Sudsudaneses, en busca de encajar, destacan en el basquetbol australiano

BLACKTOWN, Australia ⎯ Los adolescentes se pasaban apresuradamente la pelota por la cancha, a sabiendas de que el equipo perdedor enfrentaría otra ronda de carreras cortas de alta velocidad que harían que su gimnasio prestado en el centro atlético de la policía aquí se sintiera aun más encerrado.
“Bola, bola”, grita Henry Makeny. Tiene 16 años de edad, mide 1.98 metros de alto y está posteando a su amigo, Gum Majak, quien mide 2.5 centímetros más.
Los pases se mueven por el exterior, a través de una defensa que les pone las manos en la cara, eludiendo a los oponentes que gritan. Finalmente, Henry recibe la pelota. Inmediatamente se da la vuelta y se eleva. Está sobre el aro, pero no tiene suficiente control y falla.
“Necesita entender cómo desacelerarse a veces”, dijo Mayor Chagai, de 32 años de edad, uno de sus entrenadores, un Muchacho Perdido de Sudán del Sur que aprendió basquetbol en un campamento de refugiados en Kenia. “Necesita usar su velocidad sensatamente”.
Como Henry, este club de sudaneses-australianos que se hace llamar Orgullo de la Sabana (como en un orgullo de leones) se ha encontrado lanzándose de los partidos informales a algo mucho más vinculado a los centros de poder del basquetbol de alto nivel.
Henry y Gum, que llegaron aquí de pequeños con miles más de refugiados reubicados en Australia durante la guerra civil de Sudán, ahora están siendo reclutados para jugar para preparatorias de élite en Estados Unidos. Quienes siguieron un camino similar antes que ellos incluyen a Deng Gak, un delantero de 2.11 centímetros de la Universidad de Florida; y Kouat Noi, quien juega para la Universidad Cristiana de Texas.
También han sido reclutados jugadores sudsudaneses de otras ciudades australianas, como Thon Maker de los Milwaukee Bucks, junto con docenas más que se han abierto camino hacia preparatorias y universidades de Estados Unidos por medio de becas de basquetbol.
Nada de esto era lo que Chagai esperaba o buscaba. Él y algunos otros refugiados sudsudaneses empezaron a jugar por diversión después de llegar aquí hace una década, y empezaron a entrenar solo porque es lo que su comunidad necesitaba. Muchos de los niños sudsudaneses llegaron sin padres. Necesitaban abrirse camino en su nuevo país, generoso, rico y a menudo bastante racista.
Así que el gimnasio aquí en los suburbios occidentales de Sídney se convirtió rápidamente en lo que es hoy: un enclave independiente ⎯ estrecho, apestoso como el cesto de la ropa sucia de un adolescente, con un mural de Michael Jordan que pende sobre la cancha ⎯ donde los hijos de la horrible guerra de Sudán pueden jugar duro y encontrar orientación con otros muchachos y hombres que comprenden sus problemas y su potencial.
“De algún modo nos une”, dijo Gorjok Gak, quien también mide 2.11 centímetros, como su hermano Deng. “Tienes algo que hacer, siempre. Practicamos todos los días, y después de la práctica jugamos hasta las 8 y luego vamos a comer y después a casa. Y lo mismo al día siguiente”.
“La relación con Mayor es realmente súper fuerte”, añadió. “Lo veo como otro padre para mí”.
El desafío para Orgullo ahora es cómo preservar esa misión paternal mientras gestiona el interés internacional y todas las presiones que este conlleva.
Otros entrenadores y equipos en Australia ya tratan a Orgullo como un semillero, reclutando a los mejores jugadores, en ocasiones presionándolos para priorizar los torneos que chocan con la escuela o el entrenamiento de Orgullo. Chagai ha pasado un periodo difícil dando seguimiento a todas las llamadas y correos electrónicos que recibe de entrenadores de todo el mundo, y en años anteriores algunos jugadores, que fueron tomados por exploradores estadounidenses dudosos, terminaron en escuelas que eran poco más que fábricas de atletas. Alrededor de una docena de los jugadores ha regresado a Australia después de abandonar programas preparatorianos o universitarios.
Con Henry Makeny, en particular, Chagai, un voluntario que trata de administrar un programa para casi 200 muchachos, está trabajando duro para encontrar un mejor camino. Ha conocido a la familia de Makeny desde que todos vivían juntos en un campamento de refugiados keniano. Henry tiene ofertas de cinco preparatorias de Estados Unidos, y recientemente un entrenador universitario apareció en la práctica aquí y rápidamente le hizo una oferta.
“Es mucha presión, contener esto, realizar la investigación”, dijo Chagai, bebiendo té en la casa de Makeny, la cual el muchacho comparte con su madre y otros seis parientes. “La familia, depende de mí”.
El área gubernamental local de Blacktown, donde Chagai ha vivido desde que llegó, es una región próspera y diversa al oeste de Sídney de 340,000 habitantes con una gran población aborigen local y donde 38 por ciento de la población nació en el extranjero. Es una extensión multicultural pero tribal de pequeños centros comerciales y casas cuadradas donde los grupos de inmigrantes se aferran a los suyos u ocasionalmente se enfrentan, y Chagai se forjó cierto tipo de estructura y conexión cuando llegó.
Se volcó en el basquetbol a las pocas semanas de llegar, tras encontrar a media docena de otros refugiados sudsudaneses que estaban familiarizados con el juego por sus propias experiencias en los campamentos de refugiados. El grupo incluía a uno de los hermanos mayores de Henry Makeny. Juntos se abrieron camino al Club Juvenil Cívico de la Policía de Blacktown (o PCYC, por su sigla en inglés).
Chagai dijo que su primera ronda como entrenador se dio en parte solo para ampliar el círculo de jugadores. Los muchachos pasaban el rato en el gimnasio, queriendo jugar, pero sin saber realmente hacerlo.
“Necesitaban a alguien que les enseñara”, dijo. “Esos fuimos nosotros”.
Deng Gak regresó al PCYC de Blacktown hace unos meses. Entre tiros al aro y bromas, dijo que dio a los jugadores un mensaje que pareció impregnado de buen basquetbol y la identidad sudsudanesa: “No dejen de intentarlo. Escuchen al entrenador”.
El respeto por los mayores más experimentados está profundamente arraigado en la cultura sudsudanesa, y el éxito de Orgullo como programa de desarrollo se da al menos en parte por al aprendizaje generacional. Además de los hermanos Gak, que regresarán pronto para otra ronda de orientación, Luol Deng también a aceptado celebrar un campamento de tres días para jugadores sudsudaneses en Melbourne en julio. Y muchos de los entradores y otros voluntarios son hermanos mayores que jugaron.
En estos días, ellos son quienes alientan a hermanos y primos de apenas 10 años de edad de hacer de Orgullo su prioridad, mientras comparten con ellos cómo el basquetbol les ha ayudado en formas que no tienen nada que ver con el deporte.
Como los hermanos Gak, también hablan sobre entrenadores que los visitan en casa, revisan sus tareas, organizan asados para familias más pobres y les insisten en nunca darse por vencidos.
“Si podemos entrenar más duro aquí”, dijo Christopher Abujohn, un ex alumno con un hermano más joven que acaba de empezar con Orgullo, “podemos aprender cómo trabajar duro y entrenarnos para la vida”.
Los muchachos mayores, como Henry y Gum, parecen estar adoptando la filosofía sinceramente. En las prácticas, Henry en particular ya se comporta como líder, corriendo más duro que nadie más, aplaudiendo las acciones de jugadores menos talentosos.
Su hermana mayor, Adol Makeny, de 34 años de edad y técnica de laboratorio en un hospital, dijo que él siempre ha sido maduro, “una persona grande en un cuerpo pequeño”, aunque ahora su cuerpo parece haberse puesto a la par.
Y también sus sueños. Sus ojos se iluminan cuando habla de los hermanos Gak.
“Ellos estaban donde nosotros estamos ahora”, me dijo un día después de la práctica. “Y ahora podemos verlos en la televisión”.
Como se acerca rápidamente el principal torneo de sudsudaneses-australianos en julio, los entrenamientos y partidos de práctica en el gimnasio PCYC están volviéndose más intensos. Hay unos 40 jugadores probándose para conseguir uno de los 22 sitios en los dos equipos para muchachos de menos de 16 años. El otro día, un entrenador de la Universidad Cristiana de Texas acudió a ver la acción. De inmediato ofreció a Henry un lugar en el equipo.
No importa dónde juegue, Henry dijo que está listo. Está preparado para jugar el mejor basquetbol de su joven vida, lejos de casa.

Damien Cave
© 2017 New York Times News Service