Renuncia de policía saudí religiosa destaca fisuras de la nación

© 2016 New York Times News Service

YIDDA, Arabia Saudí – Durante la mayor parte de su vida adulta, Ahmed Qassim al-Ghamdi trabajó entre los barbados responsables de Arabia Saudí. Él era un dedicado empleado de la Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio – conocida en el extranjero como la policía religiosa – y sirvió con las tropas en la línea del frente que protegen al reino islámico de la occidentalización, secularismo y cualquier cosa menos las prácticas islámicas más conservadoras.

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Una parte de eso parecía trabajo policial ordinario: sorprender a narcotraficantes y contrabandistas en un país donde el alcohol está prohibido. Sin embargo, los hombres de “La Comisión”, como la llaman los saudíes, pasaron la mayor parte de su tiempo manteniendo las puritanas normas públicas que ponen aparte a Arabia Saudí no solo de Occidente, sino de la mayoría del mundo musulmán.

Una ofensa crucial era el ‘ikhtilat’, o socialización no autorizada entre hombres y mujeres. Los clérigos del reino advierten que eso pudiera conducir a fornicación, adulterio, hogares rotos, niños nacidos de parejas no casadas y el colapso total de la sociedad.

Al-Ghamdi se ciñó al programa durante años y con el tiempo fue puesto a cargo de la comisión para la región de la Meca, la ciudad más sagrada del islam. Después, él tuvo un ajuste de cuentas y empezó a cuestionar las reglas. Así que acudió al Corán y las historias del Profeta Mahoma y sus compañeros, considerados los ejemplares de conducta islámica. Lo que encontró fue asombroso y cambió su vida: se había dado abundante socialización entre la primera generación de musulmanes y, al parecer, a nadie le había interesado.

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Así que él se expresó con fuerza. En artículos y presentaciones en televisión, argumentó que buena parte de los que practicaban los saudíes como religión era, de hecho, prácticas culturales árabes que se habían mezclado con su fe.

No había necesidad de cerrar las tiendas para rezar, dijo, ni prohibir que las mujeres conduzcan vehículos, como hace Arabia Saudí. En la época del Profeta, las mujeres viajaban a lomo de camello, lo cual destacó que era mucho más provocativo que mujeres con velo pilotando camionetas deportivas de lujo.

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Él incluso dijo que las mujeres tenían que cubrirse solo la cara si así lo elegían. Y para demostrar la profundidad de su propia convicción, al-Ghamdi apareció en televisión con su esposa, Jawahir, quien sonrió a la cámara, la cara descubierta y adornada con una capa de maquillaje.

Era como una bomba adentro de la cúpula religiosa del reino, amenazando al orden social que otorgaba prominencia a los jeques y los convirtió en los árbitros del bien y el mal en todos los aspectos de la vida. Él amenazaba su control.

Colegas de al-Ghamdi en el trabajo se negaron a hablarle. Iracundos telefonemas saturaron su teléfono celular y amenazas de muerte anónimas lo asolaban por Twitter. Prominentes jeques tomaron las ondas radiales para denunciarlo como un advenedizo ignorante que debería ser castigado, procesado… e incluso torturado.

Para el visitante occidental, Arabia Saudí es una desconcertante mezcla de urbanismo moderno, cultura del desierto y un incesante esfuerzo por adherirse a una rígida interpretación de las escrituras que tiene más de 1,000 años de antigüedad. Es un reino inundado de riqueza petrolera, rascacielos, camionetas deportivas de lujo y centros comerciales, donde preguntas sobre cómo invertir dinero e interactuar con personas no-musulmanas son respondidas con citas del Corán o historias sobre el Profeta Mahoma.

La primacía del islam en la vida saudí ha conducido a una descomunal esfera religiosa que se extiende más allá de los clérigos oficiales del estado. La vida pública está llena de jeques celebridades cuyos movimientos, comentarios y conflictos siguen los saudíes justamente como los estadounidenses siguen a los actores de Hollywood. En la sociedad hiperconectada del reino, compiten por seguidores en Twitter, Facebook y Snapchat. El gran muftí, el máximo oficial religioso del estado, tiene igualmente un programa de televisión que se transmite con regularidad.

Para los saudíes, intentar navegar lo que es permitido, “halal”, y lo que no, “haram”, puede ser desafiante. Así que acuden a clérigos en busca de fatwas, o fallos religiosos sin carácter obligatorio. Si bien algunos pudieran captar mucha atención – como cuando el Ayatolá Rujolá Jomeini de Irán se pronunció por la muerte del escritor Salman Rushdie – la mayoría concierne a los detalles de la práctica religiosa.

Al-Ghamdi, de 51 años de edad, dijo que el mundo de jeques, fatwas y la meticulosa aplicación de la religión a todo había definido su vida.

Pero ese mundo – su mundo – lo había dejado helado y afuera.

Como nuevo integrante de la comisión sobre Yeda, al-Ghamdi había sentido que había encontrado un trabajo consistente con sus convicciones religiosas. A lo largo del transcurso de unos cuantosaños, él se transfirió a la Meca y pasó por diferentes puestos.

Sin embargo, desarrolló reservas con respecto a la manera de funcionar de la fuerza. El celo religioso de sus colegas a veces los llevaba a exagerar sus reacciones, allanando casas de personas o humillando a detenidos.

“Digamos que alguien había bebido alcohol”, dijo. “Eso no representa un ataque a la religión, pero ellos son exagerados con respecto a su trato hacia la gente”.

El jefe de la comisión para la región de la Meca murió en 2005 y al-Ghamdi fue ascendido. Era un gran puesto, con alrededor de 90 estaciones a lo largo de un área diversa que contenía los sitios más sagrados del islam. Él dio su máximo esfuerzo por mantener el paso, al tiempo que le preocupaba que el enfoque de la comisión fuera erróneo.

En privado, él buscaba guía en las escrituras y los dichos del Profeta Mahoma con respecto a lo que era halal y lo que era haram, y documentó sus hallazgos.

“Quedé sorprendido porque solíamos oír de los académicos: ‘Haram, haram, haram’, pero ellos nunca hablaron sobre la evidencia”, dijo.

Al darse cuenta de la gravedad de una conclusión de ese tipo para alguien en su posición, él se mantuvo en silencio y archivó el documento.

Sin embargo, pronto emergerían sus conclusiones.

Alrededor de la misma época que él estaba reconsiderando su perspectiva del mundo, el Rey Abdulá, en esa época el monarca, anunció planes de abrir una universidad de clase mundial, la Universidad Rey Abdulá de Ciencia y Tecnología, o KAUST. Lo que conmocionó a la cúpula religiosa del reino fue su decisión de no segregar a los estudiantes por género, ni imponerles a las mujeres un código de vestimenta.

KAUST siguió el precedente de Saudi Aramco, la empresa estatal del petróleo, que también había sido protegida de la interferencia clerical, poniendo de relieve una de las grandes contradicciones de Arabia Saudí: sin consideración a cuánto elogie la familia real sus valores islámicos, cuando quieren ganar dinero o innovar, no acuden a los clérigos en busca de consejo. Erigen un muro y los dejan afuera.

La mayoría de los clérigos guarda silencio en deferencia al rey. Sin embargo, un integrante del máximo organismo clerical abordó el tema en un programa al que el público se comunica, advirtiendo de los peligros de universidades mixtas: acoso sexual; hombres y mujeres coqueteando y distrayéndose de sus estudios; maridos cada vez más celosos de sus esposas; violación.

“La mezcla tiene muchos factores corruptores, y su malignidad es enorme”, dijo el clérigo, Jeque Saad al-Shathri, agregando que si el rey hubiera sabido que este era el plan, lo habría detenido.

Sin embargo, mezclarse era efectivamente la idea del rey, y él no se estaba divirtiendo. Despidió al jeque mediante un decreto real.

Desde su oficina en la Meca, al-Gahmdi observaba, frustrado de que los clérigos no estuvieran apoyando el proyecto que él sentía que era bueno para el reino.

Así que, después de rezar al respecto, recuperó su informe y lo redujo a dos largos artículos que fueron publicados en el diario Okaz en 2009.

Esos fueron los primeros ataques en una batalla de un año de duración entre al-Ghamdi y la cúpula religiosa. El siguió con otros artículos, apareció en TV y se enfrentó a otros clérigos que lo insultaron y reunieron su propia evidencia de las escrituras. Sus colegas en la comisión lo evitaron, así que él solicitó – y se le concedió de manera expedita – el retiro anticipado.

Una vez fuera de la fuerza, cuestionó otras prácticas: obligar a las tiendas a cerrar durante los momentos de rezos y exhortos a la gente para que acuda a la mezquita, velos, la prohibición en contra de que las mujeres conduzcan vehículos.

Cada comentario encendió un nuevo infierno. Una mujer le preguntó alguna vez por Twitter si ella pudiera no solo mostrar su cara, sino también usar maquillaje. Seguro, dijo al-Ghamdi, desatando nuevos ataques.

Después, en 2014, él iba a presentarse en un popular programa de entrevistas y los productores filmaron un segmento sobre él y su esposa, quien hizo una aparición de su cara y dijo que ella lo apoyaba.

Llegaron duras respuestas de la cúspide de la cúpula religiosa.

“Sin duda, este hombre es malo”, dijo el jeque Salé al-Luheidan, integrante del máximo organismo clerical. “Es necesario por el estado asignar a alguien que lo convoque y torture”.

En últimas fechas, al-Ghamdi mantiene un bajo perfil porque sigue siendo insultado cuando aparece en público. No tiene empleo, pero publica columnas periodísticas con regularidad, sobre todo en el extranjero.

Su esposa, Jawahir, dijo que la experiencia le había cambiado la vida en formas inesperadas, y como su marido, ella no lo lamentaba.

“Nosotros enviamos nuestro mensaje, y el objetivo no era que nosotros siguiéramos apareciendo y nos volviéramos famosos”, dijo ella. “Era enviar un mensaje a la sociedad en el sentido que la religión no es costumbres y tradiciones. La religión es otra cosa”.

Ben Hubbard
© The New York Times 2016