Pizzas, ponis y delfines: los premios de Kim Jong-un para la élite de Corea del Norte

PYONGYANG, Corea del Norte — Las fachadas de colores de las torres de apartamentos ubicadas en una gran avenida de seis carriles conocida como Mirae, la avenida de los Científicos, resaltan sobre los tonos apagados que dominan el resto del horizonte de Pyongyang.

En esa avenida hay tiendas de aparatos electrónicos, un cine y una nueva pizzería donde jóvenes meseras vestidas de rojo le dan la bienvenida a los visitantes.

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El precio de la pizza es de unos 8 dólares y un plato de pasta cuesta menos de la mitad. Hay un resplandeciente acuario cerca de la entrada pero no parece lleno de vida, al igual que el restaurante que parecía siniestramente tranquilo durante la noche en que lo visité.

El local se llama Italy Pizza y es alabado por las guías locales como el restaurante más popular de Pyongyang, la capital norcoreana. Es una concesión cosmopolita para la élite de la ciudad y una muestra para los visitantes extranjeros de que todo marcha bien en el país, a pesar de las sanciones económicas, el aislamiento internacional y los informes de escasez y hambruna.

No cabe duda de que Corea del Norte está asolada por la pobreza. Su economía apenas funciona y se cree que el producto interno bruto per cápita es tan bajo que se calcula en 1800 dólares anuales. Sin embargo, para los pocos privilegiados de esta ciudad de tres millones de habitantes, funcionarios públicos y miembros de una naciente clase de comerciantes, las opciones de entretenimiento se han expandido desde que Kim Jong-un asumió el poder hace cinco años.

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Hay cafés y bares, canchas de tenis y gimnasios. También hay un boliche y un supermercado elegante, un delfinario nuevo y un parque acuático. A media hora en auto desde el centro de Pyongyang, el Mirim Riding Club cuenta con 120 caballos, incluyendo unos de raza trotón de Orlov que el presidente ruso, Vladimir Putin, envió como regalo y que pueden montarse durante una hora por 8 dólares.

Por lo general, a los visitantes extranjeros se les lleva primero al Revolutionary Site Education Room, una galería que incluye una gigantesca fotografía de Kim a los 4 años de edad, con una gorra rosa y guantes rojos, jugando con un caballo. “Nuestro gran general Kim Jong-un siempre poseyó un don especial con los animales”, me contó un guía.

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El gobierno norcoreano controla estrictamente lo que los extranjeros pueden ver, así que es difícil saber hasta qué punto los nuevos servicios urbanos de Pyongyang son reales ni cuánta gente puede disfrutarlos. No obstante, durante una reciente visita de una semana para asistir a un festival bienal de cine organizado por el gobierno, se me permitió visitar algunas de las nuevas atracciones, en compañía de dos guías oficiales.

En el Delfinario Rungna, que forma parte de un parque de diversiones más grande ubicado en una isla en el río Taedong, me acompañó una audiencia de más de 1400 personas que vitoreaban mientras observaban a los delfines nadando y saltando aros.

Al gobierno de Corea del Norte le afecta que su economía esté tan atrasada en comparación con la de Corea del Sur, su vecino y archienemigo, y el gobierno ha intentado mantener la cabeza en alto a pesar de las devastadoras sanciones impuestas como respuesta a sus abusos a los derechos humanos y al programa de armas nucleares que han desarrollado.

La semana pasada, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas le pidió a sus miembros “redoblar las sanciones” después de que Corea del Norte desafió las advertencias en septiembre y realizó otra prueba nuclear, la quinta y más poderosa hasta ahora.

Se supone que hace más de una década, Corea del Norte comenzó a introducir elementos del mercado en su economía pero los expertos afirman que la presión parece haberse acelerado desde que Kim, quien se cree que tiene 32 años, sucedió a su padre en 2011.

Para este gobernante, el hecho de presentar nuevas atracciones al público es una forma de hacer énfasis en el desarrollo del país bajo su gobierno y distinguirse de sus predecesores, mientras que también complace a una élite que ha sido un componente clave para el régimen.

La pieza central de los esfuerzos para impresionar a los extranjeros en Corea del Norte es Mirae, la avenida de los Científicos, donde causa sensación un rascacielos curvo de color azul y blanco, de 53 pisos de alto, coronado por una esfera dorada.

Se dice que en esos edificios viven profesores y empleados de la Universidad de Tecnología Kim Chaek, pero pocos apartamentos parecen estar ocupados e incluso un número menor parecía tener electricidad cuando caminé por la zona durante una noche reciente.
En enero, cuando la temperatura de Pyongyang cae por debajo del punto de congelación, se supo que los apartamentos no tenían calefacción ni agua.

Cuando pregunté por qué tantas ventanas de los edificios estaban a oscuras mientras afuera brillaban las luces de la calle, mi guía susurró, como si me estuviera diciendo un secreto, que los residentes trataban de ahorrarle energía a la nación.

Otro día, mientras regresábamos al hotel, ella me dijo: “¡Mire! Es Mirae, la avenida de los Científicos” y comentó que la calle se podía ver desde lejos por sus luces brillantes. El resplandor hacía que la calle resaltara, sin embargo, era la oscuridad circundante lo que causaba ese efecto.