El peor error de Obama

© 2016 New York Times News Service

El enloquecido ataque de un hombre armado en un centro nocturno de Orlando, Florida, en junio, matando a 49 personas, resultó en cobertura total de los medios informativos y en un trauma nacional.

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Ahora imagine que una matanza de ese tipo se desarrolla más de cinco veces al día, siete días de la semana, de manera incesante durante cinco años, totalizando quizá 470,000 muertes. Eso es Siria. Sin embargo, incluso al tiempo que los gobiernos de Siria y Rusia cometen crímenes de guerra, bombardeando hospitales y matando de hambre a civiles, el Presidente Barack Obama y el mundo dan la impresión de encogerse de hombros (ejem, ejem).

Admiro a Obama por acrecentar el cuidado de salud y evitar una crisis nuclear con Irán, pero permitir que la guerra civil de Siria y el sufrimiento se prolonguen sin desafío ha sido su peor error, proyectando una sombra sobre su legado. Es igualmente una mancha sobre todos nosotros, análoga a la indiferencia hacia refugiados judíos en los años 30, a los ojos apartados de Bosnia y Ruanda en los años 90, a Darfur en la década de 2000.

Esta es una crisis que clama por liderazgo estadounidense, y Obama no ha demostrado suficiente.

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Con toda ecuanimidad, Obama está en lo correcto en ser cauteloso con respecto a involucrarse militarmente, y no sabemos si los enfoques más asertivos favorecidos por Clinton, el general David Petraeus y muchos otros habrían sido más efectivos. Sin embargo, creo que Obama y los estadounidenses en general están equivocados cuando parecen sugerir: Es horrible lo que está pasando por allá, pero nada hay, sencillamente, que podamos hacer.

“Hay muchas cosas que podemos estar haciendo ahora”, me dijo James Cartwright, general retirado de cuatro estrellas que fue vicepresidente del Estado Mayor Conjunto. “Podemos hacer muchas cosas para crear seguridad en áreas selectas, proteger y estabilizar esas zonas seguras y permitirles reconstruir su propio país incluso al tiempo que el conflicto sigue en otras partes del país”.

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Cartwright, quien ha sido llamado el general favorito de Obama, reconoce que su propuesta para zonas seguras conlleva riesgos y que la población estadounidense debería estar preparada para un largo proyecto, de una década o más. Sin embargo, advierte que los riesgos de no hacer nada en Siria son incluso mayores.

Madeleine Albright, la secretaria de Estado de Bill Clinton, coincide en que podemos hacer más, como crear zonas de seguridad. Ella hace énfasis en que EU debería tener mucho cuidado en el uso de la fuerza para no empeorar los problemas, pero agrega que imparcialmente: “Deberíamos estar preparados para intentar y crear estas áreas humanitarias”.

Esta crítica es bipartidista. Kori Schake, director de estrategia de la defensa en la Casa Blanca de George W. Bush, dice: “Sí, hay algo que podemos hacer”. Su recomendación es por zonas seguras siguiendo el modelo de Operación Proporcionar Confort, que estableció la sumamente exitosa zona de exclusión aérea en el norte de Irak en 1991, tras la primera Guerradel Golfo.

Muchos expertos recomiendan intentar que la fuerza aérea de Siria se quede en tierra para que ya no pueda arrojar bombas de barril sobre hospitales y civiles. Una idea que se oye con frecuencia es la de disparar misiles desde afuera de Siria para crear cráteres en pistas militares de aviación, a fin de volverlas inutilizables.

Uno de los objetivos de ese tipo de estrategias es incrementar las probabilidades de un final negociado a la guerra. La reticencia de Obama ha despojado de influencia al secretario de Estado estadounidense, John Kerry, quien está intentando valientemente negociar un perdurable cese al fuego. Estados Unidos fue capaz de obtener un trato con Irán debido a que tenía fichas para negociar, al tiempo que en Siria hemos renunciado a toda influencia. Además, el titubeo de Obama ha tenido un costo real, porque cualquier paso en Siria es mucho más complejo ahora que Rusia está en la guerra.

Dos años atrás, Obama enfrentó otro desafío intimidante: un inminente genocidio de yazidíes en el monte Sinyar, cerca de la frontera entre Irak y Siria. Intervino con ataques aéreos y pudiera haber salvado decenas de miles de vidas. Fue un rayo de grandeza por el cual él no recibió suficiente reconocimiento… y que no ha repetido.

Si bien es comprensible la cautela dentro de Siria, la falta de liderazgo global público de Obama para impulsar por la ayuda a sus refugiados que están inundando Jordania, Líbano y Turquía es más difícil de explicar. El llamado internacional por los sirios este año tiene fondos de apenas 41 por ciento.

“Si le interesa el extremismo, hay 200,000 niños sirios creciendo en Líbano sin educación alguna”, nota David Miliband, el ex secretario del exterior de Gran Bretaña, actualmente director del Comité Internacional de Rescate.

Quizá sea injusto reprocharle a Obama cuando otros políticos y otros países también se muestran impasibles y Estados Unidos ha sido generoso con ayuda financiera; pero, a final de cuentas, la responsabilidad final descansa en el escritorio de Obama. Él será anfitrión de una reunión cumbre sobre refugiados el mes próximo y yo espero que aproveche esa oportunidad para suministrar el liderazgo global que se necesita para abordar la crisis.

En fecha reciente me reuní con dos valientes médicos estadounidenses que, a gran riego personal, usaron su tiempo de vacaciones para colarse a Alepo, Siria, para cuidar niños heridos por bombas de barril. Describieron trabajo en un improvisado hospital clandestino y su furia callada ante la despreocupación del mundo.

“Quedarse sentados y permitir que un gobierno y sus aliados bombardeen torturen y maten de hambre sistemática y deliberadamente a miles de personas, eso no es la solución”, me dijo el Dr. Samer Attar, cirujano de Chicago. “Silencio, apatía, indiferencia e inacción no van a hacer que esto desaparezca”.

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Nicholas Kristof
© The New York Times 2016