Obama: El “sí, podemos”, sometido a la prueba de dos mandatos

Barack Obama conquistó la Casa Blanca después de llamar a los estadounidenses a “la audacia de la esperanza”, pero sabe que su lugar en los libros de historia será siempre medido con relación a las expectativas que hizo nacer en 2008.

Más allá de su gran sonrisa, su legendaria calma y su reconocida gracia cuando está bajo presión, ¿qué será recordado de su extraordinaria e imparable marcha hacia el poder y sus dos mandatos como presidente de Estados Unidos?

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Este hijo de un ausente padre keniano y una madre blanca, que dividió su niñez entre Hawái e Indonesia, ¿será recordado por bajar las tasas de desempleo o por el operativo que provocó la muerte de Osama bin Laden?

¿O será, tal vez, recordado por haber recompuesto las relaciones con Cuba? ¿O por mantenerse firmemente del lado de un acuerdo global contra el cambio climático?

Cualquiera que sea la versión que los historiadores elijan, Obama, el primer negro en convertirse en presidente de Estados Unidos, ciertamente puede atribuirse todos esos éxitos.

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Y sin embargo, en ese camino un sueño fundamental se malogró: el de la reconciliación nacional.

Los años de un Congreso paralizado en manos del opositor partido Republicano, y la elección de Donald Trump (que él nunca previó) después de una campaña electoral con niveles récords de agresividad, dejaron en evidencia una nación profundamente dividida.

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En un país con solo dos partidos políticos viables las divisiones son previsibles, especialmente cuando Republicanos y Demócratas se niegan a trabajar de forma conjunta.

Con la presidencia de Obama volvió a la superficie, y con fuerza inesperada, una línea divisoria de carácter racial.

Aunque haya sido muy cuidadoso en evitar presentarse como el “presidente para los estadounidenses negros”, es posible que, paradójicamente, no haya sido el líder adecuado para actuar con relación a la cuestión racial.