Ritmos de Ghana, en Texas

DENTON, Texas — La mañana del 20° Aniversario del Festival Cultural Africano que se celebra cada año en la Universidad del Norte de Texas, Torgbui Midawo Gideon Foli Alorwoyie, el fundador del evento, estaba haciendo algunos encargos de último momento. Había que ir a buscar los tambores, pasar a la imprenta para retirar los programas y conseguir el vestuario. Para estos eventos anuales, él es su propio promotor, su propio publicista y su propio “equipo de calle”.

“Yo hago todo”, explicó desde el asiento de conductor de su minivan. Las profundas cicatrices azules de sus mejillas (que lo marcan como Midawo, o sumo sacerdote, del culto ewé de la región de Volta, en Ghana) se doblaban mientras rebotaba entre dos celulares. Una gruesa cadena con un medallón de oro con la forma de África destellaba en su pecho.

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Alorwoyie (pronunciado “al-or-wo-yí), de 71 años, es una rareza en la academia estadounidense: es un maestro tamborilero de África con cargo de profesor de planta de tambores y bailes africanos, disciplinas difíciles de categorizar dentro de la teoría musical occidental. Y en su propio país, es uno de los pocos músicos que trabajan arduamente para pasar tradiciones en peligro de desaparecer.

Alorwoyie también tiene el título de Torgbui, o jefe supremo, en su región de Ghana, por lo que es responsable de decisiones administrativas y fallos sobre ciertos juicios; es un herbolario (una botella grande de ginebra que tiene en casa, llena con raíces largas, fue ofrecida repetidas veces a un visitante por sus propiedades curativas), y para sus actores y estudiantes es muy exigente.

Tiene un eslabón clave para la evolución del minimalismo estadounidense: en 1970, el compositor Steve Reich viajó a Ghana y estudió con Alorwoyie durante un mes. “Drumming”, la obra innovadora de Reich para nueve percusionistas, fue escrita luego de este viaje.

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A principios de mes, en varios ensayos en el campus de la Universidad del Norte de Texas, Alorwoyie guió un conjunto estudiantil de baile y tambores que, para el concierto del festival, estaría acompañado por cinco percusionistas ghaneses y por la esposa de Alorwoyie, Memunatu, de 46 años, una ex bailarina principal del Grupo de Baile de Ghana, de Acra; por varios ex estudiantes que regularmente vuelven para bailar en estos eventos, y por su hija Gloria, de 11 años, quien ha estado bajo el tutelaje de su madre desde que nació.

Más ágil y rápido que muchos hombres de la mitad de su edad, Alorwoyie exudó una feroz calma durante los ensayos. Para muchos ritmos, se paró junto al atsimevu, un tambor enorme que se toca con palos. Golpeando su casco para establecer un ritmo, Alorwoyie llamó a la acción a los tamborileros y bailarines, activando cambios en los patrones y movimientos asintiendo con la cabeza y con cambios de expresión. Cuando no tocaba, caminaba como un general, con las manos en la cadera.

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Algunos ritmos ewé tienen una cualidad resbaladiza, como en desplome, una relación amorfa con cualquier ritmo fácilmente reconocible. Los patrones de conducción de Alorwoyie dirigían a los bailarines, pero cuando otro tamborilero se apoderó del atsimevu, Alorwoyie entró a bailar con su esposa; los divertidos pasos que daban alrededor del otro eran como un boxeo marital con un adversario imaginario. Por complejos que puedan ser los patrones rítmicos, van mano a mano con el movimiento y la canción; los bailarines y los tamborileros se sirven mutuamente.

“La música africana no es algo que solo se escucha”, dijo Alorwoyie en una entrevista desde su oficina, con las paredes cubiertas de premios, títulos y artículos de periódicos sobre él que datan de hace varias décadas. “La respuesta es el baile”, afirmó.

Alorwoyie se fue de Ghana en 1976 y aceptó una oferta como conferenciante invitado en el Colegio SUNY, en Brockport, en el estado de Nueva York. Luego de varias estadías en el Conservatorio de Música de Estados Unidos y la Escuela Old Town de Música Folklórica de Chicago, se unió al profesorado de la Universidad del Norte de Texas en 1996. La Escuela de Música de ahí es una de las más grandes de la nación, con un extenso programa de percusión. Según John Scott, presidente del comité de búsqueda que lo contrató, Alorwoyie es el primer (y todavía único) tamborilero africano de planta en una universidad estadounidense.

“El primer año que estuvo aquí, de repente dijo que necesitaba dinero para comprar telas para hacer la ropa del conjunto, para que se viera como un conjunto africano”, destacó Scott. “‘OK. ¿De qué parte del presupuesto vamos a sacar dinero para la ropa del conjunto?’ Pero te las ingenias para hacerlo”, subrayó.

Los ritmos que Alorwoyie toca y enseña pertenecen a un idioma que ha sido guardado en generaciones de recuerdos, raras veces registrado o preservado. Las canciones ewé son formas de comunicación; en algunos casos, frases como “ahí viene el león” son reinterpretadas como patrones de tambores, como parte de un sistema de alarma que existía entre pueblos (algunas canciones, dice Alorwoyie, rutinariamente contenían críticas a distintas familias de una comunidad). Sin una historia escrita, el tamborileo tradicional ghanés (del que hay miles de pequeñas variantes) es parte de una familia de formas de canciones africanas que no encajan fácilmente en modelos pedagógicos occidentales.

“Hubo un tiempo cuando la etnomusicología realmente no estaba integrada a los programas de música en algunos sitios”, apuntó Scott. “Como que estaba en el fondo del orden jerárquico; hay todo un estrato de músicos que menospreciaba a la etnomusicología y a la música étnica: ‘Bueno, no queremos manejarlo; no es música de arte’. De la misma forma que la gente que menospreciaba el jazz decía ‘Esto no es música real’”, subrayó.

Kobla Ladzekpo, quien dio clases durante 38 años en la Universidad de California, en Los Ángeles, y Abraham Adzenyah, quien estuvo durante 46 años en la Universidad Wesleyana, son maestros tamborileros de Ghana que disfrutaron de fuerte apoyo de sus comunidades académicas, pero ninguno de los dos jamás tuvo un cargo por encima de profesor adjunto.

“Las artes escénicas tradicionales africanas no tienen ningún lugar convencional en las escuelas de educación superior de música ni en los conservatorios de música”, dice David Locke, presidente del departamento de música de la Universidad Tufts, quien conoce a Alorwoyie desde hace cuatro décadas y ha colaborado con él en un proyecto de investigación sobre el idioma de tambor ewé que resultó en un libro de 2013. “No pensaría necesariamente que el prejuicio de hecho lo capte; es más una condición histórica que parece tener sentido natural. Por otro lado, hay mucho prejuicio y falta de entendimiento de las artes africanas, de las artes escénicas africanas y de las formas de vida africanas”, considera.

Sin un sistema de notación, los ritmos deben pasarse directamente de una generación a otra.

“No hay un salón de clases que vaya a enseñarte”, apuntó Alorwoyie. “En las aldeas y pueblos y casitas, no vas a ver a nadie enseñando a alguien cómo tocar el tambor”, explicó.

Alorwoyie y los intérpretes que llevó a Denton para el festival son parte del grupo que intenta transmitir este frágil conocimiento.

“Está aquí”, dijo Godwin Abotsi, un tamborilero y bailarín ghanés de37 años que vive en Fort Collins, Colorado, señalando su cabeza.

Alorwoyie viaja a Ghana varias veces al año para atender asuntos concernientes a su condición de jefe, pero también está intentando pasar su biblioteca de música a gente que la pueda mantener. En lugar de actualizar los viejos patrones, dice que en este punto de la vida debe regresar a los ritmos que conoce: la historia lo demanda.

“Si intento enseñar otra cosa creativamente”, dijo, “voy a perder esos mensajes muy importantes”. Con este sentido de reverencia viene un estilo de enseñanza donde cualquier cosa que sea menos de lo que se espera es inaceptable. En una prueba de vestuario para una presentación del festival, Alorwoyie reprendió exhaustivamente a estudiantes de licenciatura y a tamborileros ghaneses veteranos.

“¿Por qué están hablando?”, preguntó bruscamente luego de entrar al área de atrás del escenario y de encontrar a sus bailarines y tamborileros haciendo bromas durante un momento en que quería que ingresaran para una procesión.

El conjunto guardó silencio. Alorwoyie (quien se dice que nació con los puños fuertemente apretados, marcándolo de por vida como esclavo del ritmo) los llevó al escenario, con el cuerpo rebotando ligeramente al ritmo de un tambor que llevaba bajo el brazo, con los ojos fijos intensamente en sus cargas.

Finn Cohen
© 2017 New York Times News Service