Toda la noche pareció el día de juicio final y los cadáveres se apilaban en las calles

Con la colaboración en la investigación de Safak Timur y Shoumali.

ESTAMBUL _ Miles de soldados y oficiales purgados del ejército. Un helicóptero derribado en la capital. Cientos de cadáveres en las calles de las ciudades.

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Al romper el alba del sábado, los ciudadanos de Turquía salieron, privados del sueño y agobiados por la angustia, tras un noche de violencia que se sintió más como una vida en los vecinos golpeados por la guerra, como Siria e Irak.

Y el presidente Recep Tayip Erdogan trataba de asegurar el control, enfocándose en los conspiradores y otros supuestos enemigos del Estado.

El presidente acosado, tras una confusa ausencia en las primeras horas del golpe de Estado, apareció el sábado temprano para hablarle a la nación. Exhortó a sus seguidores con la aplicación FaceTime de su teléfono celular, recurriendo al tipo de medio al que ha tratado de suprimir desde hace mucho tiempo.

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Al principio, esa escena sorprendente, televisada en el ámbito nacional, pareció algo vergonzoso para un dirigente que se presenta como todo poderosos y que sugería su final.

Sin embargo, de hecho, era el punto de inflexión en el que Erdogan llamó a sus seguidores a tomar las calles y a reunirse en el aeropuerto de Estambul, al que el ejército cerró para resistir el golpe de Estado.

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Sin embargo, para el sábado por la tarde, tras estar en un callejón sin salida en Ankara, la capital, el gobierno recuperó un edificio del cuartel general del ejército que estaba en poder de los conspiradores. Erdogan, quien a menudo había hablado de conspiraciones que se estaban tramando para debilitar su poder, tenía de nuevo el control, aparentemente, tan poderoso como siempre y quizá todavía más paranoico.

A medida que evolucionaba el intento de golpe de Estado, indicó una situación alarmante en un país al que se ve como un socio crucial de Occidente en la lucha en contra del terrorismo y un ancla de estabilidad en una región llena de problemas.

Estados Unidos ha buscado una cooperación estrecha con Turquía en la lucha en contra del Estado Islámico, en tanto que Europa ha dependido en ella para ayudarla a frenar la afluencia al continente de refugiados de los países devastados por la guerra en Oriente Próximo.

“Toda la noche se sintió como el día del juicio final”, dijo Sible Amli, una productora cinematográfica independiente en Estambul. “La gente llegó a los mercados a conseguir pan, huevos y agua. La gente iba a los cajeros automáticos a sacar dinero”.

Apenas empezaba la húmeda y calurosa noche de viernes, cuando hubo el primer indicio de que algo no andaba bien: el ejército cerró dos puentes sobre el Bósforo.

Luego, jets de combate y helicópteros empezaron a volar bajo sobre Estambul y Ankara, inquietando a loa habitantes que disfrutaban de una noche en la ciudad, y sonaron algunos disparos esporádicos.

De pronto, los turcos se paralizaron viendo sus teléfono celulares o los televisores en los bares y restaurantes, tratando de averiguar qué estaba pasando.

Nadie parecía saber dónde estaba el presidente.

Mientras circulaban rumores de que el ejército estaba maniobrando para detener un complot terrorista o que estaba sobrevolando un avión comercial al que habían secuestrado, dada la historia de intromisiones militares en la política que tiene el país, muchos turcos empezaron a preguntarse si no estaría en marcha un golpe de Estado.

Pronto, tuvieron su respuesta: el primer ministro Binali Yildirm habló en televisión y dijo que una facción de renegados dentro del Ejército estaba tratando de montar un golpe de Estado. Y un grupo de militares, que después dijo llamarse Consejo de la Paz Interna _ una referencia a un mantra del fundador laico de Turquía, Mustafá Kemal Ataturk _, emitió un boletín de prensa en el que decía haberse hecho con el control del país.

Una noche surrealista

Y así comenzó una noche surrealista que se prolongó hasta el romper del día siguiente, puntuada por violencia en la que murieron al menos 265 personas, en su mayoría integrantes de las fuerzas de seguridad del país, en tanto que diversas facciones se combatían unas a otras por el control del país.

La noche pareció encapsular los muchos dramas y conflictos que han agitado a Turquía en los últimos años: protestas callejeras; las luchas amargas entre Erdogan, un islamista, y alguien que fue su aliado alguna vez, el clérigo musulmán Fetulá Gulen, a quien, ya tarde por la noche, el presidente culpó del intento de golpe de Estado, y la violencia política y el terrorismo en aumento.

Samli había estado con unos amigos en el bar de la terraza en la azotea de un hotel elegante en le lado europeo de Estambul, cuando pasó un helicóptero apenas por encima de su cabeza.

“Al principio, no pensamos nada, porque sabíamos que alarmas contra el terrorismo eran elevadas en la ciudad después de los ataques recientes”, comentó ella. “Luego, empezamos a recibir las llamadas y las notificaciones por WhatsApp sobre el inicio de un golpe de Estado. La gente se llamaba entre sí diciéndose que se fueran a su casa”.

Los primeros signos de que era posible que el golpe de Estado no resultara exitoso surgieron cuando fue quedando claro que el ejército no pudo asegurar importantes edificios gubernamentales, ni pudo aprehender a funcionarios elegidos, que, normalmente, son las primeras acciones en un golpe.

Después, se supo que los conspiradores habían buscado a Erdogan en la ciudad costera de Marmaris, donde parecía que estaba vacacionando, pero llegaron demasiado tarde. Y luego, apareció el propio Erdogan, que provenía de una localidad no revelada, y habló a la nación en FaceTime.

Una vez más _ como lo hizo cuando le hizo frente a una revuelta callejera generalizada en el 2013 y para ganar las elecciones, para él mismo como presidente y para su Partido Islamista de la Justicia y el Desarrollo en el Parlamento _, Erdogan dependió de su base de poder, formada por los conservadores religiosos de Turquía.

Los predicadores en las mezquitas se unieron al llamado de Erdogan a resistir.

“¡No vamos a permitir que caiga Turquía!”, gritaban los hombres en Istinye, el barrio conservador en Estambul, el sábado por la mañana, disparando armas al aire.

La hora de mayor miedo fue justo antes de que aterrizara el jet de Erdogan en Estambul después de las 3 a.m. Jets de combate volaron sobre la ciudad lanzando estampidas sónicas que parecían ataques aéreos. Los tiroteos restallaban por toda la ciudad y, en Ankara, los soldados confiscaron coches para utilizarlos como barricadas. Se reportaron varias explosiones en el Parlamento y se explosionó un helicóptero utilizado por los conspiradores en el cielo, dijeron funcionarios. Uno aterrizó en las oficinas de CNN Turk y soldados, al parecer de quienes planearan el golpe de Estado, trataron de tomar el control del canal durante una transmisión en vivo.

“A alrededor de las 3 a.m., oímos jets de combate más fuertes y explosiones”, contó Samli, la productora de cine en Estambul. “Entonces fue que sentí miedo. Y esta mañana todos están impactados. Todos están tratando de averiguar qué pasó”.

Ya tarde por la noche, a medida que los sonidos de la guerra se mezclaban con los almuédanos en las mezquitas que exhortaban a la gente a salir a las calles y las personas gritaban: “Allahu akbar” o “Dios es lo más grande”, las ciudades turcas se sentían como ciudades sitiadas en Irak o Siria.

Cuando Erdogan aterrizó en Estambul, esta ciudad y Ankara todavía eran presas del caos, en las que había más tiroteos y explosiones, pero su sola presencia pareció significar que la conspiración estaba llegando a su fin.

En una forma característica, como lo ha hecho cuando lo confrontaron con las protestas callejeras y una investigación por corrupción, Erdogan se comprometió a buscar hasta dar con los conspiradores.

“Este intento, este movimiento, es un gran favor que Dios nos ha dado”, dijo. “¿Por qué? Porque este movimiento nos permitirá limpiar a las fuerzas armadas que necesitan estar totalmente limpias”.

Para cuando Erdogan aterrizó en Estambul, ya estaba quedando claro que quienes estaban detrás del golpe de Estado no tenían el apoyo suficiente dentro del ejército, al tiempo que todo el incidente expuso divisiones profundas en su seno que no habían sido tan evidentes.

Si bien el Ejército turco tiene un historia de intervenciones en la política _ llevó a cabo tres golpes de Estado en las últimas cinco décadas _, Erdogan y sus aliados habían buscado, sistemáticamente, tener un ejército a prueba de golpes de Estado por medio de una serie de juicios sensacionalistas y se pensaba que no podría montar la toma del gobierno.

Funcionarios dijeron que los principales conspiradores provenían de la gendarmería, una fuerza policial de estilo militar, la fuerza aérea y algunos elementos de las fuerzas terrestres. Se arrestó a varios generales y coroneles _ ninguna figura de alto nivel, reconocible por la población _, así como a miles de oficiales de menor rango y soldados rasos el sábado, en una purga que el probable que prosiga por algún tiempo.

“Todos estos tipos irán a la cárcel de por vida”, comentó Ilnur Cevik, un asesor de Erdogan, en entrevista telefónica el sábado por la tarde.

A medida que transcurría la noche, algunos turcos, subrayando el arraigo que tienen las teorías de la conspiración en la sociedad turca, creyeron que todo era un timo o algo que había montado Erdogan para poder correr al rescate. Eso le daría un pretexto para ejercer todavía más medidas enérgicas en contra sus supuestos enemigos y buscar tener más poder al establecer una presidencia ejecutiva.

“No sabíamos si era real o un engaño”, dijo Samli. “La gente a nuestro alrededor estaba diciendo que era un golpe de Estado montado, organizado por el presidente Erdogan para ayudarse a obtener más poder sobre el país”.

Los turcos más jóvenes entraron en pánico tras ver la reacción de horror de las personas de más edad que han vivido golpes de Estado y la violencia callejera que han conllevado.

Apenas si nos habíamos recuperado del ataque terrorista en el aeropuerto de Estambul y ahora todos habían comenzado a hablar de una guerra civil”, señaló Esra Goksu, de 32 años, un artista que vive en Estambul. “Cientos de personas murieron y ¿para qué? ¿Por el ego de un hombre? Me rompe el corazón. Ya no reconozco a mi país. Me quiero ir”.

Un silencio escalofriante

Después del amanecer del sábado, cuando era evidente que había fallado el golpe de Estado, había un silencio sobrecogedor en el centro de Estambul. Había pocos signos de las fuerzas de seguridad, las que, por lo general, dejan sentir su presencia ante cualquier señal de problemas, cerrando calles y haciendo filas en las intersecciones de las calles, respaldados con vehículos blindados.

Sin embargo, había signos de vida, mientras los trabajadores recogían la basura; empezaban a abrir las tiendas y los cafés, y un grupo de hombres religiosos en motocicletas circulaban por la avenida Istiklal, la principal vialidad para transeúntes de la ciudad, ondeando la bandera turca y gritando: “¡Allahu akbar!”.

Por toda la ciudad, la policía comenzó a rodear a los sospechosos de conspirar, y soldados que habían tomado el control del puente Bósforo la noche anterior empezaron a rendirse, dejando equipo y ropa esparcidos por todas partes.

“Cuando me estaba despertando, pensaba: ‘¿Se trató de una pesadilla o realmente fuimos testigos de estas cosas?’”, contó Sinan Ulgen, un exdiplomático turco que es el presidente del Centro para Estudios Económicos y Política Exterior, una organización de investigación en Estambul.

Ulgen dijo sobre la intriga del viernes por la noche y el sábado por la mañana: “Es claro que se trató de una junta dentro del Ejército que organizó un intento de golpe de Estado muy poco hábil”.

Sin embargo, dijo, dado que aquellos a los que se arrestó hasta ahora no parecen ser de los altos rangos del Ejército, “ello muestra cuán poco apoyo tenía el golpe de Estado entre la plana mayor del Ejército”.

Dado que la sociedad turca está tan profundamente polarizada, en la que la mitad apoya a Erdogan y la otra se opone implacablemente a él, el rechazo a retornar a los días oscuros de los golpes de Estado militares parecía ser algo que los unió conforme el incidente avanzó durante la noche.

Mientras que es claro que las facciones militares no tenían suficiente apoyo dentro del Ejército para terminar el trabajo, al parecer, tampoco calcularon bien cómo recibirían el complot aquéllos que han deseado ver el final de Erdogan y de su gobierno desde hace mucho tiempo.

Los conspiradores del complot, señaló Ulgen, parecieron “calcular, en forma extremadamente errónea, al pueblo turco, el que, al paso de los años y a pesar de las propias deficiencias democráticas, se ha vuelto muy antiintervención militar”.

Erdogan ha ejercido medidas enérgicas y severas en contra de los periodistas, enviado a algunos a la cárcel y acusado a otros de haberlo insultado, lo cual es un delito en Turquía. Sin embargo, en última instancia, de muchas formas, fueron los medios modernos los que ayudaron a Erdogan a repeler el golpe de Estado.

Conforma evolucionaba el golpe, él pudo comunicare con el país a través de FaceTime y fue la cobertura en contra del golpe que hicieron diversas agencias informativas turcas lo que ayudó a influir en la opinión pública y permitió que los funcionarios gubernamentales tuvieran una plataforma para comunicarse con la población, dijeron analistas. Entre dichas agencias estuvo CNN Turk, la cual ha encarado la ira del gobierno por la cobertura que los funcionarios creen que es pro kurda.

Los conspiradores del golpe de Estado parecían atascados en los 1970, ya que tomaron el control, por algún tiempo, de la transmisora estatal TRT, en tanto que otros canales de noticias continuaron la cobertura en oposición al golpe. Los turcos pudieron comunicares en los medios sociales, a veces usando un VPN, cuando Twitter o Facebook parecían inaccesibles.

“Es una historia totalmente mediática”, notó Asli Aydintasbas, un periodista y escritor turco. “Esto se trató de no haber podido controlar los mensajes”.

Aydintasbas se encontraba en una cena el viernes, cuando mensajes en Twitter alertaron a los invitados sobre el desarrollo de una intriga.

Alguien bromeó que podría tratarse de un golpe de Estado.

“Todos nos reímos porque no es una opción en Turquía hoy en día”, comentó. “La idea de un golpe de Estado es algo retro”.

Tim Arango and Ceylan Yeginsu
© 2016 New York Times News Service