Somos mejores que eso

Hace más de un siglo, en los primeros intentos por moldear el rostro de un país abierto a los pueblos de todas las naciones, Estados Unidos prohibió que los convictos, las prostitutas y los chinos llegaran a sus costas. Después se agregó a los “idiotas” a la lista de inmigrantes proscritos. Pero, ¡ay!, fue demasiado pronto para mantener a raya a Donald Trump.

Pero en este día de la Independencia que se avecina, en un momento en que la reacción de Trump a lo mejor que tenemos es ser mezquino, malvado y tribal, uno de los ideales de Estados Unidos está en peligro. No las fronteras abiertas, que es algo que Estados Unidos no ha tenido desde 1875, sino la mente abierta.

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Al cometer suicidio económico, Gran Bretaña estaba tratando de cerrar la puerta y esconderse del mundo. Sin duda sintió bien decirles a esos metiches burócratas de Bruselas que se fueran al diablo. Nos quedamos con nuestros petardos y amasijos sin interferencia de Europa. Pero el voto del “Brexit” fue también un golpe bajo a esos “otros” que están rehaciendo la imagen de una Inglaterra perdida. Según los enemigos de Europa, los “gusanos polacos” y las hordas de piel morena abrumaron a la pequeña nación insular.

Trump quiere que Estados Unidos siga a los británicos a la esquina del aislamiento, por raza, por religión y por oficio. Su filosofía, los despotriques de un idiota obcecado que hace las cosas en público, va fundamentalmente contra Estados Unidos. Al rechazar a sus antiguos amos coloniales, los estadounidenses se deshicieron de la monarquía, del sistema de clases y de la religión del estado. Abrieron las puertas a todas las naciones, todas las religiones, todas las opiniones.

El Nuevo Mundo ciertamente puede aprender mucho del Viejo Continente. Pero el sol nunca se pone en una idea estúpida. Y votar para detener la rotación del planeta y bajarse de él en 1952 está entra las ideas más estúpidas. Gran Bretaña se está desmoronando porque siguió el consejo de los chiflados. Estados Unidos podría cometer el mismo error: rechazar el libre comercio y retirarle el tapete de bienvenida a la gente libre.

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Hoy en día, cerca de 13 por ciento de Gran Bretaña nació en el extranjero. Lo que es perturbador, en especial en el paisaje imperecedero de la Inglaterra rural, es que el número de inmigrantes se ha más que duplicado desde 1993. Eso es lo que causó el odio abierto en la campaña para abandonar la Unión Europea. Y ahora Trump está jugando con el mismo fuego.

Estados Unidos tiene un porcentaje de población nacida en el extranjero casi idéntico al de la Gran Bretaña y su presencia también ha sido disruptiva. Pero no carece de precedentes. Como porcentaje de la población, ahora hay menos residentes nacidos en el extranjero que de 1970 a 1910, no poco después de que se pusiera una placa en la base de la estatua de la Libertad para dar la bienvenida a “los desdichados desechos de sus abarrotadas costas”.

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En lugar de la estatua de la Libertad, Trump levantaría un muro, desataría una enorme recesión y aplicaría una prueba de religión para entrar en el país. Él dice que lo haría porque “lo estamos perdiendo todo en este país” y “no sabemos quién es esa gente” … es decir, esa gente que llega a nuestras costas.

Pero, de hecho, sabemos bastante acerca de los 42 millones de inmigrantes legales e ilegales. La mayoría llegó antes de 2000. Casi 30 por ciento de los mayores de 25 años de edad tienen título universitario; más o menos la misma proporción que la población estadounidense en general. India, China, México, las Filipinas y Canadá son los principales países de origen.

Lo que es disruptivo aquí, como lo fue en el Reino Unido, es que ha cambiado el rostro de esos inmigrantes. Desde que el Congreso abolió las metas de origen nacional en 1965, la tendencia se ha alejado de los europeos. Y ahora, la mitad de los bebés nacidos en Estados Unidos no son blancos. En algunos lugares, como Wichita, Kansas, las familias de los distritos escolares hablan más de 80 idiomas.

Entre los nuevos estadounidenses hay algunos desquiciados que matan por motivos religiosos. Esos fanáticos islamistas deben de desarraigarse, aislarse y, por supuesto, mantenerse alejados de rifles de asalto. Pero Trump ha tratado de identificar la inmigración en general, y el libre comercio, con el miedo del terrorismo interno y la nueva economía global. Está contando con el apoyo del mismo contagio de estupidez que infectó a Gran Bretaña.

Echemos un vistazo al área de Pittsburgh, donde esta semana decidió dar un discurso ante una muralla de basura compactada, para presentar sus argumentos por una guerra comercial que les costaría a los estadounidenses por lo menos tres millones de empleos. La ciudad de Pittsburgh ha perdido más de la mitad de su población desde 1950 y es la única zona metropolitana de importancia con más fallecimientos que nacimientos.

Por más que repitan el lema de “Hagamos grande a Estados Unidos de nuevo”, la base industrial de antaño jamás va a regresar. Pittsburgh está contando con los inmigrantes y con una economía del conocimiento, ligada al comercio global y a la educación, para repuntar económicamente. La campaña oficial de la ciudad está dirigida específicamente a las mismas personas que ha satanizado Trump. Y la campaña parece estar dando resultados, un punto brillante en un paisaje en declive. Últimamente, la inmigración hispana en el oeste de Pennsylvania es el doble del promedio nacional.

Estos nuevos residentes tendrán banderas el Cuatro de Julio, comerán comida chamuscada y en medio de los fuegos artificiales que estallan en el aire, escucharán algo de lo que realmente hace que Estados Unidos sea grande. Y eso está basado en la esperanza, no en el odio.

Timothy Egan
© The New York Times 2016