El solitario de la Casa Blanca

A no dudar que la figura del poderoso se ha convertido en un símil de la figura del solitario, en el caso de Donald Trump.

Su rol en la Casa Blanca es el de un hombre que se vende a sí mismo como el de un poderoso, pero que gobierna en medio de una gran vulnerabilidad.

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Su debilidad, disfrazada de valentía, es la que lo ha llevado a emprender acciones bélicas que si bien se antojaban ineludibles, como la tensa situación con Corea del Norte -que aún no es atacada pero sobre la cual pende el fantasma de las bombas y los misiles-, también resultan demasiado prematuras a tres meses de su asunción al poder.

Trump es el muchacho bravucón del barrio, una postura que si pudo ser bien vista a mediados del siglo pasado, a estas alturas del siglo XXI es políticamente incorrecta.

Hoy el mundo requiere líderes firmes pero de consenso, que hagan uso de acciones respaldadas por las mayorías, medida que si bien nunca ha sido fácil  hoy en día cuentan con muchas herramientas tecnológicas para gobernar con una máxima que por más años que pasen, nunca cambia: decir la verdad y proteger a sus pueblos.

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Hoy esta protección pasa también por no actuar a tontas y a locas porque las malas decisiones bélicas y políticas se revierten, más temprano que tarde, contra los pueblos que se promete defender.

Hoy el presidente de Estados Unidos cuenta con menos respaldos al interior de su país y entre el resto de las naciones, que lo ven como un peligro que no debe durar cuatro años en la Casa Blanca.

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Hoy Trump está solo.