El optimismo enmascara a una familiar melancolía en Estambul

Con la colaboración en la investigación de Ceylan Yeginsu y Safak Timur.

ESTAMBUL _ Cuando el ejército cortó el tránsito en Estambul el viernes por la noche, al cerrar dos puentes en los primeros momentos del golpe de Estado, el gobierno de la municipalidad ordenó que los transbordadores trabajaran horas extras. Camiones municipales bloquearon las vialidades cercanas a las barracas del ejército. Los autobuses y el metro operaron gratis, y los funcionarios locales y predicadores de las mezquitas ayudaron a que los partidarios del gobierno salieran a las calles.

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Y cuando el presidente Recep Tayip Erdogan finalmente apareció en público, después de algunas horas de incertidumbre en las que apenas si escapó de que los soldados que trataban de derrocar a su gobierno lo atraparan en un hotel junto al mar, pero no a Ankara, la capital, sino a Estambul, donde permaneció todo el fin de semana y hasta el lunes.

Ankara puede ser la sede del gobierno de Turquía, pero fue el control que Erdogan ejerce sobre Estambul, una ciudad a la que gobernó como alcalde alguna vez, lo que fue crucial para sofocar el golpe de Estado.

Después, fue en las calles, mezquitas y plazas públicas de Estambul que sus partidarios islamistas celebraron en forma estridente y donde Erdogan consolidó su control sobre el poder.

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En muchas formas, las dos ciudades representan las profundas divisiones de Turquía: Estambul es dueña del corazón de los islamistas y es la vitrina de Turquía ante el mundo; mientras que Ankara es un sitio especial para los turcos seculares.

“El que Estambul casi se convirtiera en la segunda capital del país ha sido muy decisivo para evitar el golpe de Estado”, notó Yusuf Muftuglu, quien fue un asesor del expresidente Abdulá Gul y, brevemente, de Erdogan.

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El drama del fallido golpe de Estado evolucionó en dos espacios urbanos y los cielos encima de ellos: Estambul, la megalópolis que simboliza el pasado del país como sede el imperio islámico, y Ankara, la funcional capital, un antiguo remanso anatoliano, construido por el moderno fundador laico de Turquía, Mustafá Kemal Atatürk.

Gran parte de la violencia ocurrió en Ankara, donde distintas facciones de las fuerzas armadas combatieron por los edificios gubernamentales. Sin embargo, los acontecimientos en Estambul resultaron ser cruciales para repeler el golpe de Estado. Fue allí que dos canales privados de noticias transmitieron una cobertura en contra del golpe y les brindaron una plataforma a los dirigentes elegidos, incluido Erdogan.

Durante el tiempo que ha estado en el poder, Erdogan ha pasado muchísimo más tiempo en Estambul que los presidentes anteriores y ha supervisado la construcción de la mezquita más grande de Turquía en la ciudad.

También ha integrado una fuerza policial, gran parte de la cual tiene su sede en Estambul. Al integrarla con gente leal y purgar a los presuntos enemigos, creó un contrapeso al Ejército, el cual tiene una historia de llevar a cabo golpes de Estado en contra de los gobiernos civiles.

Y, en gran medida, fueron las fuerzas especiales de la policía las que defendieron al gobierno durante el fin de semana y confrontaron a las facciones militares renegadas.

En los días previos al fallido golpe de Estado, se podía percibir un sentido palpable de melancolía cuando se caminaba por la ciudad, cuya singularidad se mide en números: siete colinas, dos continentes o la capital de tres imperios en el pasado.

Los turcos la llaman “huzun”, una palabra rica, enraizada en el árabe, que significa melancolía y mucho más: pérdida, tristeza, angustia espiritual. El más famoso novelista de Turquía, Orhan Pamuk, la usó para describir a Estambul en los sombríos años posteriores a la caída del Imperio otomano.

Ahora, la palabra ha retornado al léxico de la ciudad, conforme el optimismo por el creciente poder de Turquía en la escena mundial da paso a la ansiedad por el terrorismo y los conflictos internos.

Una vez que se había sofocado definitivamente el golpe de Estado y los partidarios de Erdogan inundaban las calles y plazas de la ciudad para celebrar durante el fin de semana, retornó una sensación de optimismo a las calles, pero la alegría enmascaraba una profunda intranquilidad que ha envuelto a la ciudad.

A Estambul, donde las mezquitas e iglesias antiguas compiten con resplandecientes rascacielos y centros comerciales de imitación otomana para definir un horizonte urbano en evolución, el gobierno islámico de Erdogan reorganizó y creó una imagen reluciente de la ciudad a la que ahora amenaza la inestabilidad.

El gobierno abrazó el pasado otomano e islámico de Turquía como una época mítica de armonía y volvió a concebir a Estambul como la verdadera capital del país, invirtiendo mucho en los proyectos de obras públicas, nuevo centros comerciales y edificios de oficinas. Ankara pasó al asiento trasero.

“Yo creo que se presento a la ciudad como este sueño perfecto sin sus problemas”, comentó Kaya Genç, un novelista y ensayista que escribió sobre el “huzun” después del ataque reciente contra el aeropuerto de Estambul, en el que murieron docenas de personas. “Quizá era una mentira, pero la extrañamos”.

Ahora, dijo, “es el retorno de la verdadera Estambul”.

Con ello quiso decir una ciudad cuyo ánimo está más en sincronía con su pasado inestable de golpes de Estado militares, violencia política y crisis económicas En los últimos años, el gobierno construyó una imagen de Estambul como un lugar maravilloso con una historia fascinante, y grandiosas arquitectura y gastronomía, y creció el turismo.

Genç dijo que, al igual que muchos otros liberales e intelectuales, se convenció de la visión. “Se reinventó y se reempaquetó un pasado como esta grandiosa historia multicultural en la que no hay conflictos”, comentó.

Aun antes del fallido golpe de Estado militar, todo lo que estaba nublado por los efectos secundarios de la guerra civil siria _ el terrorismo y una inundación de refugiados, cientos de miles tan solo en Estambul _ ponía los nervios de punta en la ciudad.

“Se está arabizando todo”, dijo Karaca Borar, quien es dueño de una tienda de antigüedades en una de las calles sinuosas y empedradas en la Estambul europea, y fue quien suministró los artículos que llenan un museo cercano, propiedad de Pamuk que está basado en su novela: “Museum of Innocence” (Museo de la inocencia).

Contó que estaba cansado de oír el saludo árabe de “salaam aleikum” en las calles y cansado de tantos sirios, en general. (Es un sentimiento que se comparte ampliamente: cuando Erdogan dijo recientemente que Turquía debería ofrecerles la ciudadanía a los sirios, un periódico laico, de derecha, llamó a los sirios “chusma” en un titular de primera plana.)

Al preguntársele por el ánimo en la ciudad, la cual había enfrentado diversos ataques terroristas devastadores antes del intento de golpe de Estado, de los cuales se responsabilizó al Estado Islámico, dijo Borar, “Terrible, terrible, terrible”.

Hoy en día, parece ser, todos los viejos conflictos de Turquía _ en forma más prominente, la división entre los turcos religiosos y los laicos _ y muchos nuevos que están pasando al primer plano.

El más dramático fue la larga noche de incertidumbre cuando los jets de combate retumbaron en el cielo, las balaceras se oían por toda la ciudad y los manifestantes se movilizaban mientras el ejército trataba de asegurar la ciudad.

Sin embargo, aun antes de eso, los traumas de Turquía aparecían por toda Estambul en conversaciones glaciales sobre política, en dolorosas decisiones de irse o en las comunidades cerradas, en las pequeñas manifestaciones que la policía reprimía rápidamente y en nuevos debates sobre el uso de los espacios públicos.

Hace tres años, manifestantes en el parque Gezi o en la plaza Taksim en la Estambul europea, donde los seguidores de Erdogan se reunieron el fin de semana, se opusieron a los planes de convertir al parque en un centro comercial.

Las protestas se convirtieron en un cuestionamiento generalizado a su régimen, el cual se está haciendo cada vez más autocrático. No se produjeron cambios políticos que duraran, pero sí se salvó el parque.

El distrito más conservador es Fatih, en la ciudad vieja, al otro lado del estuario del Cuerno de Oro que divide a la Estambul europea.

Allí, Erdogan habló en un funeral el domingo y exhortó a sus seguidores a que sigan reuniéndose en las plazas públicas de la ciudad. También es donde los tres terroristas suicidas que llevaron a cabo los bombazos en el aeropuerto vivían en un departamento, en un edificio anaranjado.

Sin embargo, la zona está lejos de ser homogénea. En un enclave aburguesado en Fatih, el barrio llamado Balat, han aparecido cafés de estilo desvencijado elegante y estrafalarias tiendas de antigüedades en las calles estrechas, con lo que han aumentado las tensiones y se están poniendo a prueba los límites de la diversidad social.

“Estambul solía parecer un pueblo”, comentó Hikmet Bardok, de 63 años, un residente de tiempo atrás. “Ya no la reconozco. Muchas personas que viven aquí son pobres. Y esta gente rica está viniendo y buscando sitios para estacionar su Ferrari”.

Bardok dijo que dejó de beber en 1994 cuando recurrió a la religión y culpó a los turcos laicos por la polarización del país porque son “arrogantes e irrespetuosos”.

Ahora que se están mudando a su barrio, le preocupa que “en cinco o 10 años este lugar se va a convertir en un Amsterdam”.

Entre tanto, Genç ha estado pensando en escribir un libro sobre lo que llama “la nueva Estambul”, que sea una crónica de “los nuevos barrios artificiales y distantes” que se han construido en los límites de la ciudad durante la gestión de Erdogan.

Erdogan gozó alguna vez del apoyo de muchos intelectuales y miembros de la elite de Estambul, algunos de los cuales ahora lo llaman dictador, aun cuando se opusieron al golpe de Estado. Alguna vez pensaron que era capaz de sanar las divisiones del país y disfrutaron del optimismo que circulaba por Estambul.

Ahora, después del intento de golpe de Estado, se preguntan si Erdogan será más autocrático o, quizá, aproveche el momento para arreglar las relaciones con los segmentos de la sociedad a los que ha alejado.

Eso quedará más claro en los días y semanas que vienen. Por ahora, los turcos simplemente están tratando de darle sentido a su vertiginoso fin de semana.

La mañana después del intento de golpe de Estado, Genç se despertó temprano y fue a caminar junto al Bósforo. “Como tela de fondo, estaba el canal”, escribió en un ensayo para The New York Times, “el sol ardiente y dos puentes que cruzan dos continentes, donde, apenas unas horas antes, los tanques habían estado disparando”.

Tim Arango
© 2016 New York Times News Service