El populismo, lejos de dar la vuelta, quizá apenas esté empezando

NUEVA YORK ⎯ Como si la política occidental no fuera lo suficientemente volátil, una ola de elecciones recientes pareció ofrecer evidencia contradictoria en cuanto a si el populismo está avanzando o retrocediendo.

Triunfó en la votación británica para abandonar la Unión Europea y en la contienda presidencial estadounidense, se quedó corta en las elecciones holandesas, y obtuvo su mayor éxito en la historia en la primera ronda presidencial de Francia y enfrenta una probable humillación en la segunda ronda.

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Pero estos resultados quizá no sean tan contradictorios como parecen. El populismo, sugiere la investigación, ha estado creciendo constantemente desde los años 60. Ahora está alcanzando un tamaño que a menudo es demasiado pequeño para ganar rotundamente, pero es lo suficientemente grande para dar forma y, en ocasiones, para cambiar drásticamente la política de un país.

Si los partidos populistas ganan o pierden depende no solo del nivel de apoyo popular ⎯ el cual parece sorprendentemente consistente en todos los países ⎯, sino también de la naturaleza del sistema político.

El populismo occidental quizá esté entrando en algo así como sus complicados años de adolescencia; capaz de tomar prestado el auto pero no de ser su dueño, de tener influencia en el hogar pero demasiado joven para dirigirlo.

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Sin embargo, la investigación sugiere que continuará creciendo como fuerza política. Cuatro elecciones importantes del último año demuestran cómo esta dinámica puede desarrollarse en formas diferentes.

Una ganancia gradual, apenas ahora obvia

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Marine Le Pen, la lideresa del partido ultra derechista Frente Nacional en Francia, demostró en la primera ronda de la elección presidencial cuán lejos había llegado su movimiento. En la segunda ronda, si los sondeos son correctos, mostrará cuán lejos está aún de tomar el poder.

Con el tiempo, el Frente Nacional ha mejorado constantemente su desempeño. En 1988, obtuvo 14 por ciento. En 2002, el único otro año en que pasó a la segunda ronda, reunió 17 por ciento; en 2012, 18 por ciento. Este año, Le Pen obtuvo 21 por ciento de los votos, lo cual la pone en la segunda ronda de la elección.

Esta ha sido la historia del populismo en toda Europa: un ascenso constante a lo largo de décadas.

Desde los años 60, los partidos populistas han duplicado su porcentaje de votos promedio en las elecciones europeas y triplicado su número de escaños en las legislaturas europeas, según un artículo reciente de los científicos políticos Ronald Ingleheart y Pippa Norris.

Hoy en día, esos partidos ocupan 13 por ciento de los escaños parlamentarios y obtienen aproximadamente el mismo porcentaje en las votaciones nacionales, concluyeron. Le Pen está superando el promedio ⎯ cada país es un poco diferente, después de todo ⎯, pero no por mucho.

El proceso ha sido demasiado gradual como para haber sido apenas notado hasta ahora. Solo se siente repentino.

Aunque las elecciones son impredecibles y cualquier cosa es posible, se proyecta que Le Pen perderá la segunda ronda por hasta 20 puntos porcentuales. Así que, aun cuando la ola populista está elevándose, su ritmo es demasiado lento para impulsarla al poder.

Esta es la naturaleza del tamaño incómodo del populismo. Es demasiado pequeño para ganar de manera confiable elecciones nacionales. Pero es lo bastante grande para enmarcar a la política, en Francia y en otras partes, como un debate entre globalismo y etno-nacionalismo. Las líneas de tendencia continúan apuntando hacia arriba.

El sistema puede marcar la diferencia

Durante gran parte de la contienda presidencial estadounidense de 2016, pareció que Donald Trump tomaría un camino similar al de Le Pen: una victoria sin precedentes en las primarias republicanas seguida por una humillante derrota en la elección general.

En contiendas primarias competitivas, el apoyo de Trump osciló en torno al 30 por ciento. Los sondeos mostraban que era ampliamente impopular entre los simpatizantes de candidatos más convencionales, así como entre la mayoría de los demócratas.

Esto llevó a muchos analistas a concluir que, nacionalmente, el apoyo de Trump tenía un tope de quizá 40 por ciento, de nuevo a la par con Le Pen.

Pero hubo una diferencia crucial: décadas de polarización partisana entre el sistema bipartidista de Estados Unidos.

Aunque Trump se ganó a algunos votantes demócratas de clase obrera, su mayor salto ocurrió cuando republicanos antes escépticos se reunieron a su alrededor, haciéndolo superar su supuesto tope. Y el sistema de Colegio Electoral significó que Trump ganara aun cuando perdió el voto popular por dos puntos porcentuales.

Mientras los partidos de centro-derecha de Francia se sienten cómodos rechazando a Le Pen, el Partido Republicano vio poca opción salvo respaldar a Trump. Y aunque los votantes republicanos quizá hayan mostrado escepticismo ante Trump, la polarización hizo que se sintiera imperativa la victoria de su lado, y la derrota del otro.

La polarización, aunque menos extrema en otras partes, está extendiéndose en todas las sociedades occidentales, impulsando a los votantes alguna vez centristas hacia partidos más extremos a la derecha y a la izquierda; espacios ocupados por los populistas.

Demasiado grande para ser ignorado

Los sistemas políticos occidentales, después de meses de alarma, celebraron las elecciones holandesas de marzo como un signo de que la ola populista había dado la vuelta.

El ultra derechista Partido para la Libertad, encabezado por Geert Wilders, creció de 15 a 20 escaños para convertirse en el segundo partido más grande del país, alineándose con el ascenso continental del populismo.

Al final, sin embargo, obtuvo solo 13 por ciento de los votos, ligeramente menos de lo que habían proyectado los sondeos y muy poco para forzar su ingreso en una coalición gobernante. Los votantes holandeses parecieron haber puesto fin a la serie de victorias populistas.

Pero Wilders había sido contenido por la tiranía matemática de los sistemas parlamentarios, no solo por una reacción antipopulista.

En los sistemas parlamentarios, los votos tienden a dividirse entre varios partidos, y ninguno asegura una mayoría por sí solo. Para gobernar, un partido tiene que formar una coalición mayoritaria con otros partidos.

Esto significa que, en tanto un partido populista no gane más del 50 por ciento de los votos ⎯ virtualmente imposible en sistemas como el de Holanda ⎯, los otros partidos pueden unirse para formar una coalición que lo excluya, lo que se conoce como “cordon sanitaire”.

Sin embargo, aun cuando Wilders no asumió el control del gobierno, su movimiento y sus políticas avanzaron.

El partido de centro-derecha, que encabeza el gobierno, retuvo el poder en parte al apropiarse del mensaje de Wilders, particularmente sobre la inmigración. Mark Rutte, el primer ministro, dijo a los migrantes en una carta abierta poco antes de la votación: “Actúen normal o váyanse”.

Fuerzas similares pudieran desarrollarse en las elecciones legislativas francesas en junio. Incluso si Le Pen pierde, los partidos convencionales se han fracturado y los partidos de centro-derecha se han vuelto más populistas. Su oponente centrista, Emmanuel Macron, enfrentará la presión para moverse a la derecha también.

Con el tiempo, estas dinámicas pudieran acelerar más el ascenso del populismo, escribió Cas Mudde, un científico político holandés, en Foreign Affairs en septiembre.

A medida que más partidos populistas se vuelvan el segundo o tercer partido más grande de su país, los partidos convencionales tendrán que formar más “cordons sanitarie” para excluirlos. Para los votantes populistas, esto se siente como una conspiración del sistema para reprimir la voluntad popular, profundizando la indignación hacia un sistema al parecer insensible.

Populismo convencional

Aun cuando los partidos populistas a menudo son demasiado pequeños para asumir el poder, cuando se alinean las fuerzas correctas son lo suficientemente poderosos para reformar la política.

Así es como el Partido por la Independencia del Reino Unido (o UKIP, por su sigla en inglés), ayudó a producir la salida británica de la Unión Europea.

Después de años de porcentajes de un solo dígito en las elecciones nacionales, el partido obtuvo 13 por ciento de los votos en 2015, de nuevo alineándose con las medidas de tendencias más amplias.

Obtuvo solo un escaño en el Parlamento, eligiendo a un representante que posteriormente renunció al partido. Pero esa victoria ayudó a causar que el Partido Conservador de centro-derecha temiera que pudiera perder el poder, o que su liderazgo centrista pudiera caer, a menos que se apropiara del llamamiento del UKIP. Así que el partido convocó a un referendo sobre abandonar la Unión Europea. Pareció creer que el referendo fracasaría. Después de todo, 13 por ciento no era mucho.

Pero el llamado Brexit fue aprobado, con 52 por ciento, debido al apoyo de votantes a quienes los expertos Jonathan Mellon y Geoffrey Evans llamaron “curiosos del UKIP”, aquellos que estaban poco dispuestos a apoyar regularmente al partido pero fueron receptivos a su mensaje.

“Vivimos en una era sin precedentes de apoyo partidista volátil”, escribieron los expertos, queriendo decir que incluso un partido tan marginal como el UKIP pudo presionar lo suficiente al sistema para introducir su política en la agenda; y que existió un apoyo latente suficiente para asegurar una mayoría, aun cuando fuera solo para una elección un solo día.

Esto difícilmente significa que el UKIP algún día ocupará el poder, o incluso necesariamente ganará un segundo escaño en el Parlamento. Pero difícilmente lo necesita. Como prueba el Brexit, la ola populista puede hacer mucho con el 13 por ciento.

Max Fisher y Amanda Taub
© 2017 New York Times News Service