Para palestinos, crianza de caballos árabes es ‘El `pasatiempos de los Pobres’

© 2016 New York Times News Service

En la violenta barriada del este de Jerusalén conocida como Issawiya había basura ardiendo al lado del basurero abierto, llenando el aire de una pestilencia acre. Grafiti árabe cubría un muro de piedra de un lado de un empinado carril repleto de piedras dejadas de choques entre residentes palestinos y soldados israelíes. Una bola de niños se detuvo y miró con recelo a dos extraños.

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Después se cimbró una verja gris de metal cerca de la parte más alta de la calle. Salieron dos caballos árabes exquisitamente adornados, sus pezuñas sonando sobre el polvoriento pavimento. Los caballos fueron haciendo cabriolas hacia el centro de la ciudad con sus jinetes, Alaa Mustafá, de 24 años, y su primo, Oday Muheisan, de 19. Detrás de ellos, la verja abierta reveló un diminuto lote de cinco lados para ejercitar caballos y un establo con una docena de caballerizas entre una mezcolanza de edificios de apartamentos.

Los dos relucientes caballos negros, purasangres certificados de nombres Rawnaq y Furys, ofrecieron un atisbo a una pasión palestina – algunos lo llaman obsesión – por la crianza de caballos de espectáculo, caballos de carreras y sementales más modestos en lo que pudieran parecer condiciones imposibles. Los caballos son criados y en cierta medida entrenados en barrios bravos del este de Jerusalén como Issawiya, Tur y Jabal al-Mukaber, a menudo por familias que luchan por compartir diminutos hogares en condiciones de hacinamiento.

“En Estados Unidos, se refieren a la cría de caballos como el pasatiempo de los ricos”, dijo Muhamed Hamdan, de 25 años de edad, entrenador palestino que estudió en Estados Unidos. “Aquí, es el pasatiempo de los pobres”.

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Si bien los establos suelen ser reducidos y están sucios, sus alrededores pueden ser sobrecogedores. En un día reciente, la noche cayó sobre un establo en ruinas, oculto entre olivos en una colina por encima del Jardín de Getsemaní. Fares Slim, de 22 años, conducía a una yegua blanca fuera de su caballeriza y sostenía la brida en alto. Detrás de ellos estaban los minaretes y agujas de la Antigua Ciudad de Jerusalén y el dorado Domo de la Roca.

Establos más grandes tachonan poblados y pueblos de todo tamaño en la ocupada Cisjordania, y muchas familias crían a sus propios caballos. Entrenadores como Hamdan, quien administra un establo con dos docenas de caballos en Tursmusaya, aproximadamente a 90 minutos en automóvil al norte de Jerusalén, también reciben un salario por preparar a los caballos para competir en espectáculos y carreras; o simplemente para verse bien a medida que entran a medio galope a través de las calles, valles, olivares y pedregosas colinas.

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Algunos palestinos ricos comparten la misma pasión, operando ranchos rodeados de poco más que caseríos beduinos y matorrales que evocan el Oeste Americano, y los entrenadores compiten a través del paisaje con el abandono de extras en una película de vaqueros.

“Si no amas los caballos, no estás viviendo”, dijo Shadi Abu Obeid, empresario que posee un rancho con 28 equinos.

Muchos palestinos dicen que ese afecto les ayuda a soportar la vida bajo la ocupación israelí. Palestinos e israelíes en el negocio, así como entrenadores extranjeros y jueces que conocen la región, dicen que el caballo árabe tiene otro efecto que es casi mágico: persuaden a que israelíes y palestinos vayan a las mismas arenas, donde el conflicto se funde brevemente y todos admiran los caballos mientras se pavonean, danzan, galopan y compiten por trofeos.

“El caballo árabe vuelve muy pequeño al mundo y une a la gente”, dijo Renata Schibler, oficial suiza por la Conferencia Europea de Organizaciones del Caballo Árabe, quien trabaja voluntariamente como juez en espectáculos de caballos – esencialmente, concursos de belleza – en Israel, donde compiten tanto caballos israelíes como palestinos. “Los israelíes, palestinos, se sientan juntos, gozando de los caballos. Es difícil describirlo”.

Tareq al-Sheikh, el gerente general de un club juvenil deportivo en Jericó que tiene una pista de caballos de tamaño real, campos de entrenamiento y caballerizas para 97 caballos, dijo que el entusiasmo se había disparado en los últimos 10 a 15 años. Estimó que casi 1,000 familias tienen caballos actualmente en el este de Jerusalén y Cisjordania. Otros entusiastas y entrenadores estiman que el número asciende a decenas de miles, pero todo parece indicar que nadie tiene un conteo oficial.

Ese día en Issawiya, Ali Attiyá, de 13 años de edad, estaba parado con un grupo de amigos viendo mientras los primos recorrían el atestado mercado del barrio sobre sus monturas. “Conocemos a estos tipos; son de la familia Mustafá”, dijo Ali. “¡Ellos tienen los mejores caballos!”

Montar enciende los mismos sueños que los deportes en cualquier ciudad. Otro día, Rasha Abdeen explicó por qué ella llevaba a su hijo, Zain, de 10 años, a lecciones en el área de entrenamiento con barreras de madera y neumáticos pintados de brillantes colores en Tur. “Primero que nada, mi hijo ama a los animales”, dijo. “La segunda razón es, un día anticipo que mi hijo sea un caballista profesional”.

El tipo palestino de experto equino es corto de comentarios agradables de tipo pastoral y largo de impetuosidad urbana. “Cuando traes a un niño de un campo de refugiados, él tiene conocimiento de la calle”, dijo Nadar al-Demary, uno de los entrenadores de Jabal al-Mukaber que trabaja y enseña en el establo y escuela de montar en Tur, con toda una vista hasta el mar Muerto.

Es difícil pasar de largo un eco de la cultura urbana de EU. Amir Kartom, de 38 años de edad, quien nació y fue criado en Chicago pero se mudó hace poco a Cisjordania para alcanzar a su familia, dijo que estaría dejando a su primer caballo en el establo con Hamdan, en Turmusaya. “Me encantan los caballos, hombre, desde el día en que nací”, dijo Kartom en inglés.

En su infancia, Kartom estudió con Michael Byatt, entrenador y criador bien conocido con base en Houston. Localizado por vía telefónica, Byatt se refirió a Hamdan como “un niñito brillante”, recordando que había acorralado un caballo que se había escapado en una feria de Kentucky antes de que el personal de Byatt pudiera reaccionar.

Los caballos palestinos ya empezaron a hacer que las cabezas giren en espectáculos en Israel, dijo Eli Kahaloon, quien con su esposa, Chen Kedar, es dueño de un establo israelí llamado Árabes Ariela.

Kahaloon estimaba que de los aproximadamente 165 caballos en un espectáculo al que había asistido en el norte de Israel en mayo, de 60 a 70 por ciento pertenecían a ciudadanos palestinos de Israel. Dijo que de 10 a 20 caballos habían llegado desde Cisjordania, pese a la complejidad de obtener permisos y llevarlos a través de retenes militares.

Kahaloon dijo que en la última década o más, los palestinos habían mejorado enormemente la calidad de su reserva al comprar mejores caballos para cría. En la sección VIP de los puestos en el espectáculo, grupos de criadores israelíes y palestinos socializaban amigablemente y vitoreaban a sus respectivos caballos.

El concurso “no tenía nada que ver con política”, dijo Mohammad Al-Mahdi, criador de Yenín, en el norte de Cisjordania. “Quienquiera que venga a espectáculos como este ama a los caballos”.

James Glanz and Rami Nazzal
© The New York Times 2016