Retrocede oleada de refugiados y queda expuesta angustia de isla griega

Nikolas Leontopoulos contribuyó con información.

© 2016 New York Times News Service

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SKALA SIKAMINIAS, Grecia – Stratis Valamios aceleró el motor en su pequeño bote blanco y condujo bajo una breve luna fuera del puerto de esta comunidad pesquera, enclavada en la punta norte de Lesbos, la tercera isla más grande de Grecia.

Los cielos eran suficientemente claros para ver las montañas púrpuras de Turquía a corta distancia al otro lado del mar Egeo. Debería ser fácil capturar calamar en esta tranquila noche. En últimas fechas, él necesitaba una buena carga llegar a fin de mes.

Hace un año, él y otros pescadores en la diminuta comunidad, Skala Sikaminias, estaban llevando a cabo una captura más inusual: miles de buscadores de asilo empapados por el mar que pasaron en tropel a través del Egeo para escapar al conflicto y pobreza de Oriente Medio y África. Como una de las recaladas en Grecia más cercanas a Turquía, Skala Sikaminias, con sus 100 residentes, se convirtió rápidamente en el centro de la crisis, la primera parada en Europa para gente que intenta llegar a Alemania en una búsqueda desesperada por comenzar una nueva vida.

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“Solía estar en pleno mar y llegaba a ver 50 botes zigzagueando hacia mí”, dijo Valamios, mirando a través del estrecho canal. “Yo solía acelerar hacia ellos, y ellos arrojaban a sus hijos a mi bote para que los salvara”.

Actualmente los refugiados han dejado de venir en su mayoría. La costa, en otra época tachonada de chalecos salvavidas naranja y botes destrozados, ya fue limpiada hasta un blanco casi sin mácula. Sin embargo, el drama humano ha dejado una huella aquí y, a través de todo Lesbos, en formas que solo han empezado a desarrollarse.

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La comunidad está casi desprovista de turistas este año al tiempo que alemanes, suecos y otros visitantes que habían llegado largamente en grandes grupos a las cristalinas aguas de Lesbos optan por vacacionar en otros lugares, recelosos de pasar sus vacaciones en un sitio asociado actualmente con desesperación humana. Las ventas y ocupación en los hoteles y tabernas de la isla han caído aproximadamente 80 por ciento, particularmente a lo largo del tramo de 12 kilómetros entre Skala Sikaminias y el poblado vacacional de Molyvos, donde muchos de los más de 800,000 refugiados que sobrevivieron el cruce el año pasado terminaron siendo arrojados a la costa.

Valamios solía suplementar sus ingresos como pescador trabajando cinco meses al año en la taberna Mulberry de Myrivilis, dando hacia el bucólico puerto donde pescadores remiendan redes amarillas debajo de adelfas y gatos de la comunidad merodean en busca de pescado. Este año, le pidieron trabajar solo un mes debido a la falta de clientes. Casi 1,000 griegos en el área han perdido empleo por temporadas.

Entre los pobladores, prevalece una sensación de incomprensión. Cuando empezó de lleno la crisis de refugiados, muchos fueron lanzados al papel de buenos samaritanos. Con interminable generosidad, se unieron para rescatar a miles de sirios, afganos y otros migrantes en peligro, meses antes de que llegaran grupos de ayuda humanitaria y gobiernos europeos a brindar ayuda.

“Toda la comunidad está orgullosa de lo que hicimos”, dijo Theano Laoumis, quien ayuda en la administración de la taberna Kyma. En la playa de la taberna, balsas inflables de refugiados habían terminado en un arroyo incesante. “No sabías a quién salvar primero, había muchísima gente. Pero, sí la salvamos. Tan solo era natural. Eso debería generar buena publicidad, no mala”.

La caída en ventas ha impactado a Lesbos conforme Grecia ha luchado por salir de una larga crisis económica. Algunos muestran amargura en el sentido que la oleada de refugiados se ha sumado a sus pesares.

“Yo no quiero que ellos regresen”, dijo el pescador Nikos Katakouzinos. “Ellos han hecho suficiente daño a la comunidad y a la isla”.

Sin embargo, lamayoría de los residentes en Skala Sikaminias no responsabiliza a los migrantes. Muchos locales son descendientes de refugiados griegos que huyeron de Turquía en medio de la guerra con Grecia en los años 20. Actualmente están desconcertados ante críticas de sirios y otros que escapan del conflicto y se arriesgan a un peligroso cruce del Egeo, que también se convirtió en una tumba para más de 1,000 hombres, mujeres y niños cuya travesía terminó en tragedia.

Luego que la Canciller alemana Ángela Merkel dijo el año pasado que Alemania daría la bienvenida a refugiados, empezaron a llegar botes por miles. El gobierno griego, en plena crisis económica y política, estaba muy mal preparado. Así que los pescadores de la aldea saltaron a la acción, corriendo hacia balsas que hacían agua mientras gritos hacían eco sobre el agua.

“Nuestra gente estaba en estado de choque: había muchísimos bebés”, recordó Valamios. “Primero tomamos a los bebés, después regresamos por los adultos. A menudo no sabías si los niños terminarían huérfanos”.

Hizo una pausa y después apretó la mandíbula. “Vimos morir a mucha gente”.

La comunidad creó al poco tiempo un sistema de rescate. Si alguien veía a un bote de migrantes en peligro, él o ella alertaba a los pescadores para que salieran. Los residentes se reunían en la costa para recibir a botes entrantes y ayudar a sobrevivientes, cuyos números ascendieron en un punto dado a 5,000 al día, aproximadamente. Las mujeres encabezadas por abuelas de la comunidad, llevaron refugiados a una casita, donde los vistieron con ropa donada y administraron leche a los bebés.

Yorgos Sofianis estuvo entre los desplegados s en la playa. Es pastor y su establo está sobre la cima de una colina donde podía ver la llegada de las balsas inflables. “Al principio, mis ovejas se asustaban por todos los gritos”, dijo. “Pero, como nosotros, se acostumbraron”.

“Era una situación del tercer mundo”, recordó. “Las calles estaban pavimentadas de personas. En algunos de los niños, podías ver cicatrices de la guerra de vuelta en casa. Incluso quien más odio albergue cambiaría de ánimo si viera eso”.

En medio del caos, Sofianis encontró una medida de salvación. Su hijo e hija adolescentes murieron hace poco de una rara forma de epilepsia, durante dos Noche Buenas sucesivas.

“Una noche, terminó en la playa un niño que se parecía muchísimo a mi hijo muerto”, dijo. “Me di la vuelta bañado en lágrimas. ¿Cuánto puede soportar una persona? Cuando menos ese niño vivió”.

Hizo un mohín, y miró con tristeza al mar: “Eso fue lo que me salvó, ayudarles a estos niños. Porque no podía ya conmigo mismo”.

Para julio pasado, más botes de la guardia costera patrullaban las aguas, y organizaciones no-gubernamentales llegaron en grandes números al área para ayudar. Después, cuadrillas internacionales de noticias descendieron sobre la aldea, luchando por imágenes del drama humano.

“Se convirtió en un espectáculo”, dijo Sofianis. “A veces, ellos dejaban de fotografiar y ayudaban a los refugiados, pero muchos estaban aquí solo para hacer negocios”.

En la taberna Mulberry, el propietario, Lefeteris Stylianou, vio su café a medias y habló con amargura sobre las consecuencias. “Ellos querían vender dolor, cuando dimos todo lo que teníamos por ayudar”, dijo, refiriéndose a los medios informativos. “Por favor, díganle a la gente que es seguro y hermoso aquí una vez más. Necesitamos el turismo”.

Conforme va terminando el verano, la comunidad sigue luchando por regresar a la normalidad. Todo parece indicar que la sanación tardará en llegar.

Los pobladores ya no experimentan el mar de la misma forma. Cuando ven al horizonte, algunos dicen que por un segundo piensan que viene otro barco de refugiados.

“Tenemos que estar listos”, dijo Valamios. “Si ocurre de nuevo, todos harán exactamente lo mismo: Vamos a ayudar”.

Liz Alderman
© The New York Times 2016