hasta lo más hondo.

Esto ya lo hemos dicho varios mexicanos. Lo que observo, es que esa misma ceguera, esa misma soberbia, es la que ha hecho actuar a los funcionarios de primer nivel como como lo han hecho a lo largo del fallido sexenio: pensando que por encima de los mexicanos hay parámetros más importantes.

Es esa soberbia, ese ego ciego, el que les hace pensar que el país avanza viento en popa, que nuestra nación cuenta cada día con más y mejores empleos y que el nivel de vida de los mexicanos se eleva por encima del de otros ciudadanos de diversos países emergentes.

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Videgaray esgrimía estadísticas, argumentaba datos y tablas, lanzaba porcentajes… delirios de una mente trastornada, pero que con el poder en sus manos, y vestido con trajes caros, hace pensar que tiene la razón.
El oro hace soberbios, y la soberbia, necios, reza el proverbio.

Hoy, a la poca distancia de su renuncia, vemos que la soberbia cobró su primera víctima en la administración de Peña Nieto, pero no cantemos victoria. Aún quedan muchas cabezas por rodar.
Concluyamos pues con la frase de José de San Martín: La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.