Triunfo de Trump, paradoja de la democracia

El proceso electoral que dio el triunfo a Donad Trump se distinguió por enfrentar a dos figuras de las élites, una política y otra económica, quienes aparentemente representaron dos visiones encontradas sobre lo que deberían ser los Estados Unidos y, por extensión, sobre lo que se espera sea el mundo.

Hillary Clinton encabezó un discurso dirigido a las minorías, a mujeres, a hispanos, a afroamericanos, a indocumentados, a grupos menos favorecidos por el modelo económico que ha generado en el mundo una enorme desigualdad, que su país, junto con Gran Bretaña, impuso al mundo. Habló de unidad, de la grandeza de su país, de continuar con lo iniciado por el presidente saliente Barack Obama.

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Donald Trump, por su parte, construyó una narrativa antisistema, literalmente “despotricó” en contra de los resultados visibles de la política económica con la cual él mismo se ha beneficiado y prometió romper con el estado de cosas que tiene a millones de estadunidenses enojados y decepcionados, por la falta de oportunidades, de empleos, de proyectos.

Lo interesante es que Trump acusó a Clinton de formar parte del grupo que más se ha beneficiado de ese sistema político-económico, al que claramente, él también pertenece y que le ha permitido hacer negocios y crecer financieramente, desde el corazón de una familia también privilegiada.

Paradójicamente, Donald Trump movilizó a su favor a una parte importante de la gente que se ha visto perjudicada por ese modelo económico que permite que el 1% de la población, sea hoy dueña del 50% de la riqueza producida a nivel mundial.

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Such a beautiful and important evening! The forgotten man and woman will never be forgotten again. We will all come together as never before

— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 9 de noviembre de 2016

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Trump aprovechó el descontento social

Con su postura, Trump supo recoger el descontento que ni los políticos ni los partidos ni los estudiosos habían detectado. De buenas a primeras el republicano se convirtió en la voz de todas aquellas personas desencantadas con la democracia, con el sistema económico, con los políticos, con las promesas incumplidas de mejoría y bienestar, con la continuidad, con la falta de futuro.

Trump, el fenómeno mediático, el empresario exitoso que no paga impuestos mientras que la gran mayoría sí lo hace, el hombre misógino y cínico, el racista, el antimexicano, el antimusulmán, el constructor de muros, se edificó a sí mismo como la promesa por venir, dando la espalda a un modelo económico que hace agua por todos lados.

Con su discurso estridente, con sus ideas sencillas, con su contundencia, con su desprecio por un desempeño político que, desde su propio discurso, no ha dado los frutos esperados, atrapó primero la atención de amplios sectores de la población estadunidense, para luego persuadirlos vía los sentimientos y las emociones de la pertinencia de su propuesta.

Trump le habló al ciudadano promedio en palabras que podía entender, le hizo aflorar sentimientos que ya estaban ahí: el enojo, la frustración, el desencanto, la rabia, la nostalgia por un pasado mejor. Llenó la falta de futuro con la vuelta al pasado al ofrecer “Make America great again”, al prometer devolver a Estados Unidos los empleos perdidos, la gloria pasada, el éxito extraviado.

¿El problema de Hillary? Prometer continuidad

Hillary, por su parte, fue el símbolo de la continuidad, esa que ya no quiere el ciudadano promedio estadunidense, la continuidad que no ha dado los resultados esperados y que Trump bien supo poner en evidencia, a cada paso.

El discurso experto, medido, informado de Clinton no llegó a gran parte del electorado, el cual, al parecer, no quería escuchar datos ni estrategias de cómo lograr los objetivos propuestos sino promesas conectadas con sus necesidades y que mejor si éstas eran dichas con vehemencia, con agresividad, con cinismo, con fuerza. La moderación y el expertise perdió ante la impulsividad, el desparpajo, el exceso, la falta de experiencia política, el desconocimiento de los principales temas, estrategias, insumos, protocolos, procedimientos de gobierno.

Nada de eso importó, la emoción venció a la reflexión. Todos los pronósticos fallaron.

Se esperaba que de acuerdo con las últimas encuestas, Hillary ganara la elección; sin embargo, como en el Reino Unido, con el Brexit, y en Colombia, con el “no” a la paz, las casas encuestadoras se mostraron incapaces de medir lo que verdaderamente la gente estaba pensando. Ya porque las personas encuestadas mintieron sobre su opinión real, ya porque quienes manifestaron no estar de acuerdo en que el Reino Unido saliera de la Unión Europea y quienes estaban por la paz en Colombia, no salieron a votar o, simplemente, porque en el último momento cambiaron de opinión.

Se esperaba que las mujeres en masa apoyaran a Hillary, primero, por ser mujer, y segundo, para evitar el triunfo de un hombre que desprecia a las mujeres. No fue así, se calcula que alrededor de un 40% de mujeres votaron por Trump. Tal vez porque su misoginia es leída como virilidad, esa virilidad mal entendida aprendida también por las mujeres, en especial, por aquellas educadas en hogares donde se sigue imponiendo el odio disfrazado hacia ellas, acompañado de la necesaria subordinación.

This team has so much to be proud of. Whatever happens tonight, thank you for everything. pic.twitter.com/x13iWOzILL

— Hillary Clinton (@HillaryClinton) 9 de noviembre de 2016

Millenials e independientes le fallaron a la demócrata

Se esperaba que Hillary convenciera a los millenials y a los independientes y muchos de ellos no salieron a votar, en especial los primeros, fieles al desencanto que la política les ha provocado.

Se esperaba que los latinos y los afroamericanos salieran a votar por millones, en respuesta a todos los líderes de opinión de ambas comunidades que se movilizaron para conminarlos a salir a votar, en especial Barack y Michelle Obama. Muchos de ellos seguramente votaron por Trump, porque no quieren ser latinos, porque siendo negros, quieren ser reconocidos como estadunidenses, no quieren formar parte de ninguna minoría despreciada durante décadas, durante siglos.

Se sabía que el voto duro de Trump estaba entre los hombres blancos, mayores de 40 años y con escasa preparación; se sabía también que Trump, a diferencia de Hillary, si había conectado emocionalmente con su electorado y que más del 90% de éste saldría a votar, mientras que los votantes de Hillary rondarían el 80%. Eso se sabía, pero se esperaba que la demócrata encontraría apoyo entre la gente joven, con mayor educación formal, entre las mujeres, como ya se dijo, entre los independientes, los millenials, los latinos, los afroamericanos, pero, obviamente, su participación no fue suficiente.

Triunfaron la frivolidad, los datos superficiales, el espectáculo, el escándalo, las promesas vacías y sin sustento. Al final de las votaciones, en las encuestas de salida, las casas encuestadoras encontraron que el 36 % de las personas que ya habían votado se inclinaban por un líder fuerte y el 29% por alguien con visión para el futuro. Finalmente, Trump logró cumplir ambas expectativas.

Sin minimizar el hecho de que el candidato republicano haya encontrado, a pesar de sus múltiples deficiencias, la fórmula exacta para ganar las elecciones en un momento histórico determinado, es válido afirmar que en esta elección se jugaron otras cosas. El triunfo de Trump es el indicador que informa no solamente el fracaso de un modelo económico que sólo beneficia a unos cuantos, los VIP (Very Important People) o ganadores, y que deja fuera o en condiciones desfavorables y en muchas ocasiones precaria situación a la gran mayoría de la población, los losers (perdedores), sino que muestra el hartazgo que la ciudadanía, de muchas partes del mundo, siente en torno a los políticos.

Here’s how #millennials see the electoral map for #election2016 – surprised? #PredictTheStates #myelectoralmap https://t.co/Dm4U2pdsQ7pic.twitter.com/Dqh1H8IJpg

— SurveyMonkey (@SurveyMonkey) 26 de octubre de 2016

¿Qué pasará ahora?

Estas elecciones acaban de mostrar que los pronósticos no siempre se cumplen, por lo que resulta complicado tratar de vaticinar lo que hará Trump una vez que asuma el poder de la presidencia de los Estados Unidos.

No se sabe si moderara su agresividad, sus ataques a las minorías, si desistirá en su intención de deportar a cuanto indocumentado se encuentre, de cerrar las fronteras a los inmigrantes, en especial a mexicanos y musulmanes, de construir un muro que realmente impida el paso en especial a los nuestros, quienes aún no lo saben, pero terminarán pagando, de terminar con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, de subir los impuestos a los productos mexicanos, etcétera.

Por lo que, si falló la apuesta por permanecer en la Unión Europea, si falló la apuesta por la paz, si falló el triunfo demócrata ¿Qué nos llevaría a pensar que un pronóstico sobre el comportamiento futuro de Trump necesariamente se cumplirá?

Lo que sí es un hecho es que el hartazgo provocado por un modelo económico que ha creado una enorme desigualdad, que ha divido al mundo entre ganadores y perdedores, que ha colapsado formas de vida, que ha dejado a millones y millones de personas a la deriva y que ha cancelado el futuro para las nuevas generaciones, pavimenta el camino para que personajes como Trump, que salen a gritar sandeces que a la larga hacen sentido, que dicen lo que la gente quiere oír, que recogen el enojo, la rabia, el desencanto, el “malhumor social” contenido por décadas, logran hacerse con la presidencia, en este caso, del aún país más poderoso del planeta.

Finalmente, la paradoja mayor, como ya se dijo, es que quien acertó y supo leer el malestar en la mayoría de la población estadunidense es precisamente un miembro privilegiado de ese 1% que se enriquece a expensas de los demás.