¿De qué tecnología dominante puede prescindir?

Hace unas semanas me compré un televisor nuevo. Cuando todo el proceso había finalizado, me di cuenta de algo increíble: para navegar todos los molestos detalles que rodean a esta transacción comercial -decidir qué comprar, qué accesorios necesitaba, cómo y dónde instalarlo y a quién contratar para que lo hiciera-, solo había tratado con una sola corporación ubicua: Amazon.

No era solo el televisor. Cuando comencé a peinar entre otras decisiones domésticas recientes, descubrí que en 2016, casi 10 por ciento de mis transacciones comerciales domésticas circularon a través del vendedor minorista de Seattle, mucho más que cualquier otra empresa con la que mi familia haya tratado. Aún más, con sus Echos, dispositivos de Fire TV, audiolibros, películas y programas de televisión, Amazon se ha convertido, para mi familia, en más que una simple tienda. Es mi confesor, mi guardián de listas, un proveedor de comida y cultura, un entretenedor y educador y un siervo para mis hijos.

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Esto pudiera sonar excesivo. ¿Pero qué me dice de usted? Sospecho que si examina detenidamente su propia vida, hay una buena probabilidad de que alguna otra empresa tecnológica juegue el mismo papel para usted que el que Amazon desempeña para mí: guardia de una prisión corporativa muy cómoda.

Este es el hecho más grave y menospreciado del capitalismo de la era de Internet: ineludiblemente, todos estamos bajo el yugo de una de un puñado de empresas tecnológicas estadounidenses que actualmente dominan gran parte de la economía mundial. Hablo, por supuesto, de mis viejas amigas Las Terribles Cinco: Amazon, Apple, Facebook, Microsoft y Alphabet, la empresa matriz de Google.

Las cinco están entre las compañías más valiosas del planeta, y colectivamente valen billones de dólares (Apple alzó los 800,000 millones de dólares en capitalización de mercado em nayo, siendo la primer compañía pública en lograrlo, y las otras quizás no estén tan lejos). Y pesar a la imagen de Silicon Valley como mar turbulento de desorganización, estas cincos solo se han vuelto más fuertes y ricas a lo largo del tiempo.

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Su crecimiento ha impulsado llamados a mayor regulación e intervenciones antimonopólicas. También, hay una preocupación cada vez mayor por su influencia más suave y no económica sobre la cultura y la información -por ejemplo, temores sobre cómo Facebook podría afectar las democracias-, así como la amenaza implícita que representan para las jurisdicciones de los gobiernos del mundo.

Todos estos son temas dignos de discusión, pero también son bastante fríos y abstractos. Así que una forma mejor de apreciar el poder de estas cinco podría consistir en adoptar una visión muy chica en lugar de una visión muy amplia; para examinar el papel que juega cada una en sus actividades diarias, y el control particular que tiene cada una sobre su psiquis.

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Entonces, la semana pasada inventé un juego divertido: si un malvado monarca con fobia a la tecnología lo forzara a abandonar a cada una de las Terribles Cinco, ¿en qué orden lo haría, y cuánto se deterioraría su vida como resultado?

Cuando hice el experimento mental, descubrí que abandonar el primer par de gigantes tecnológicos fue bastante fácil; pero después, el proceso se hizo progresivamente más insoportable. Para mí, Facebook fue la primera en irse. Suelo socializar en Internet usando Twitter, el sistema de mensajería de Apple y Slack, la aplicación para conversaciones de oficina, así que perder el popular servicio de Mark Zuckerberg (y sus subsidiarias, Instagram, WhatsApp y Messenger) no fue un gran problema.

La siguiente, para mí, fue Microsoft, la que me pareció ligeramente más difícil de abandonar. Normalmente no uso ningún dispositivo de Windows, pero el programa procesador de texto de Microsoft (Word) es una herramienta esencial para mí, y odiaría perderla.

En tercer lugar, lleno de remordimientos: Apple. No hay nada que use más que mi iPhone, y muy de cerca lo siguen mi MacBook e iMac 5K, que pudiera ser la mejor computadora que jamás haya tenido. Abandonar Apple traería reordenamientos en mi vida, profundos y realmente molestos, incluyendo enfrentar el mal software de Samsung. Pero lo podría hacer, a regañadientes.

Cuando me imaginé meterme con las últimas dos fue cuando la vida cambió. Es aquí donde uno comienza a confrontar la exhaustividad con que las Terribles Cinco se han hilado en nuestras vidas, y lo completamente dependientes que nos hemos vuelto de ellas.

En cuarto lugar, para mí, fue Google. Simplemente no puedo entender vivir sin ella. Sin el mejor motor de búsqueda del mundo, mi trabajo se volvería casi imposible. Sin YouTube, se volvería significativamente menos entretenido. Sin todo lo demás que hace Google -correo electrónico, mapas, agenda, software de traducciones, almacenamiento de fotografías y el sistema operativo móvil Android, que necesitaría luego de abandonar Apple-, estaría relegado a una vida de una pobre alma de hace mucho tiempo (digamos, 1992).

Y luego, finalmente, confrontamos al amo de mi domino. He estado comprando en Amazon casi desde el momento en que entró a Internet en la década de 1990 (era un estudiante universitario curioso; me gustaba experimentar). Desde entonces cada año, a medida que mi vida se volvió más ocupada y acrecentó más responsabilidades (en otras palabras, a medida que me convertí cada vez más en un padre estereotípico), Amazon adoptó un papel cada vez más grande en mi vida.

Cuando los niños nacieron, se convirtió en el Costco de mi familia; proveedor de pañales y otros equipos para bebés. Luego lanzó una serie de servicios diseñados para eliminar cualquier toma de decisiones sobre compras: mi papel higiénico, toallas de papel y otros insumos ahora llegan a casa a tiempo, sin necesidad de pensar. Después, Amazon incursionó en los medios, y me enganché más: me tenía atrapado con productos envasados, así que ¿por qué no películas y programas de televisión, también?

Hace algunos años hubiera pensado que ya era el límite. Luego llegó Echo, la computadora parlante de la compañía que habla a través de una persona llamada Alexa, y que ha infectado a mi familia como un virus feliz.

Echo tiene una forma de auto congraciarse en nuestros momentos más mundanos. Volví a cablear las luces de mi casa para poder controlarlas a través de Alexa. Cambié el tipo de café que compro para poder decirle a Alexa que lo vuelva a pedir. Cuando Amazon anunció recientemente, un nuevo Echo activado por pantalla, y una función para permitir que los Echo funcionen como teléfonos, experimenté un nuevo escalofrío de posibilidades. Amazon, ahora lo puedo ver, está bien encaminada hacia convertirse en el cerebro de mi hogar, en una especie de mayordomo que dirige mi casa desde el cielo.

Lo que me vuelve a llevar a mi nuevo televisor. ¿Sabía que Amazon ahora vende no solo productos sino también servicios para el hogar? Si compra un televisor, ofrece venderle un soporte de pared, y si compra el soporte, ofrece enviarle a alguien a su casa para instalar el equipo por un precio sorprendentemente razonable. Lo que en el pasado podría haberle costado un viaje a varias tiendas, un camión, algunas herramientas, algunos amigos y muchas horas ahora se hace con un puñado de clics.

Una tarde tres días después de haber pedido el televisor, los hombres de Amazon llegaron e instalaron todo mientras preparaba la cena. Si un futuro así lo hace palidecer, es la reacción correcta.

He sido víctima de la trampa de la conveniencia, y tiene razón en reírse de mí, y también en hilar visiones distópicas a partir de mi comportamiento; un futuro donde muchos otros hagan lo mismo que yo, donde vastas porciones de la actividad comercial fluyan a través de esta sola tienda en Internet. Y por supuesto, puede optar por excluirse; puede manejar hasta Target, su vida no terminará si no apadrina a Amazon.

Pero si su caso no es con Amazon, lo será con otra de las cinco. O lo más probablemente es que ya lo sea. Es muy tarde para escapar.

Farhad Manjoo
© 2017 New York Times News Service