El pueblo fantasma Pyramiden se hunde en las raíces de la Historia de Svalbard

El archipiélago de Svalbard es la tierra habitada más septentrional de Europa. Se encuentra al norte (muy al norte) de Noruega, país al que pertenece políticamente, entre los 74 y 81 grados de latitud, muy por encima del Círculo Polar Ártico. Con un clima muy frío pero sin llegar a los niveles homicidas típicos en semejantes latitudes (la media en enero es de entre 13 y 20 bajo cero, lo que hay en el congelador de cualquier casa, vamos) está habitada desde hace miles de años. En la actualidad 2.500 personas se reparten los 65.000 kilómetros cuadrados de extensión de las islas; cuatro quintas partes de ellas viven en la capital de la región, Longyearbyen, que no es precisamente Londres. Sólo existen, de hecho, otros dos lugares habitados en todo el archipiélago. Mayoritariamente son un lugar desolado, congelado y un tanto aburrido. Al norte de la principal isla del Archipiélago, Sptisbergen, y a menos de mil kilómetros del Polo Norte, se encuentra el pueblo fantasma de Pyramiden, un pueblo soviético (sí, soviético) cuya génesis se hunde en las raíces de la Historia de Svalbard.
Svalbard fue, durante los siglos XVII y XVIII, tierra de nadie; se utilizó por tripulaciones de unos cuantos países como base para cazar ballenas, aunque posteriormente fue prácticamente abandonada. A principios del siglo XX el descubrimiento de minas de carbón y los conflictos asociados a ello por los derechos de explotación hicieron conveniente la formación de un gobierno. Tras la I Guerra Mundial y como parte de las negociaciones mantenidas en Versalles, se firmó el Tratado de Spitsbergen, que garantizaba la soberanía completa de Noruega sobre el archipiélago con ciertas limitaciones en materias como los impuestos o la defensa. Las claúsulas del tratado especificaban que todos los países firmantes tenían idéntico derecho a establecerse allí para realizar actividades de minería, pesca o caza, sujetos, eso sí, a la legislación noruega al respecto.