Obstáculo para la ciencia del clima: estudiantes escépticos y obstinados

WELLSTON, Ohio Para Gwen Beatty, estudiante de primer año en la preparatoria en esta localidad orgullosa, en apuros y simpatizante de Donald Trump, las lecciones sobre el cambio climático del nuevo profesor de ciencias parecieron explícitamente diseñadas para provocarla.

Así que respondió a la provocación.

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Cuando el profesor, James Sutter, atribuyó el reciente calentamiento de la Tierra a los gases que atrapan el calor y que son liberados por la quema de combustibles fósiles como el carbón que el padre de ella alguna vez había extraído, Beatty afirmó que podía ser resultado de otras causas naturales.

Cuando él describió las inundaciones, sequías y feroces tormentas que los científicos prevén en este siglo si esas emisiones de carbono no se reducen significativamente, ella lo retó a probarlo. “Los científicos están equivocados todo el tiempo”, dijo la alumna encogiéndose de hombros y haciéndose eco de quienes celebraron el anuncio del presidente Trump de que Estados Unidos se retiraría del acuerdo sobre el clima de París.

Cuando Sutter lamentó que la información sobre el cambio climático hubiera sido eliminada del sitio web de la Casa Blanca tras la toma de posesión de Trump, ella puso los ojos en blanco.

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El profesor sabía que ella era una alumna de calificaciones excelentes. No tendría problemas en comprender la evidencia, incrustada en los antiguos anillos de árboles, hielo, hojas y conchas, así como de sofisticados modelos computacionales, de que el bióxido de carbono es el principal culpable cuando se trata del calentamiento del mundo. O la gráfica que él mostró de cuán significativamente ha aumentado desde la Revolución Industrial, cuando los humanos empezaron a bombear enormes cantidades del mismo al aire.

Cuando ella insistió en que los maestros “se supone deben estar abiertos a las opiniones”, Sutter mantuvo su postura.

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“No se trata de opiniones”, le dijo. “Se trata de la evidencia”.

“Es como si una no pudiera estar en desacuerdo con un científico porque entonces está ‘negando la ciencia’”, dijo resoplando la joven a sus amigas.

Gwen, de 17 años de edad, no pudo identificar por qué encontró a Sutter, cuya clase de biología había disfrutado, de pronto tan insufrible. Y el día en que se ella se sintió tan perturbada por un documental que él estaba mostrando que salió rápidamente de la escuela los dejó a ambos temblando.

A medida que más de los maestros de la nación buscan integrar la ciencia del clima al plan de estudios, muchos de ellos están encontrándose con estudiantes para quienes la sospecha en el tema está profundamente arraigada.

En la rural Wellston, una ex localidad carbonífera y manufacturera que busca su nuevo aire, rechazar las conclusiones clave de la ciencia del clima puede parecer una cuestión de lealtad a una forma de vida bajo asedio. Originalmente vinculado, quizá, al autointerés económico, el escepticismo sobre el clima ha llegado a representar los ideales conservadores del trabajo duro, el gobierno pequeño y lo que la gente aquí llama la “auto sustentabilidad”.

Asiduamente promovido por los intereses de los combustibles fósiles, ese poderoso vínculo con una visión colectiva del mundo explica en gran medida por qué solo 22 por ciento de los simpatizantes de Trump en un sondeo de 2016 dijo que creía que la actividad humana está calentando al planeta, comparado con la mitad entre todos los votantes registrados. Y la opinión prevaleciente entre su base quizá, a su vez, haya facilitado la decisión del presidente de retirarse del acuerdo mundial para combatir el aumento de las temperaturas.

“Lo que las personas ‘creen’ sobre el calentamiento global no refleja lo que saben”, ha insistido Dan Kahan, un investigador de Yale que estudia la polarización política, en pláticas, documentos de investigación y publicaciones de blog. “Expresa quiénes son”.

Pero las aulas de ciencias de las escuelas públicas también están resultando ser un lugar raro donde las opiniones sobre el cambio climático podrían cambiar, según ha encontrado la investigación. Ahí, en comparación con gran parte de la vida adulta, puede ser difícil desentenderse totalmente de la información nueva.

Cuando Gwen se enfrentó con su profesor por la idea del cambio climático causado por los humanos, una de sus mejores amigas, Jacynda Patton, seguía dándole vueltas al tema tabú. “Aprendí algunas cosas, eso es todo”, dijo Jacynda a Gwen, de quien a menudo depende para que le proporcione los 2.40 dólares para el almuerzo escolar que de otro modo no podría pagar.

Contratado un año antes, Sutter fue el primer maestro de ciencias en Wellston en enfatizar la ciencia del clima. Resultó que lo hizo en una época en que la creciente evidencia del costo que el calentamiento global probablemente representará, y los considerables esfuerzos del gobierno de Trump para desacreditar esas conclusiones, están atrayendo nueva atención al salón de clases desde ambos bandos de la guerra cultural de la nación.

En Wellston, donde la mayoría de los estudiantes vive por debajo de la línea de pobreza y el sendero para bicicletas lleno de agujas que colinda con el campo de prácticas de la banda musical es conocido como la “autopista de la heroína”, el cambio climático no es considerado el tema más apremiante. Y, dado que la mayoría de los graduados de Wellston típicamente no continúan sus estudios para obtener un título universitario de cuatro años, esta quizá sea la única oportunidad que muchos de ellos tienen de estudiar el impacto del calentamiento global.

Pero el aula de Sutter muestra cómo el plan de estudios en ocasiones influye en la cultura sobre un tema que va a tener un impacto más profundo en los preparatorianos de hoy que en sus padres.

“Pensé que sería fácil obtener una buena calificación”, dijo Jacynda, de 16 años de edad y abierta simpatizante de Trump. “No lo fue”.

Unos 20 estados, incluidos un puñado de inclinación republicana, han empezado a requerir recientemente que los estudiantes aprendan que la actividad humana es una causa importante del cambio climático, pero pocos, si alguno, ha ofrecido un mapa de ruta de cómo enseñarlo, y la mayoría de los maestros de ciencias, según un sondeo reciente, dedica cuando mucho dos horas al tema.

A disgusto al enterarse de que ninguno de sus estudiantes podía recordar la visita de un científico a la escuela, Sutter recibió a varios estudiantes de posgrado de la cercana Universidad de Ohio.

En un viaje de campo a un laboratorio de biología ahí, muchos de sus estudiantes se subieron por primera vez a una escalera eléctrica. Para ilustrar por qué algunos científicos en los años 70 creían que el mundo se estaba enfriando en lugar de calentándose (“¿Entonces por qué deberíamos creerles ahora?”, preguntaron los estudiantes algunas veces), llevó un teléfono de botones de 1968 y un cartucho de juego de Nintendo de los años 80. “Nuestros datos y nuestra capacidad para procesarlos son simplemente mucho mejores ahora”, dijo.

En la clase del programa de Colocación Avanzada, Sutter aplicó un sondeo informal a mitad del ciclo: en total, 14 de los 17 estudiantes dijeron que sus padres pensaban que él, en el mejor de los casos, estaba perdiendo su tiempo. “Mi padrastro dice que me están lavando el cerebro”, dijo uno.

El padre de Jacynda, por su parte, no se sorprendió cuando su hija dejó de asistir a la clase de Sutter por un periodo a principios del invierno. El ex minero del carbón, que había soportado dos años de desempleo antes de tomar un empleo en la construcción, declinó una solicitud para hablar al respecto.

“Pienso que es porque le ha quitado mucho”, dijo Jacynda. “Considera que la gente defensora del medio ambiente le quitó su empleo”.

En los bosques detrás de la escuela, donde Sutter llevó a sus estudiantes a explorar un sendero natural, les mostró la preponderancia de los barrenadores esmeralda del fresno, un insecto invasivo que, debido al clima cálido, no habían experimentado la habitual extinción ese invierno. También hubo una inundación: una vez, cayeron más de 14 centímetros de lluvia en 48 horas.

El viaje de campo a un arroyo local donde el agua corre color anaranjado neón también causó una impresión. Sutter hizo que el grupo recolectara muestras del agua: los niveles de pH eran tan ácidos como “el vinagre blanco que compran en la tienda de abarrotes”, les dijo. Y el desagüe, como podían ver, era de la mina.

Fue el darse cuenta de que no había comprendido el daño hecho a su entorno inmediato, dijo Jacynda, lo que la hizo empezar a poner más atención. Leyó algunas cosas. También comenzó a pensar que podría disfrutar trabajar para la Agencia de Protección Ambiental; hasta que se enteró de que, bajo el gobierno de Trump, la agencia registraría enormes despidos.

“Muy bien, no voy a mentir. Di un giro de 180 grados”, dijo esa tarde en la biblioteca con Gwen, lanzado una mirada de culpabilidad a su amiga. “Esto está sucediendo, y tenemos que corregirlo”.

Después de huir del salón de clases de Sutter ese día, Gwen nunca regresó. “Es una estudiante con la que siento que fallé un poquito”, dijo el profesor.

Amy Harmon
© 2017 New York Times News Service