Slim el decepcionante

No diré “pena ajena” porque no se pueden sudar las calenturas ajenas de Carlos Slim pero qué pena la conferencia del cacareado hombre más rico del mundo (que se apenen mis contactos de facebook que replicaban su conferencia como si fuera Palabra Divina).

Pena ver su falta de concisión, falta de un coach de medios que le ayudara a centrar su divagado discurso. Pena que no le alcance la fortuna para pagar a un moderador que llevara el orden de su encuentro con reporteros, y que un empleado suyo callara a quien se atrevía a rebatir.

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Pena que quisiera dar cátedra de sociología, desarrollo socioeconómico (al menos lee a Alvin Toffler), y que haya quien crea que todo lo que sale de su boca sea eso: Palabra Divina.

Pena olvidar sus orígenes de prestanombres y de empresario que se enriqueció gracias a sus negocios bajo la sombra del poder y que hoy haya quien piense que es el gran empresario.

El tiempo hace que todo se olvida y si se le agrega el dinero, más rápido se olvida, y hay quienes no saben que ya entrado en su carrera empresarial, Slim difícilmente podía pagar su tarjeta de crédito.

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Sus primeras zapaterías dieron paso a la compra de empresas desincorporadas, siempre bajo la sospecha de los turbio negocio de Carlos Salinas de Gortari, el verdadero beneficiario de estas operaciones.

Durante décadas, Telmex se enriqueció con tarifas exhorbitantes y durante años, Telcel cobraba hasta por la risa cargos que en países desarrollados habrían sido objeto de demanda. Solo el empuje de los mercados le tumbó el negocio de cobrar hasta por los segundos no utilizados, cobrar por llamadas no contestadas y que tramposamente entraban a buzón de voz y hasta por consulta de saldos y a estos, ponerles fecha de caducidad.

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No es que Telcel perdiera ganancias en los últimos años: es que estas eran tan indebidas que regresaron a tamaña empresa a niveles medianamente pasables por sus conceptos de cobro.

Pena haber perdido 1.43 horas de tiempo en la conferencia de un hombre que no supo ni lo que quiso transmitir, y de quien una audiencia ilusa esperaba una solución mágica.