Para salvar sus ciudades al lado de acantilados, Italia revive el arte de los terraplenes

VERNAZZA, Italia ⎯ Los adolescentes jadeaban trabajosamente mientras ascendían por la empinada ladera a primera hora de la mañana, con el sol mediterráneo brillando sobre el mar mucho más abajo. A lo largo del camino, se detenían para evaluar las paredes de piedra que bordean las serpenteantes carreteras, tomando medidas cuidadosamente.

“Cuando se construye una pared, se excava entre los escombros hasta que se encuentran las piedras angulares originales, y se empieza desde ahí”, les instruyó su guía, Margherita Ermirio. “Sin grúas ni cemento, ¿está bien?”, les dijo en broma, mientras ellos reían.

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Después de varios años en el extranjero, Ermirio, de 32 años de edad, ha regresado a su ciudad natal, Vernazza, una de cinco aldeas que conforman Cinque Terre, el asombroso racimo vertical de casas que desafían a la gravedad que penden de los acantilados de la costa noroccidental de Italia.

Desde entonces se ha convertido en pilar de una batalla local para restaurar y preservar un arte antiguo y esencial pero moribundo en gran parte de Italia: los terraplenes.

Los muros de piedra seca que está enseñando a construir a los jóvenes hacen más que formar el pintoresco paisaje que ha hecho famoso a Cinque Terre.

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Las parcelas de diferente tamaño ⎯ anguladas para que encajen armoniosamente, posicionadas cuidadosamente para abrazar los contornos de las laderas y bordeadas por muros de piedra seca ⎯ evitan que este lugar único e improbable se deslice hacia el mar.

La misión diaria de Ermirio, como parte del programa juvenil patrocinado por la UNESCO, no es solo ayudar a restaurar esos muros sino también consolidar la conexión de esta generación más joven con su tierra, y enseñarles por qué las paredes son vitales para su vida aquí.

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Cinque Terre, en los acantilados al noroeste de La Spezia, es famosa por sus vistas tipo postales de las casas color pastel de los pescadores y los barcos azul y blanco anclados en muelles miniatura.

Pero son los terraplenes que abrazan a las laderas verdes muy por encima de las aguas azules los que durante siglos han permitido que se cultive la tierra, con viñedos y huertos de manzanos y limoneros.

Los muros de piedra seca centenarios y permeables que bordean a estas parcelas son vitales para la supervivencia de Cinque Terre. Absorben el agua necesaria de las fuertes lluvias, mientras permiten que la corriente fluya suavemente colina abajo, evitando que la tierra se desplace.

Desde los años 60, sin embargo, muchos de los agricultores que antes trabajaban la tierra han abandonado sus empinadas parcelas y se han mudado a las ciudades en busca de empleos fabriles mejor pagados. Los antiguos muros han sido en gran medida abandonados, también, dejándolos en un peligroso deterioro.

Hoy, 8 por ciento de toda la región de Liguria, donde se ubica Cinque Terre, está conformada por terraplenes. Aproximadamente la mitad de esa área ha sido abandonada.

Dada su peculiar península en forma de bota, su accidentada línea costera y sus muchas cadenas montañesas, se cree que Italia tiene la mayor cantidad de terrenos en terraplenes en Europa, con más de 160,900 kilómetros de muros de piedra seca; 20 veces la longitud de la Gran Muralla de China.

Liguria, una estrecha región en forma de media luna que colinda con Francia, tiene la concentración más alta, y sus terraplenes están en mal estado, lo que deja a las aldeas cada vez más vulnerables a los aludes durante las lluvias fuertes. En Vernazza, casi la mitad de los terraplenes están en ruinas.

“Durante la inundación, los muros de piedra cayeron a la playa, mezclándose con lodo y agua. El lodo llegó al primer piso aquí”, dijo Ermirio, dando un recorrido y recordando la famosa inundación de 2011, cuando toneladas de lodo invadieron la calle principal, las tiendas y las casas de la aldea, aislando al área y matando a tres personas.

Desde entonces, Ermirio ha acordado con varios propietarios hacerse cargo y arreglar cientos de parcelas para prevenir aludes, pero también mostrar a las generaciones más jóvenes que la agricultura sigue siendo posible en Cinque Terre.

“Siempre necesitamos reconstruir los muros de piedra aquí, y siempre lo haremos”, dijo Vittorio Ermirio, un ex campeón de natación y padre de Margherita, dirigiéndose a los estudiantes en sus viñedos, donde produce vino blanco ligur para su propio consumo.

“Pero se requiere mucho esfuerzo”, dijo Francesco Bertoneri, un estudiante de 16 años de edad que usaba gafas de sol a la moda. Estaba recuperando el aire al final de su ascenso por un sendero con vides de un lado y un abismo al otro.

“Esta es nuestra tierra”, respondió Vittorio Ermirio, sonriendo ampliamente.

Bertoneri y su grupo han estado estudiando los terraplenes en Cinque Terre desde una perspectiva histórica, comparando mapas del siglo XVIII con imágenes más recientes de Google Earth.

A partir de las mediciones tomadas durante la visita de campo con Margherita Ermirio, los estudiantes diseñarán una orografía tridimensional del área.

Su trabajo ha sido hecho en asociación con varias instituciones locales y mundiales, incluyendo al Liceo Scientifico Antonio Pacinotti, la preparatoria en la cercana ciudad de La Spezia donde estudian los alumnos, así como el proyecto de voluntarios internacionales SocialErasmus.

“Es importante despertar conciencia a cualquier nivel”, dijo Mauro Varotto, geógrafo de la Universidad de Padua y cofundador de la rama de Italia de la Alianza Internacional de Paisajes en Terraplén.

“Actualmente, es un esfuerzo desde la base, a partir de los ciudadanos. Con suerte, un día tendremos escuelas para la construcción con piedra seca como en Francia”, dijo.

En Italia, solo a los pies de los Alpes, en la región de Trentino, las autoridades han creado recientemente una escuela pública para la construcción con piedra seca. Hasta ahora, ha certificado a 15 artesanos locales.

Otras áreas, a falta de un camino educativo adecuado, han sido rescatadas por la creatividad italiana.

A lo largo del río Brenta en la región nororiental de Véneto, se ha permitido a los residentes locales “adoptar” una parcela, con la promesa de limpiarla y darle mantenimiento.

En algunas áreas, incluido Cinque Terre, un puñado de migrantes están siendo entrenados para limpiar los muros de piedra.

“Los muros de piedra seca eran la única forma de cultivar en ciertos territorios, ahora los redescubrimos para hacer a nuestro paisaje más fiel a lo que era, y atraer turistas”, dijo Iva Berardi, una de los creadores de la escuela y directora de la Academia Montañesa de Trentino.

“Nuestro objetivo es difundir el conocimiento”, añadió, “y lo hacemos a través de la enseñanza de algo que antes se transmitía de padres a hijos”.

Ermirio tuvo que luchar para adquirir ella misma ese conocimiento. Su padre era llevado colina arriba para construir muros de piedra seca cuando era pequeño, pero la tradición desapareció conforme su hija crecía.

En Cinque Terre, Anselmo Crovara, de 82 años de edad, se ha convertido por propia voluntad en custodio de la historia de la región.

En su ático, conserva lo que se conoce localmente como el Archivo de la Memoria; una colección de artículos antiguos de la vida cotidiana ligur tradicional: candelabros, máquinas de coser del siglo XIX, zapatos de pezuña de vaca, arpeos usados para hacer los muros.

“Conservo cosas para conservar ese conocimiento”, dijo cuando se le preguntó por qué empezó a formar su colección.

Crovara nació en el departamento de penthouse de su familia que daba al mar y a los techos de uno de los célebres poblados de Cinque Terre, Manarola, y planea morir ahí.

Aprendió a construir muros de piedra seca cuando era pequeño, de su madre que era una de las pocas mujeres que dominaba ese arte.

Por el tiempo que puede recordar, el paisaje de viñedos verdes que seguían la curva de la empinada ladera nunca se ha alterado, dijo.

En una de las fotografías de Crovara de 1942, viñedos en blanco y negro bordean las empinadas laderas que terminan en el agua.

“Lo ve, una piedra es un monumento”, dijo Crovara. “Es el patrimonio aquí”.

Gaia Pianigiani
© 2017 New York Times News Service