Rio: Más allá del brillo olímpico, arde cruenta guerra contra drogas

Paula Moura contribuyó con información.

© 2016 New York Times News Service

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RÍO DE JANEIRO – Los fans se estaban formando para ver a un dúo del voleibol estadounidense enfrentarse a México en las seductoras arenas de la playa Copacabana.

Pero, al otro lado de la ciudad, lejos de la emoción olímpica, el chisporroteo de batallas a balazos hizo eco a través de las colosales favelas que envuelven los flancos de colinas de Río de Janeiro.

Tan pronto como oyó las balas zumbando por la mañana del martes, Richard Conceição Dias, de 9 años de edad, supo qué hacer.

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“Me tiré al suelo, abrazando a mi mamá”, dijo Richard, quien vive en una casa de una recámara en el extenso grupo de favelas Complexo do Alemão con su madre y sus tres hermanas. “Ella me dijo: ‘Aléjate de la ventana, cierra los ojos, sueña en algo bonito'”.

Buena parte de Río se está deleitando en la excitación de la Olimpiada. Acaudalados parranderos se empinan caipiriñas al lado de supermodelos y astronautas en veladas generosas con anfitriones como Omega, el fabricante suizo de relojes. Miles de soldados están patrullando los elegantes distritos costeros para aligerar temores de asaltos y otro tipo de delincuencia.

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Pero, a la sombra de la Olimpiada, se está desarrollando una guerra a fuego lento entre pandillas de drogas y las fuerzas de seguridad de la nación. A medida que van creciendo las muertes en la favela donde vive Richard con su familia, es como si los Juegos – para ellos y miles de otras personas en algunas de las comunidades más pobres de Río – estuvieran teniendo lugar en alguna ciudad distante.

En un estallido de lucha durante la semana pasada, más de 200 oficiales de policía atacaron dentro del laberinto de callejones que es el Alemão. Refiriéndose a su operación como Germania, la región europea de tribus beligerantes que en otra época fue sometida mayormente por el Imperio Romano, la policía mató a disparos a dos hombres, al tiempo que un oficial de combate a narcóticos resultó herido.

Algunas de las 70,000 personas que viven en Alemão, fuera de la mirada de las cuadrillas de televisión que se enfocan en las maravillas de Río, albergaban esperanzas de calma a medida los Juegos de Verano se ponían en marcha. Pero entonces llegaron los disparos del martes, seguidos de más batallas por la mañana del miércoles y una profusión de desesperación e ira.

“Vivimos peor que esos bonitos caballos usados para competir en los Juegos Olímpicos”, dijo Juciléia Silva, de 35 años de edad, la madre de Richard, refiriéndose a la competencia ecuestre que tuvo lugar por la mañana del martes, alrededor de la misma hora que ella y su familia se tiraron al piso para escapar de los disparos.

Expertos de seguridad que registran luchas armadas en Río de Janeiro han documentado docenas de ese tipo de episodios en favelas tales como Alemão desde que empezó la Olimpiada la semana pasada, haciendo que surjan dudas con respecto a la descomunal operación de seguridad. En un episodio del miércoles, soldados de la fuerza federal de seguridad desplegados en Río para la Olimpiada fueron atacados en la favela Vila do Joao. Cuando menos dos fueron heridos, incluyendo uno que recibió un balazo en la cabeza.

Antes de la Olimpiada, Mario Andrada, el portavoz del comité organizador de los Juegos de Río, había hecho alarde de que Río sería “la ciudad más segura en el mundo” en este momento.

Este miércoles, después de la violencia más reciente, él defendió esos comentarios.

“Un atleta no lamenta decir que ganará antes de un juego”, dijo Andrada a reporteros.

En 2009, cuando Río de Janeiro ganó su propuesta para ser anfitrión de la Olimpiada, las autoridades imaginaron lo que ellas mismas describieron como su “pacificación” de Alemão y otras favelas como un factor crucial en su plan para resucitar la fortuna de Río. Soldados en tanques entraron a Alemão en 2010, acompañados de oficiales de policía que empezaron a construir una red de puestos de avanzada.

Durante cierto tiempo, todo indicaba que eso funcionaría.

A medida que la violencia fue menguando, las autoridades construyeron una impactante red aérea de vías, conectando las colinas densamente pobladas de Alemão. Directores buscaron locaciones fílmicas en Alemão para escenas de telenovelas. Un nuevo pub que servía cervezas artesanales atraía a forasteros con la curiosidad de una mirada a un área que se había considerado vedada desde hacía largo tiempo atrás.

Pero para 2014, las pandillas estaban devolviendo agresivamente el embate de la policía. Una de ellas es el Comando Rojo, que ubica sus orígenes en los años 70, cuando milicianos de izquierda encarcelados se unieron con delincuentes comunes. La pandilla capitalizó viejos vínculos con proveedores colombianos de cocaína para ejercer considerable influencia a lo largo de Alemão y otras áreas de Río de Janeiro.

La lucha endiabladamente compleja por el control de muchas favelas – las áreas mayormente pobres que surgieron a menudo como asentamientos irregulares en Río – sigue machacando, dicen expertos de seguridad. El Comando Rojo está chocando no solo con la policía, sino también con otras pandillas y con milicias: grupos paramilitares integrados en su mayoría tanto por oficiales de policía activos como retirados.

El resultado es un caldo distópico de conflicto perpetuo de ojo por ojo.

“Río está presagiando una nueva ola de conflictos que veremos alrededor del mundo”, dijo Robert Muggah, el director de investigación del Instituto Igarapé, grupo de investigación en Brasil que se enfoca en temas de seguridad. Hizo énfasis en la prolongada naturaleza de las guerras de drogas en la ciudad, los altos índices de muertes en ciertas áreas y el despliegue repetido de fuerzas de seguridad que apacigua – pero, a veces, reenciende – la violencia.

“La bala entró por mi hombro y salió por mi espalda”, dijo Felipe Curi, oficial de policía, después de haber sido herido durante la refriega de la semana pasada. “Dios en el cielo me estaba cuidando”.

Para las familias atrapadas en el fuego cruzado, todo lo que se habla sobre legados olímpicos en Río parece insultante.

Las batallas a tiros detuvieron el icónico teleférico en Alemão incluso nuevamente esta semana, dejando varada a gente que se dirigía al trabajo. Durante el mes pasado, las autoridades interrumpieron el servicio cuando menos nueve veces debido a tiroteos. En un episodio, una madre que llevaba a sus hijos a la escuela usó su teléfono celular para filmarlos, aterrados, adentro de un vagón de teleférico suspendido.

Se informó que dos personas, un agente de policía y un residente, estaban heridas en las consecuencias de tiroteos por la mañana del miércoles en Alemão. En otro caso que suscita inquietudes sobre la violencia durante los Juegos, testigos dijeron que disparos habían destrozado las ventanillas de un autobús que transportaba periodistas por la noche de este martes.

Una reportera en el autobús, Sherryl Michaelson, quien es una capitana retirada de la fuerza aérea de Estados Unidos, dijo que había oído el claro sonido de un arma siendo disparada. De cualquier forma, las autoridades determinaron que el daño provenía de una roca que se había lanzado contra el autobús.

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Las nuevas estaciones de policía en Alemão, elogiadas en otra época como una señal de que Río estaba mejorando, actualmente funcionan como un archipiélago de asediados puestos de avanzada de seguridad en un mar donde resurgen las pandillas de drogas. Incluso durante la Olimpiada, cuando se suponía que la paz prevalecería en Río, residentes de Alemão están encontrando formas de describir la sensación de guerra que persiste a su alrededor.

José Franklin da Silveira, autor de literatura de cordel que se apoya en la poesía en rima recitada por trovadores en la periferia de Brasil, escribió siete páginas de versos titulados “la Olimpiada en Alemão”.

Este poema, vendido en alrededor de 1.50 dólares en las favelas, describe las perplejas reacciones de Josimar, niño que confunde los fuegos artificiales de la ceremonia inaugural con los disparos que siguen plagando a Alemão.

Mientras salta de un techo al otro, Josimar despliega una pericia atlética que nunca será contenida fuera de Alemão. Más bien, las habilidades del muchacho atraen la atención de líderes de pandillas que están impacientes por reclutarlo.

“En mis historias, escribo sobre nuestro mayor temor”, dijo Silveira, de 56 años. “Es el temor a poner un pie fuera de nuestros hogares”.

Simon Romero
© The New York Times 2016